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QUE LEVANTEN LA MANO LOS MUERTOS

by Jose Antonio Zarraluqui

Dónde están y qué se hicieron las glorias del 26 de Julio? El buen sentido, al que como ángel guardián solía llevar Castro en un bolsillo de la chamarreta, salió de estampída, lo mismo que pretenden hacer sus dientes. Hasta ahora la ``cajetilla'' no ha saltado sobre la mesa, pero esperen el show de un momento a otro.

Y es que Fidel no domina la escena como antaño. Si se pone a manosear el micrófono, el artefacto se rebela y cae, por más que apriete la rosca. Si tiene que caminar hasta el cantío de un gallo --no por lomas, sino en pleno plano Vedado-- debe soltar los borceguíes de siete leguas y calzar tenis yanquis porque lo acosan uñas enterradas, callos y juanetes.

La realidad imita la ficción. La otrora enaltecida revolución cubana ha devenido episodios de San Nicolás del Peladero. Plutarco Tuero, Eufrates del Valle, el sargentón Chiquitico et ad. concentrados en un único risible personaje. El compañero desquiciado en jefe no causó asombro hace semanas cuando predijo que el cubano --sin acceso a los media ni a la internet-- sería el pueblo más culto del mundo. Acaba de resubir la parada al afirmar que las tertulias televisivas con que atormenta al personal un día sí y otro también por el caso Elián se convertirán en la panacea universitaria latinoamericana.

Pero este paladín del futuro habla mayormente del pasado, cosa que por demás siempre hizo. Y al conmemorar su primera ley de reforma agraria --no la segunda ni las que después vinieron hasta acabar con el agro isleño-- dijo --atiendan bien-- que Cuba es el país más libre del mundo, y que el curriculum de su revolución en materia de derechos humanos es envidiable. --¡Que levante la mano --retó a los mil guajiros que había reunido-- uno que haya sido desaparecido!

Por supuesto, de los mil guajiros presentes ninguno estaba ausente, así que nadie levantó la mano. Y si de ellos alguno estuvo desaparecido algún tiempo, no iba a arrojarse él mismo a las fauces de los leones. Furioso por la condena que su régimen recibió en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el comandante prosiguió. --Nuestro ejército y nuestro gobierno tienen un expediente como no puede exhibirlo ningún gobierno ni ningún ejército del mundo --dijo. --¡Aquí no ha habido un culatazo! --dijo. --¡Aquí no ha habido un bayonetazo! --dijo. --¡Aquí no ha habido una tortura! --dijo. --¡Ni un bofetón ni un empujón! --dijo. --¡Y que levante la mano el que haya recibido un bofetón!

De haber sido yo uno de aquellos mil guajímenes magníficos, seguramente no me hubiera atrevido a levantar la mano, pero motivos para levantarla sí que tenía. Así que la mano que no levanté ni mantuve escondida, porque en todo caso no estaba allí, me la llevé a la espalda, a ver si continuaban en su sitio dos cicatrices que me recuerdan mi estancia en la UMAP. Fidel es de esos tipos que lo hacen dudar a uno, y a lo mejor los treinta y tantos años que llevo creyendo que recibí un par de bayonetazos en sus campos de concentración resultaban ser espejismos. Algo que imaginé o soñé. Pues no. Las cicatrices siguen ahí.

Faltaba, sin embargo, lo mejor. El plato fuerte de Fidel. --¡Que levante la mano el que haya sido objeto de una ejecución extrajudicial! --dijo, y se hizo un silencio, sin que ninguna mano se levantara. --¡No podrá levantarla! --chilló, y se quedó tan Pancho. Claro, ¿desde cuándo los muertos levantan la mano?

No sé por qué me acuerdo ahora del chino que en la esquina de la casa de mi niñez vendía verduras. --Pela poquito, capitán --se congraciaba con la marchantería a la que hacía esperar. Ha llovido mucho desde entonces y ya no tengo niñez, ni casa, ni esquina. Pero me acuerdo de aquél chino y su sonsonete.

Pela poquito, capitán Filé, que tú velá. Aguarda un tanto, compañero degenerado en jefe, y alcanzarás a ver cómo de la tierra salen manos --aunque sean sólo huesos-- que te señalarán inmisericordes. Las de aquéllos fusilados en masa y sin juicio en 1959. Las de los prisioneros de Bahía de Cochinos asfixiados a aluminio y sol en una rastra. Las de los injusticiados de La Cabaña. Las de los ahorcados en el Escambray. Las de los que ya a ritmo más lento pasaron por lo mismo después. Y verás cómo del Estrecho de la Florida también salen manos --así estén comidas por los peces-- que te acusarán. Las de los cuatro pilotos de Hermanos al Rescate. Las de los hundidos vilmente en el remolcador 13 de Marzo, o en el Río Canímar. Las de tantos y tantos balseros cuyas balsas tus valientes tropas de aire, mar y tierra echaron a pique sin compasión.

Pela poquito, capitán, y aprenderás que los muertos sí levantan la mano.


FIN


Jose Antonio Zarraluqui

El Nuevo Herald
5 de junio de 2000

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