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Organizacion Autentica

CONFERENCIA INTERAMERICANA PARA EL MANTENIMIENTO
DE LA PAZ Y LA SEGURIDAD DEL CONTINENTE
(Río de Janeiro, 1947)


Discurso pronunciado por Su Excelencia el doctor Guillermo Belt,
Delegado de Cuba, en la Tercera Sesión Plenaria


Señor Presidente:

Señores Delegados:


La República de Cuba vuelve otra vez a una Conferencia de América, plena de fe en los destinos de este Hemisferio, dispuesta a ofrecer su cooperación incondicional a todo aquello que contribuya a consolidar más, si es que esto fuere posible, los ideales americanistas de unión fraternal de nuestros pueblos. Y es con verdadera complacencia y pleno de fe, repito, que tengo el honor de saludar, en nombre de mi país, a esta magna Asamblea de naciones americanas y a la ilustre personalidad que la preside, el insigne internacionalista doctor Raul Fernandes, admirado por todos los amantes de estas complejas y difíciles disciplinas.

Quiero también evocar un recuerdo cariñoso para un gran estadista brasileño, amigo queridísimo, ya fallecido. Me refiero al Embajador Pedro León Velloso, a cuya patria y a cuya personalidad amada entre nosotros, rendimos tributo al decidir que fuera la capital maravillosa de su bello país la sede de esta Asamblea. Y aquí estamos en este precioso recanto de la América del Sur, asilo veraniego de un gran Emperador, rebosante de belleza y debrumado del verde, oro y azul del trópico, que tanto me hace recordar el panorama de mi patria.

Quizás sea esta reunión el punto de partida de una nueva era, de un nuevo ciclo de la historia americana. Quizás las determinaciones de esta Asamblea conviertan en profeta del Nuevo Mundo al ilustre polígrafo cubano don Manuel Sanguily, cuando dijo que el panamericanismo es una síntesis de ideas cuya forma es la república, cuya base es la libertad, cuya esencia es la democracia y cuyo término será la federación.

No hay duda de que esta unión de las Américas, en estos últimos años, ha descendido de las esferas de la especulación intelectiva, dejando atrás los acercamientos transitorios y las uniones pirotécnicas y superficialmente declamatorias, para galvanizar en hechos físicos la unión de todos los pueblos de América.

Desde luego que en ello han influído la geografía y la historia, pero mucho más los intereses, y sobre todo el amor a la libertad y el miedo insuperable a perderla. El instinto de conservación en presencia de la reciente catástrofe mundial y de las sucesivas hecatombes político-sociales precipita el acontecimiento de la unidad americana frente a las fuerzas apocalípticas que amenazan la integridad continental. Rara paradoja: puede ser que nuestra unión sea lo único verdaderamente útil y constructivo dejado en el escenario político del mundo por la téncia desoladora de los grandes señores de la guerra. Después de todo, en tenebrosas tormentas se inician y epilogan los ciclos del progreso humano; las reacciones del instinto de conservación son precedidas de traumas psíquicos, que despertando a los pueblos movilizan millones de conciencias en pro de nuevas orientaciones o directrices de cooperación y concordia.

El mundo, en un desequilibrio económico y social que espanta, parece como si se preparase para acontecimientos cuyos alcances no pueden precisarse y cuyas consecuencias aterrorizan.

Actitudes políticas orientadas por egoísmos irreprimibles e inconscientes amenazan ensombrecer futuras esperanzas tratado de estrujar conquistas materiales y espirituales acumuladas en siglos y amasadas en sangre. La América no puede estar desapercibida. Creo, pues, que somos nosotros los llamados a impedir el crepúsculo de una civilización y estoy seguro así será, ya que la América es un constante amanecer y los hijos de estas tierras se transforman tantas veces como haya ideas generosas que sirvan de guía a la conciencia americana.

En San Francisco, cuando se discutió la Carta fundamental de las Naciones Unidas, nuestra delegación empeñó recia batalla por el reconocimiento dentro de esa Carta de los sistemas regionales. No voy a hacer historia de esa lucha en el seno de aquella Conferencia para lograr la inclusión de esos sistemas. Conviene recordar, no obstante, que de un lado estaban los que reclamaban para las Naciones Unidas universalidad absoluta, y del otro los que como Cuba y algunos países más, aspiraban a esa universalidad pero manteniendo siempre el Sistema Regional Interamericano. Muy lejos de nosotros, entonces y hoy, la idea de mantener ese Sistema como un bloque de países dentro de las Naciones Unidas. Nuestra intención fue defenderlo como una reserva para el caso de que fracasase en sus nobles empeños la Organización de las Naciones Unidas, y a la vez mantenerlo para resolver en familia todas las discordias, querellas o disputas que pudieran surgir entre los hermanos de este Hemisferio.

Logrado el reconocimiento de los sistemas regionales por la Carta de las Naciones Unidas, corresponde ahora la tarea de hacer un tratado mediante el cual el Sistema Interamericano sea capaz de preservar la paz y la seguridad de este Hemisferio.

