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UNA TRANSICION CONFISCADA, EXPERIENCIA DE DOS CORRESPONSALES EUROPEOS: ELIAN, "SOBRESALTO DE UN REGIMEN MORIBUNDO"

by Anne Marie Mergier

Estrasburgo.- Implacable es el análisis de la situación cubana que presentan Denis Rousseau y Corinne Cumerlato en La isla del doctor Castro, una transición confiscada.Publicado hace sólo tres semanas en Francia, ya tiene bastante eco en la prensa francesa y despierta un interés creciente.

A lo largo de 300 páginas y 11 capítulos, los dos periodistas franceses radiografían en forma rigurosa y sin complacencia todas las facetas del "crepuscular" socialismo caribeño.

Describen minuciosamente la "maquinaria totalitaria del sistema Castro", las purgas en la cúpula política y en las fuerzas armadas, la caótica economía, el papel de las religiones, la evolución del exilio cubano, sus numerosas y peligrosas contradicciones, la obtusa y a menudo indescifrable política estadunidense hacia la isla, el aumento de la represión después de la visita de Juan Pablo II.

Reseñan el creciente desasosiego de una sociedad que sigue padeciendo un control severo del régimen y que se enfrenta hoy a males que habían disminuido en las últimas décadas: delincuencia, consumo de drogas, prostitución, aumento del alcoholismo y del índice de suicidios...

Ese trabajo es el fruto de una experiencia de tres años en Cuba, donde Denis Rousseau encabezó la oficina de la Agencia France Presse, y Corinne Cumerlato fue la corresponsal del diario La Croix y del semanario L'Express.

Una experiencia "densa, apasionante, a menudo desgarradora y, al final, realmente muy tensa", que parece haber dejado huellas profundas en ambos reporteros.

Ante la amenaza de expulsión lanzada por el gobierno, Rousseau optó por adelantar un año su salida de la isla. Hoy es jefe de información de la oficina de la AFP en Estrasburgo, ciudad del este de Francia que alberga importantes instituciones de la Unión Europea.

Entre septiembre de 1996 y julio de 1999, Cuba fue casi el único centro de interés profesional y personal de los dos periodistas. Recorrieron el país a lo largo y a lo ancho, recogieron miles de voces: las de los enigmáticos funcionarios cubanos, de los disidentes hostigados por el sistema, del hombre de la calle, de los universitarios, escritores, periodistas independientes, jóvenes, de los diplomáticos y hombres de negocios europeos y estadunidenses... La del comandante mismo...

Estas voces, al lado de datos concretos, cifras, estadísticas oficiales y oficiosas, nutren su libro, que se lee como una novela. Una extraña novela que sería muy negra si no estuviera salpicada por los numerosos chistes que inventan los cubanos para desahogarse...

En entrevista, Denis Rousseau dice a la corresponsal: "A lo largo de tres años hemos escrito muchas notas sobre Cuba. De regreso a Francia, nos pareció importante dar una visión global de la situación que hoy prevalece en la isla. Es una situación muy grave que la opinión pública de nuestro país desconoce y que la clase política no ve o no quiere ver".

Corinne Cumerlato precisa: "Nuestro libro es un testimonio sombrío, pero la realidad de esa dictadura en agonía es así de sombría. En Europa se sigue mostrando bastante complacencia hacia Fidel Castro. Muchos lo consideran un 'buen dictador', depositario de nuestras utopías, uno de los últimos bastiones de resistencia contra el imperialismo norteamericano. Además de ser falso, ese mito es peligroso, porque opaca la realidad terrible y humillante que enfrentan diariamente 11 millones de cubanos e impide a los políticos europeos inventar soluciones para crear lazos con ese pueblo sin ayudar a la dictadura a mantenerse en el poder".

-Fidel Castro dista de salir engrandecido en su libro. Inclusive, ustedes expresan serias dudas sobre su salud mental...

Contesta Denis Rousseau: "Es cierto, pero no somos los únicos en hacerlo ni mucho menos. A pesar de todos los esfuerzos del régimen para negarlo, se sabe que Castro sufrió un ataque cerebral en 1997. Los diplomáticos, hombres de negocios o visitantes extranjeros que pasaron largos momentos con él nos confirmaron, además, que en ocasiones se le va la onda en medio de una conversación. En el libro citamos las confidencias de un diplomático que tuvo la impresión de que Castro estaba como drogado: 'Lo vi derrumbarse como si las drogas ya no estuvieran surtiendo efecto', nos aseguró".

