Jan y cuje

Por Roberto Luque Escalona

“Tié que habé gente pa’ to”, le dijo Ortega a Ortega, o sea, Domingo Ortega, el torero, a José Ortega y Gasset, extrañado el mataor ante la peculiar actividad a la que el otro le dedicaba sus es-fuerzos. Tenía razón: en este mundo tiene que haber de todo, incluidos matadores de toros y filósofos; pero si Domingo podía sentirse sorprendido por el oficio de José, creo que yo también puedo sorprenderme ante la furia de Alejandro Armengol en el Nuevo Herald contra los miembros de Vigilia Mambisa. Porque el problema de los Premios Grammy Latinos no son las protestas de Saavedra y sus mambises insomnes contra la presencia en Miami de músicos y cantantes adoradores de Esteban, sino que a esos esclavos-esbirros se les invite una y otra vez, y se nos quiera imponer su presencia.

Todos, absolutamente todos los cantantes y músicos cubanos que emigraron después de la llegada al poder de los jinetes bárbaros están vetados en Cuba, los vivos, como Juanito Márquez, y los que ya murieron, como Rolando Laserie; los que en Cuba eran estrellas, como Celia Cruz, y los que iniciaron aquí su carrera, como Willy Chirino. En Cuba se trasmiten por la radio interpretaciones de Daniel Santos, Bobby Capó, Leo Marini, Carlos Argentino y Nelson Pinedo, todos ellos cantantes extranjeros, todos ellos acompañados por la Sonora Matancera; pero el nombre del inmortal conjunto no se menciona, no puede mencionarse. Ese veto no tiene nada que ver con la actitud de mayor o menor interés que hayan mostrado en criticar los desmanes de la tiranía; se les veta porque les dio la gana de irse con su música a otra parte, no por lo que hayan dicho o dejado de decir, hecho o dejado de hacer.

Así las cosas, ¿por qué se les va a permitir a esos miserables actuar en Miami, si los de aquí no pueden ni siquiera escucharse allá? Por otra parte, comparar las manifestaciones de repudio de Vigilia Mambisa con los actos de repudio en Cuba es de una deshonestidad que revuelve el estómago. Los actos de repudio son organizados por la tiranía, en ellos se agrede físicamente a los “repudiados”, a sus familias, a sus hijos pequeños, a los abuelos, si abuelos hay a quienes agredir. Son actos criminales, quizás los que mejor ilustran la barbarie implantada en Cuba por la Robolución. En 1980, en uno de esos aquelarres (parranda de brujas y demonios), murió precisamente un músico, Amaranto, a quien una turba llevó a patadas por las calles de Cárdenas (seguro que allí estaban las abuelas de Elián), atormentándolo de manera tan salvaje que le provocaron un infarto; luego arrojaron su cadáver a un basurero. Para más detalles, ver Mi vida saxual, de Paquito D’Rivera.

El 19 de julio de 1991 yo mismo fui objeto de un “acto de repudio”, en el que me di el gusto de mentar madres a diestras y siniestra. Cuando terminó, me llevaron detenido. Ya en la calle, donde aún quedaban algunos de los repudiantes, le pregunté a los policías: “¿Por qué, en vez de detenerme a mí, no cargan con toda esta gentuza que es la que ha formado el bochinche?”. Como aquí se sienten seguros y protegidos, algunos de los admiradores de la esbirrada musical han intercambiado insultos con los de Vigilia Mambisa. ¿Los detuvo la policía? ¿Fueron golpeados, arrastrados, escupidos como Amaranto?

La comparación entre los hechos de Saavedra y los del pueblo chivatiente es una muestra de periodismo amarillo; una cosa es opinar desde nuestro punto de vista o llevados por nuestras simpatías o antipatías, y otra es tergiversar hechos que todos han visto (las protestas de Vigilia Mambisa aquí) y que muchos han sufrido (los actos de repudio allá).

Esos tipos y tipas, a quienes dicen debemos aceptar para que el mundo vea que el exilio cubano respeta las libertades, han ido más allá de los actos de repudio, aunque todos han participado en ellos, porque ninguno tiene lo que hay que tener para decirle “no” a Esteban. Esos y esas han apoyado públicamente crímenes, asesinatos. Como muchos son negros y negros eran los últimos tres asesinados, acaban de mostrar su índole de esbirros negros al servicio del amo blanco; en tiempos de la esclavitud se les llamaba “contramayorales”, y les daban un cuero a los otros prietos que para qué les cuento.

El año próximo, si los Grammy siguen aquí en vez de trasladarse a una de las sedes que con tan buena voluntad he propuesto (Los Angeles, San Antonio, San Diego, New York, San Juan, Fargo, Kalamazoo y Green Bay; hay para escoger), ¿tratarán una vez más de imponernos la presencia de esa gente? No olviden esto, por favor, no lo olviden para cuando vuelva a escucharse la gaita de que el arte está por encima de la política: hace poco los Van-Van y toda la morralla armaron un show en La Habana con la para ellos amada presencia de “el Comandante y sus secuaces”, al que le demostraron su ferviente adhesión. La frase entre comillas es de Juana Bacallao, otra esbirra; sólo que esa morena, además de esbirra, es muy bruta, y no conoce el significado de la palabra “secuaces”. De todos modos, le quedó muy bien. Muy exacta.

FIN

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