Ciertamente no hemos venido a Río a un simple cotejo de las firmas del Acta de Chapultepec. Hemos venido aquí, y así lo entiende la Delegación de Cuba, para ratificar los principios que los Estados Americanos han venido incorporando a su Derecho Internacional desde el año 1890, y para incluir otros que tiendan a hacer mejores y más sinceras las relaciones de amistad entre nuestros pueblos. No debemos hacer en Petrópolis lo que se hizo en San Francisco. El tratado que vamos a suscribir, a diferencia de la Carta de las Naciones Unidas, tiene que ser absolutamente claro y preciso. Tiene que ser un tratado sin cláusulas de evasión.

Hay que demostrar al mundo que es posible la cooperación y unión sincera entre los pueblos americanos, sin turbias reservas mentales. Los principios y las reglas que hemos de establecer aquí deben ser teminantes en su espíritu y en su letra.

La Delegación de Cuba considera que el capítulo que se refiere a las amenazas y a los actos de agresión será incompleto y carecerá de valor si en el mismo no se incluyen las amenazas y agresiones de carácter económico. La simple notificación que un Estado haga a otro de que aplicará sanciones o medidas coercitivas de carácter económico, financiero o comercial si no accede a sus demandas, deberá ser considerada como un acto de agresión. Mi Gobierno confía que esta doctrina, enunciada por nuestro Presidente, el doctor Ramón Grau San Martín, será incluída en un artículo del tratado que discutimos. Confiamos, asimismo, en que se apruebe este artículo por unanimidad. Como tenemos la absoluta certeza de que nadie, absolutamente nadie, pretende aplicar unilateralmente sanciones o medidas coercitivas de carácter económico contra otro Estado, nada más lógico y natural que reconocer este principio en el tantas veces mencionado tratado. Los dispositivos del Código Penal no preocupan jamás al hombre de bien. Un principio, en fin, que no va dirigido contra Estado alguno y que no tiene otra intención ni otro objetivo que el evitar que surjan conflictos entre los pueblos de América que pudieran poner en peligro la lograda unión y solidaridad, bases inconmovibles en las que habrá de descansar toda la estructura del Sistema Interamericano.

El desequilibrio económico, una de las dolorosas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, hace de la economía dirigida un arma en potencia tan peligrosa como una amenaza de rompimiento de relaciones diplomáticas, o quizás hasta la de una declaración de guerra. Puede reducirse un país a la impotencia bloqueando sus costas, al impedir llegar a ellas los alimentos y artículos indispensables para su subsistencia. Se puede también reducir un país a la miseria impidiéndole el acceso a los mercados y materias primas del mundo. Una amenaza económica puede producir iguales temores que una amenaza de guerra. En algunos casos, la aplicación de sanciones económicas puede ser una medida tan desastrosa como la guerra misma. La trascendencia de las sancioens económicas está expresamente reconocida en el Acta de Chapultepec y en la Carta de las Naciones Unidas. En ambos instrumentos se fijan las medidas que deberán aplicarse como castigo a aquellos Estados que pusiesen en peligro la paz y seguridad internacionales, entre ellas la interrupción total o parcial de las relaciones económicas, comerciales o financieras. ¿Cómo pueden, señores Delegados, los Estados que suscribieron la Carta de las Naciones Unidas y el Acta de Chapultepec negarse a reconocer como amenazas o actos de agresión aquellos que tienen un carácter netamente económico?

Un tratado para la preservación de la paz y la seguridad de este Hemisferio, en el cual no se incluya la definición de las amenazas y de las agresiones de carácter económico, equivaldría a un tratado para el desarme mundial en el que no se determinase claramente el control de la energía atómica. Pretender que esta Conferencia no trate de las agresiones de este carácter porque este es un tema económico equivaldría a que en una conferencia de desarme se pospusiera la discusión sobre la reducción o destrucción de cañones y acorazados para transferirla a una conferencia mundial de industrias del acero.

Se ha dicho que la cuestión relativa a asuntos económicos no debe ser objeto de discusión en esta Conferencia, debiendo por ello aplazarse hasta la Conferencia de Bogotá. No se trata de un tema económico. Se trata precisamente de amenaza y agresión y, por lo tanto, el único momento adecuado para debatirlo es precisamente el actual, en que se van a definir las amenazas y los actos de agresión. Vean, pues, señores Delegados, cuanta es la razón que asiste a esta doctrina.

Señor Presidente y señores Delegados:

En nombre de mi Gobierno deseo hacer profesión de fe en los ideales del panamericanismo, que nos inspiran en el deseo por el éxito final de nuestras gestiones en esta Conferencia. Quiera el Todopoderoso iluminarnos para que Su ayuda divina nos permita completar con éxito y prontitud la tarea a nosotros encomendada. Y para terminar, séame permitido recordar textualmente un párrafo del memorable discurso pronunciado hace cincuenta años por el visionario y peregrino de América, José Martí, Apóstol de las libertades de mi país:

América, gigante fiero, cubierto de harapos de todas las banderas, que con los gérmenes de sus colores han intoxicado su sangre, va arrancándose sus vestiduras, va desligándose de estos residuos inamalgables, va sacudiendo la opresión moral que distintas dominaciones han dejado en ella, va redimiéndose de su confusión, del servilismo de las doctrinas importadas, y vive propia vida, y ora vacilando, firme luego, siempre combatida y estorbada, camina hacia sí misma, se crea instituciones originales, reforma y acomoda las extranjeras, pone su cerebro sobre su corazón, y contando sus heridas, calcula sobre ellas la manera de ejercercitar la libertad.

Muchas gracias.


Dr. Guillermo Belt


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