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Impunidad y libertad. ¿Son compatibles?


Recientemente se leen numerosos artículos sobre el tema cubano y se discute el perdón vs. la venganza, el olvido, la reconciliación entre los cubanos, la salida incruenta etc. etc. Cuente usted todos los sustantivos y adjetivos que guste. Ahí están a su disposición. Lo que falta en todo este discurso es ajustarse un poco más al sentido común y menos a la pasión y/o al sentimentalismo. La justicia y el castigo contra el crimen existen porque de lo contrario es imposible vivir en sociedad. El hombre, animal gregario como es, necesita que unos valores mínimos sean protegidos para poder convivir. Cuando se vulneran es preciso castigar a los culpables. Castigar no es vengarse. Es una profilaxis social. El delincuente sufre un castigo mayormente no para satisfacer los deseos de venganza de la víctima, si es que los tiene, si no para que el resto de la sociedad pueda vivir en paz. No es diferente con los delitos comunes que son producto de imponer una idea política. Al contrario existe aún mayor razón para hacerlo, precisamente por eso, para que no vuelva a suceder. Es la razón de ser de los procesos de Nuremberg y los nuevos enfoques del derecho penal internacional que habla de crímenes contra la humanidad como el genocidio, el terrorismo y la tortura. Estos crímenes, que son abominables, se declaran de persecución universal, quiere decir, que se da jurisdicción a todos los países que firmen los tratados contra esos crímenes y se declaran ademas los delitos como imprescriptibles. Para abundar se establece también que el principio de la obediencia debida a un superior no es defensa contra estos delitos.

Irónicamente, Cuba ha firmado todos esos tratados. Pero es sabido que en Cuba hay tortura a granel, hay terrorismo de estado y se pudiera hablar también de genocidio, (tema que no toco porque requiere un artículo para sí). Si todos estos abusos se convierten en nada el día que desaparezca Castro, entonces no se puede garantizar una vida normal en la Cuba futura ni una democracia que respete las libertades.

¿Por que? Pues porque la impunidad de los malos genera en la ciudadanía el desprecio por la ley y las instituciones y en ésas se basan la democracia y la libertad. Es la tragedia de todos los países de que avanzan lentamente hacia la creación de una sociedad libre. Tienen que romper los hábitos de impunidad del poderoso. Vean si no el caso de Rusia y otros. ¿Han mejorado? No mucho, verdad.

¿Y por que? Porque los matones y ladrones son ahora discipulos no de Marx sino de Adam Smith y con su dinero mal habido compran conciencias, policías y jueces. ¿Y por que los compran? Porque se les consintió la impunidad. Una cosa es alentar el caos y la toma de la justicia por la propia mano, siempre reprobable, y otra un sentimentalismo perdonador de todo, que es tan cómodo como tonto. No, lo justo es juzgar con justicia y con la severidad que requieran las circunstancias agravantes o atenuantes que afecten al acusado, al cual se le deben todas las garantias procesales incluyendo por supuesto la presunción de inocencia.

Así se crean países. Lo demás son tonterias que no vale ni la pena rebatir si no fueran tan perjudiciales en sus consecuencias. No se trata de venganza, se trata de poder sobrevivir en un sociedad viable. Las sociedades de matones y poderosos sólo son agradables a los que tienen alma de esclavos porque así nacieron o porque no conocen otra cosa. Los cubanos que llevan tiempo en estos lares deben propagar la idea de que viven en un país libre porque hay instituciones y no hay impunidad. Esto mismo debemos pretender para nuestra Cuba. Desechemos pues la cuenta horripilante de quién mató más en el pasado. Investiguemos quién salió o no salió impune y qué gobiernos castigaron o no el delito y en qué medida, y con qué garantias procesales. Ese es un análisis fructífero del pasado que puede dar luz sobre los fallos y la conducta futura. También comprenderemos entonces el por qué de los estallidos de ira popular y los excesos. Cuando en una sociedad hay impunidad y desprecio por la ley a los niveles más altos, ésta se hace extensiva a la psique social y entonces se imita lo malo a la hora de hacer justicia.

Para reconciliarse hay que perdonar al contrito. Si tiene delitos esto no lo exime de sanción, pero puede rebajarla. Al arrogante y reincidente el perdón sin consecuencias lo vuelve más arrogante y osado. Tal parecería que los pueblos a veces intuyen esos resultados y de ahí los estallidos de ira. Por eso el dialoguerismo insulso es tan nocivo. Sólo producirá más sangre y desolación pues al final la gente se toma la justicia por su mano. La nueva Cuba libre merece más que eso.

Pidamos pues justicia de la verdadera, la que Cristo hubiera aplicado. Y recordemos: Dios perdona y también castiga y nos hizo a su imagen y semejanza. Nuestros defectos nos hacen ser imperfectos a la hora de hacer justicia o dar el perdón, pero ello no es óbice para tratar de hacerlo como se debe: ni perdón de gratis ni justicia con rencor y venganza.


FIN


Alberto Luzárraga


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