Opinión / Galicia, Asturias y Cuba

Por Orlando Fondevila

Permítanme una breve historia personal. Soy cubano. Nací en la humilde barriada del Cerro en La Habana. Aunque ya no soy joven y vivo en el exilio madrileño, no ha dejado de emocionarme nunca escuchar un guaguancó, e incluso bailarlo –pañuelo recogido del suelo incluido. Mi padre, un humilde campesino de Orense, tal vez la más pobre de las provincias de Galicia. Mi madre, cubana, hija de asturiano y de gallega. Mi padre y un hermano (mi tío) emigraron a Cuba muy jóvenes para trabajar en el duro laboreo del corte de caña. Mi padre murió cuando yo no había cumplido los dos años y me crié bajo el cariñoso cuidado de mis abuelos. Seis hermanos de mi abuelo asturiano y mi bisabuelo también emigraron a Cuba, crearon familias modestas y vivieron allí en nuestra Isla que tanto amaron hasta su muerte. Curiosamente nunca me hablaron de sus terruños lejanos, aunque muchas veces adiviné en sus ojos la tristeza y la morriña por los campos y por la familia que nunca volverían a ver. Curiosamente, con ellos, en la casa familiar, también aprendí a amar a Cuba, mi patria. Y a España.

Ninguno en mi familia asturiana y gallega hizo fortuna en Cuba. Mi padre llegó a tener un pequeño comercio que se perdió a su muerte. Mi tío, tras años de trabajo y ahorros fundó una pequeña empresa de embutidos. A la llegada de Castro le fue confiscada y murió prácticamente en la miseria. Parecida suerte corrieron los demás miembros de mi familia asturiana y gallega. Esta, mi sencilla historia, es la de miles de gallegos y asturianos y sus descendientes cubanos bajo la feroz dictadura comunista de Castro.

Por eso nunca he podido entender, y me repugnan sobremanera, las complicidades de los políticos españoles con Castro. Y especialmente me irritan si provienen de gallegos y de asturianos. Por eso hoy me debato entre la indignación, la vergüenza y la tristeza cuando veo al representante de un régimen que expolió, maltrató y humilló a mi familia gallega y asturiana, viajando por las tierras de Galicia y Asturias (también mías) y recibiendo honores de parte de las máximas autoridades de esas Autonomías, Manuel Fraga y Vicente Areces.

¿Cómo no arriscarme cuando el señor Areces sonríe ante la canallada del enviado de Castro acusando de “asalariados del Imperialismo” a los poetas, intelectuales y defensores de la libertad encarcelados por Castro? ¿Qué puedo sentir cuando estos gallegos y asturianos dan ayuda pública y facilitan negocios a quienes robaron sus propiedades y sus sueños a miles de gallegos y asturianos, entre ellos a mi familia?

Obsceno sería un calificativo suave.

Mi familia gallega y asturiana tienen que estar hoy muriendo un poco más en sus tumbas. Ellos también tendrán que ser vindicados algún día, en Cuba y en España.

FIN

Logo

Organización Auténtica