Rousseau reflexiona unos segundos antes de agregar:

"Experimenté personalmente una especie de crisis de paranoia de Fidel Castro. Fue en julio de 1998. Una noche, a las 2 de la mañana, Castro nos convocó a cuatro representantes de agencias noticiosas: EFE, Reuter, Notimex y AFP. Nos habló durante cuatro horas. Tuve el dudoso privilegio de ser el blanco de una diatriba casi alucinante que duró una hora.

"Castro me reprochó que hubiera utilizado la locución sin embargo en una nota en la que había reseñado sus ataques crecientes a la prensa extranjera. En ese texto señalaba estos ataques y precisaba que, sin embargo, el líder máximo se guardaba de hablar de lo que lo había enfurecido: los rumores persistentes sobre la grave enfermedad que había padecido en 1997."

-¿Castro le habló realmente una hora de ese sin embargo?

-Una hora completa. Esa locución se había convertido para él en una autentica obsesión y eso me impresionó. Esa experiencia fue determinante para mí. ¡Fue tan absurdo y desproporcionado que en plena noche un jefe de Estado perdiera tanto tiempo para regañar a un simple periodista por una mera locución...! Salí de ese encuentro convencido de que Castro no andaba muy bien.

Ese episodio le confirmó, además, que estaba en la mira de Fidel.

La visita papal

Rousseau y Cumerlato insisten en que el régimen controla todos los medios de comunicación cubanos, incluyendo Internet, y presiona a los medios extranjeros. Explican que hay una veintena de agencias de prensa independientes que intentan existir en la isla, en las que trabajan en condiciones precarias un centenar de periodistas, atacados por la prensa oficial, vigilados y perseguidos por las autoridades, a veces enjuiciados y encarcelados.

Recuerda Cumerlato: "Cuando llegamos a Cuba, en septiembre de 1996, se estaba tramitando el viaje del Papa. En ese contexto, el régimen autorizó una ligera apertura que fue inmediatamente aprovechada, entre otros, por los periodistas independientes. A nosotros también, como corresponsales extranjeros, ese espacio de libertad, aunque mínimo, nos sirvió mucho en nuestro oficio.

"Por supuesto, todos estábamos bajo estricta vigilancia. Teléfonos y faxes intervenidos... Inclusive nuestra computadora personal fue 'modificada' sin que lo supiéramos, lo que limitó nuestro acceso a ciertos bancos de datos... Los funcionarios se daban el lujo de 'aconsejarnos' que dejáramos de tratar ciertos temas o de bajar el tono de algunos títulos... Consejos que, por supuesto, no seguimos nunca... A veces lo hacían en forma amable, a veces en forma más autoritaria. Pero mal que bien se podía trabajar."

Interviene Denis Rousseau: "Todo cambió después de la visita de Juan Pablo II, que se realizó a finales de enero de 1998. El régimen midió las consecuencias que podía tener para su propia sobrevivencia el hecho de otorgar más libertades a los cubanos. Se sintió tambalear y empezó a desatar una represión muy dura contra los disidentes y la prensa independiente, agudizando al mismo tiempo sus presiones sobre la extranjera".

Cumerlato y Rousseau reseñaron esa represión en sus notas y reportajes e intentaron ser impermeables a las presiones. Se complicó su situación en Cuba. Rousseau empezó a ser objeto de ataques en la prensa cubana, sufrió medidas de intimidación.

Su situación empeoró en el primer trimestre de 1999, a raíz de dos acontecimientos graves: la promulgación de la Ley 88 de Protección de la Independencia y de la Economía de Cuba y el juicio de cuatro disidentes emblemáticos.

Esa ley prevé un castigo que puede llegar a 20 años de cárcel para quien "perturbe el orden público" o "entregue informaciones" susceptibles de favorecer la política estadunidense contra Cuba.

Explica Denis Rousseau: "El objetivo de esa ley era claro: amordazar a la disidencia y a los periodistas independientes cubanos, pero también a los extranjeros. Por supuesto, los corresponsales nos rebelamos".

Rousseau recuerda conferencias de prensa bastante agitadas, primero con Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, y luego con Alejandro González, vocero oficial del gobierno, apodado Voz Cero por los corresponsales:

"González explicó que la Ley 88 no había sido elaborada contra los corresponsales, pero precisó que todos los extranjeros radicados en Cuba tenían la obligación de respetar la legislación del país. Luego agregó, mirándome a los ojos: 'De todas maneras, antes de buscar la aplicación de la ley, las autoridades cubanas expulsarán al periodista que la viole...'. El mensaje era claro."

