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Así que durante mucho tiempo tuvimos que aceptar que los exiliados --digo exiliados, no emigrados-- somos paranoicos. ¿Paranoico? Pues paranoico es alguien que imagina que lo persiguen. Ojo: el que imagina que lo persiguen es un paranoico, el perseguido realmente no es más que eso, un perseguido.
El caso de Mariano Faget vuelve a traer al candelero el hecho del espionaje de la dictadura de Castro en Estados Unidos, pero la variante más importante, a la que más dinero y esfuerzo dedica La Habana, confesado por el propio dictador: el espionaje contra los exiliados. Vaya, vaya, resulta que somos muy importantes'
La red anterior desmontada por las autoridades norteamericanas, más este caso reciente, nos hacen recordar que siempre estuvimos, y seguimos estando, en la mirilla del dictador.
Tengan en cuenta que una de las responsabilidades de la red anterior detectada era escribir a los periódicos y llamar a los medios de comunicación para crear confusión y desprestigiar a los exiliados. Haciendo esa función hay muchos más que no han sido detectados y que tal vez nunca lo sean. Sin duda, destinar tantos recursos contra una comunidad significa que esa comunidad --con todos los defectos que pueda tener-- es sumamente peligrosa para Castro.
Sencillamente estamos en los más altos niveles de sintonía "contrarrevolucionaria" y debemos sentirnos orgullosos.
El caso Faget, dado su alto rango dentro del INS, puede traer muchas sorpresas. Recuerden que el pragmatismo de los norteamericanos permite que se haga un acuerdo entre el acusado y los acusadores a cambio de información. Por mí, que mañana mismo dejen en libertad a Faget, incluso que le regalen un premio en metálico si "canta" la lista completa. ¿Se imaginan que maravilla? Nos pasaríamos varios meses mirando las fotografías de los detenidos en los periódicos y, además, limpiaríamos esta linda ciudad de tanta porquería oculta.
Ojalá Faget haga el negocio. Me imagino que a estas alturas los demás infiltrados deben estar rezando a San Marx y San Lenin para que Faget no hable. Tal vez algunos ya están lejos, poniendo a buen recaudo sus vidas miserables, o tal vez preparando su defensa porque, señores, no se dejen engañar, ni los espías de Castro quieren regresar a Cuba a vivir en los "avances del socialismo". Pobre gente, si Faget habla tienen que salir corriendo y, por tanto, renunciar al aire acondicionado, a los automóviles modernos y a las tres comidas diarias. Pero eso no es nuestro problema, ellos escogieron trabajar para Castro y esa profesión tiene sus propios riesgos.
Los exiliados, ante la infiltración de Castro, pueden hacer muy poco. Los hombres de La Habana, son profesionales y cuentan con recursos. Nosotros somos simples ciudadanos despojados de su país y víctimas de atropellos incontables desde 1959.
Lo que nos queda por hacer ante estas nuevas revelaciones es trabajar como lo estábamos haciendo, pero con más intensidad. La respuesta es que ni un sólo cubano que se sienta realmente exiliado deje de hacer algo por Cuba diariamente, aunque sea algo tan sencillo como rezar una oración por la liberación de la isla.
Si alguien duda del trabajo que hemos venido haciendo la respuesta es, precisamente, la cantidad de recursos que la dictadura destina a entorpecernos. Y la ilustración de esto es el último caso de Faget.
Nos esperan más sorpresas y tendremos muchas recompensas en un tiempo relativamente cercano. Yo mismo, que muchas veces me dejo arrastrar por la tristeza y el pesimismo, hoy estoy eufórico.
No voy a repetir la manida frase de que Castro tiene sus días contados, pero lo que sí voy a decir es que Castro tiene sus espías contados.
FIN
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