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La escena es en el despacho del Presidente de la República. Año: 1947. Mister Anderson, Secretario de Agricultura del gobierno norteamericano, contempla las inquietas manos del Dr. Ramón Grau San Martín entregadas en ese instante a hacer el célebre pollito, y de súbito el alto funcionario yanqui inicia el diálogo:
-Usted dirá, señor Presidente, Como usted sabe, mi viaje a La Habana ha sido motivado para que nos pongamos de acuerdo en lo que se refiere al precio de la zafra azucarera de este año, esto es: el precio de exportación a mi país.
Grau: Pues mi Gobierno, señor Secretario, considera que debemos vender la zafra de este año sin precio.
Anderson: Todo en la vida tiene precio, ¿cómo puede aspirar usted, Honorable señor Presidente, a vender algo sin fijarle precio?
Grau: De una manera muy fácil, mister Anderson. El precio lo determinará en este caso la necesidad colectiva del pueblo cubano. Más claro: el costo de la vida de un ser humano fijará el precio en razón de que la zafra azucarera en nuestra principal fuente de riqueza. Echemos mano a una cláusula flexible de precio de precio directamente relacionada con ese costo y ya está resuelto el problema
Mister Anderson por un instante creyó que le estaban tomando el pelo o que aquel anciano, que no cesaba de hacer el pollito, estaba hablando galimatías.
-¡Imposible, señor Presidente!, desde el borde de su butaca casi gruño Mister Anderson. Y agrumentando: Es mucho más caro, digamos, cubrir las necesidades de abrigo de un estibador de los muelles de Nueva York que las de un obrero de La Habana que disfruta de un clima cálido.
Grau: Yo le afirmo a usted, señor Secretario, que sudar a un obrero cubano le cuesta mucho más caro que abrigarse a un estibador de su país.
Y allá se fue el Dr. Ramón Grau San Martín con una prolongada y sabia disertación de fisiología para enseñarle a mister Anderson cómo el trópico genera con el calor una necesidad de calorías que se eliminan diariamente en forma de sudor, causando un gasto permanente mientras que el abrigo se adequiere una vez por año.
- ¡Me rindo! Ha ganado Usted, señor Presidente, concedió Anderson.
Al llegar a Estados Unidos, el Secretario de Agricultura yanqui declaró a la prensa de su pais:
-He tenido la satisfacción de negociar con el Presidente de un pais que conoce muy bien su oficio de defender inteligentemente los intereses de su pueblo.
¡Y pensar decimos nosotros, que a aquel viejo sabio y corajudo la gente de su tiempo lo tildaba de cantinflesco!
No fue una casualidad, no, la llegada de Fidel.
FIN
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