La cobertura que la AFP hizo de toda la polémica suscitada por esa ley no gustó en las más altas esferas. Menos aún la cobertura, en marzo de 1999, del juicio contra Martha Beatriz Roque, René Gómez Manzano, Félix Antonio Bonne Carcassés y Vladimiro Roca Antúnez, fundadores del "Grupo de trabajo de la disidencia interna para el estudio socioeconómico de la situación cubana".

"A pesar de todos los esfuerzos de las autoridades para impedir a la prensa y al cuerpo diplomático asistir a ese juicio, el equipo de la AFP trabajó intensamente el tema. Supe que nuestras notas fueron ampliamente reproducidas por los medios de comunicación internacionales. En ese campo, debo decir que dejamos atrás a nuestros competidores...", enfatiza Rousseau.

Agrega: "El hecho no escapó a Castro, quien es un lector fanático de las notas de las agencias. Lee sistemáticamente todas las relacionadas con Cuba. Además, lee todas las notas de prensa que le mandan sus embajadores. Me enteré de que Castro había entendido el daño que había hecho a la imagen internacional de Cuba nuestra cobertura del juicio de los cuatro".

Entonces, la estadía de Cumerlato y Rousseau en Cuba se volvió realmente muy difícil. Sabían que corrían el riesgo de ser expulsados en cualquier momento. Se los confirmaban fuentes diplomáticas. Rousseau fue denunciado como agente de la CIA, con nombre y apellido, en órganos de la prensa oficial. Policías montaban guardia ante su casa y en la calles adyacentes. En los cocteles del cuerpo diplomático, los invitados se asombraban por "verlo todavía en Cuba"...

Los dos reporteros pudieron medir la amplitud del ostracismo desatado en su contra cuando el selecto club de empresarios franceses en La Habana les cerró sus puertas.

Finalmente, en julio de 1999 Rousseau decidió regresar a Francia. Su contrato en Cuba era de cuatro años. Cumplió tres.

Hoy explica que sirvió de chivo expiatorio y que, mediante la persecución de que fue objeto, el régimen busco intimidar a sus colegas extranjeros.

"Trabajé en Cuba como trabajé en mis puestos anteriores, en Madrid o Marsella. Pero en el contexto del endurecimiento del régimen, que se inició a mediados de 1998, ser simplemente profesional era subversivo..."


Miedo a todo

En su libro, Cumerlato y Rousseau insisten también mucho en el miedo que paraliza a la isla e impide, en gran parte, la preparación seria de una transición poscastrista.

Según los reporteros, los cubanos temen seguir careciendo de todo, a "los policías, los soplones, los presidentes de los CDR; temen a sus vecinos, sus responsables sindicales y sus jefes en el trabajo". Temen que la situación siga estancada durante años más con su cortejo de "opresión, propaganda, escasez, tiempo parado, doble lenguaje, doble moral, doble moneda y las salidas de sus amigos al exilio". Pero también temen cambios que les arranquen lo poco que tienen y desemboquen en el caos.

Los miembros del aparato político tiemblan por su porvenir. Saben, más que nadie, que Castro es mortal y que es difícil prever lo que desatará su desaparición. De igual forma tiembla la minoría que se enriqueció con el régimen.

En la Casa Blanca también crece la preocupación. Afirman los periodistas: "En Washington no se descarta la idea de alguna locura de Castro. Al principio de este año, alarmado por el comportamiento extraño del líder cubano, el Departamento de Estado pidió a la CIA actualizar el perfil psicológico de Castro. Los estadunidenses aluden a un 'síndrome de hiperactividad geriátrica' y recuerdan que Mao lanzó su revolución cultural cuando tenía 73 años. Castro tiene la misma edad".

El comandante no escapa al miedo, afirman Cumerlato y Rousseau. Por el contrario, el miedo sería el eje central de su política.

"Castro teme perder el control. Para él la palabra 'transición' es tabú. Con la caída del muro de Berlín su mundo se derrumbó. Desde entonces 'remienda'. Abre por un lado para evitar la bancarrota, cierra por otro para reprimir todo pensamiento libre y, por lo tanto, subversivo.

"Además, teme sufrir el destino de su colega en dictadura, Augusto Pinochet. Por eso no fue a Seattle, en noviembre de 1999, para denunciar la globalización de la economía. El líder cubano sabe que hay demandas judiciales en su contra en Estados Unidos.

"Su manejo del caso Elián quedará probablemente en la historia como el sobresalto más espectacular de ese régimen moribundo, con su derroche de movilizaciones de corte nacionalista, su logomaquia llena de odio y su estrategia delirante."

