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"Jamas cederé una pulgada de terreno a estos comunistas facinerosos. Nunca saldré de este país. Lo último que daré a Cuba son los huesos que me queden después de combatir los hasta el último aliento de mi vida. Morirse hoy es un delito"
Dr. Ramón Grau San Martín.
A la edad de doce años, Doña Pilar, su querida madre, le insufló fuerzas para recuperarlo de un raro desmayo que mucho se pareció a la muerte. Desde entonces su sendero por la vida fué el dolor. El dolor agudo. Lacerante.
Doblemente encartonado de tuberculosis pulmonar. Deficiencia crónica en la función hematopoyética de su médula espinal. Insoportables dolores en los riñones. Dos veces intervenida quirúrgicamente, por el Dr. Presno, su mano enferma de popularidad. Dos costillas fracturadas al resbalar en la tumba de su madre, lugar sagrado para él al que siempre acudía con flores amarillas en las manos trémulas de unción.
Y ya en las ancianidad: la cabeza delfémur derecho fracturada. La postración definitiva de su endeble esqueleto.
Transitar así por la vida es ya, de suyo, una tarea más que ardua. Es prácticamente imposible. Pero aún el dolor sería más intenso para él, pues en Cuba jamás nadie, en vida, llego a cumbres tan altas de gloria y, por tanto, nadie fué más impacablemente mordido por la envidia, por el odio. Además, después de la artera traición de que fué víctima en 1933 su vida pública fué una continuada y esforzada lucha contra todo tipo de traiciones y zalemas exageradas. La mayoria de las veces, las traiciones, provenientes de aquellos que se decían públicamente sus amigos y partidarios y que, en la víspera de recibir el puñal por las espaldas, afirmaban su disposición de morir por él.
Tomando como referencia su infinita generosidad, en su derredor todos fuímos a medrar. Se medraba a su lado. Se inedraba frente a él.
Nadie fué más calumniado. Se le tildó de asturiano. ¡De extranjero!
(¡A él, que con Martí, le puso rótulo de nación a un pueblo que al final se lanzó al abismo en el más extraño de los suicidios colectivos!)
Cínico. Resentido. Demagogo. Simulador.
¡Ladrón!
¡Le crucificaron en la infame causa 82 y al pie de esa cruz los fariseos de ayer y los de hoy fueron a darle de beber arcibar ! Pero él no sintió sed.
Con anterioridad, por dos veces, en 1933 y en 1940, con la brutal fuerza de la espada le desgarraron su investidura popular. Pero él no claudicó.
¡Qué ontología tan pura la de ese gran espíritu que jamás declinó frente a embestidas tan brutales e inmerecidas! Por el contrario la más contagiosa sonrisa de la isla era la manifestación de su vivencia. El más fino humor, el síntoma de vida de quien no necesitaba de Sancho para desempeñar el más brillante rol de Quijote.
Cuando se le apostrofó tan cruelmente jamás bajó la cabeza. Siempre buscó el combate. Jamás huyó. Ni en los instantes en que la nación se la derrumbaba con asombrosa fragilidad por doquier a fuerza de la mandarria de un Atila a quien se trajo de las montañas disfrazados de Cincinato.
A la calumnia opuso su prestigio. Su voluntad de vencer. A la insidia cobarde su suave, fina y mordaz ironía. A la bravuconería su insólito coraje. La placidez de un santo a la traición. La convicción de un apóstol.
Se ha dicho ahora que, al morir, mejor dicho, que al dejar férreamente ensamblados sus huesos como trinchera en tierra cubana, como él quería, lo hemos perdido. Es la última calumnia con que se pretende destruirle. El último ardid para con su memoria. Miserable ardid de los que no podemos resistir que la luz radiante de su sacrificio ponga en evidencia vergonzosa la esterilidad de nuestras conductas. Y todo si ese sacrificio y ese ejemplo del Dr. Grau San Martín pudiera venderse en un "market" de este gigantesco gheto que es la colonia cubana de Miami.
Porque en el fárrago tortuoso de toda la palabrería hueca con que queremos expresar un dolor fingido, todos los cubanos cobrades que andamos hueyendo por las cuarto esquinas del planeta Tierra, queremos enterrarle. Como si al tirarle unas paletadas de tierra a sus venerables huesos pudiéramos ocultar la magnitud gigantesca de nuestra cobardía y falta de madurez.
¡Falso! Ramón Grau San Martín no ha muerto. Figuras de su estirpe nunca mueren. Cíclopes de esa índole, cuando se inmolan en aras de su propia conducta, fundan ideas, escausan ideales y discurren muy vivas por la historia marcando hitos refulgentes de inmortalidad en la eterna lucha por la libertad.
Con lágrimas en los ojos yo he sabido recibir su latigazo. El latigazo de quien a los ochenta y siete años de edad supo erigirse en trincheras de huesos para defender su dignidad de hombre libre. Desde lo más profundo de mi alma confieso mi verguenza -de ahí las lágrimas -al escribir estas palabras huecas en recuerdo de quien sabía como morir todos los días para ganar la eternidad.
FIN
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