-En su libro se refieren a menudo al caso Elián...

-A pesar de que esa historia empezó después de nuestra salida de Cuba, la destacamos porque es muy ilustrativa de lo que buscamos demostrar en nuestro libro: con tal de mantenerse en el poder, Castro está dispuesto a llegar a cualquier extremo -explica Rousseau.

Precisa Cumerlato: "La cumbre iberoamericana que se llevó a cabo a finales de 1999, en La Habana, fue una gran derrota para Fidel, que no pudo impedir que líderes de España y América Latina se reunieran con los disidentes. El caso de Elián le permitió demostrar que todavía tiene la capacidad de controlar, galvanizar y movilizar a 'su' pueblo. Además, las manifestaciones multitudinarias que organizó le sirvieron de cortina de humo para incrementar la represión".

Insiste Rousseau: "El manejo del caso Elián tiene dos consecuencias directas en Estados Unidos: aisló a la comunidad cubana de Miami del resto de la sociedad y de la clase política estadunidenses y, por lo tanto, obligará a los políticos norteamericanos a reconquistar a esa comunidad, que tiene un peso económico y político muy importante. Para lograrlo tendrán que endurecer su actitud hacia Cuba. Es exactamente lo que busca Castro, quien, a pesar de todos sus discursos apasionados contra el imperialismo norteamericano, necesita el bloqueo para justificar el estrepitoso fracaso de su régimen".


Seis hipótesis

En el último capitulo de La isla del doctor Castro, Rousseau y Cumerlato exponen seis hipótesis sobre la transición hacia el poscastrismo.

Según la primera, que los periodistas llaman guión pinochetista y en la que sueñan el Papa, las diplomacias latinoamericanas y europeas y la disidencia moderada, Castro en persona debería emprender, cuanto antes, un proceso real de cambio democrático, lo que le permitiría salvar su leyenda revolucionaria y el porvenir de quienes lo rodean.

La segunda, llamada guión tunecino, alude a la "revolución de palacio" que se produjo en Túnez en 1987: considerado "senil", el presidente Habib Burguiba fue destituido por su primer ministro Zin El Abidin Ben Ali, actual presidente, tan déspota como su antecesor. Ben Ali es general y empezó su carrera en los servicios de seguridad. Castro tomaría en serio esa hipótesis, lo que justificaría las purgas sucesivas en las Fuerzas Armadas cubanas. El Departamento de Estado, la CIA y parte del exilio cubano no consideran esa eventualidad como descabellada.

Tercera posibilidad: el guión haitiano, es decir, el caos que seguiría a la muerte natural de Fidel. Es la más temida por todos, dentro y fuera de Cuba. Los más pesimistas prevén arreglos de cuentas sangrientos, una guerra de sucesión que desencadenaría una guerra civil y el éxodo masivo de cubanos hacia Estados Unidos, y, por supuesto, una intervención militar estadunidense realizada por marines y exiliados sedientos de revancha...

Los defensores del guión constitucional afirman que, después de la muerte natural de Castro, su hermano Raúl asumiría la Presidencia interina, para confiar después el poder a los tecnócratas, dejándoles emprender las reformas que se imponen. ¿Quién podría encabezar al Estado cubano? Se habla de Ricardo Alarcón, actual presidente de la Asamblea Nacional; Carlos Lage, vicepresidente; Marcos Portal de León, responsable del sector industrial; José Luis Rodríguez, ministro de Economía, o Francisco Soberón, presidente del banco central.

El guión español prevé, después del fallecimiento de Castro, la negociación de un pacto de reconciliación nacional para evitar la guerra civil. La Iglesia cubana aboga por esa posibilidad y se dice dispuesta a actuar como mediadora. El ala más radical del exilio cubano rechaza esa hipótesis.

Finalmente, está el guión político-militar, que imagina un gobierno provisional asumido por una junta integrada por tecnócratas civiles, encabezados por Lage y Alarcón, y representantes de las Fuerzas Armadas, como los generales Ulises Rosales del Toro y Álvaro López Miera, respectivamente ex y actual jefe del Estado Mayor.

La presencia de militares en el gobierno permitiría mantener el orden y preservaría los intereses del "complejo económico-militar", que se fue consolidando en los últimos años. Para obtener el reconocimiento internacional, esa junta debería tomar rápidamente medidas "positivas": amnistía para presos políticos, libertad de prensa y asociación y regreso de los exilados...


FIN


Anne Marie Mergier

PROCESO
Servicios informativos, Comunicación e Información S.A. de C.V.
Semanario de Información y Análisis No.1228
14 de mayo de 2000

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