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Estas seis palabras se pronuncian muy fácilmente, pero hacer sobre ellas un análisis profundo y en correlatividad directa con los hechos, lo considero totalmente imposible. Un acendrado escritor podría hacer de ellas maravillosas- obras literarias, llevándolas, cual el Dante, en su Divi-na Comedia, a un cuadro realista de primer orden, merece-dor de ser contado épicamente. Nuestro PRESIDIO POLITICO FEMENINO podemos considerarlo epopéyico, por su trascedencia heroica; en general, actualizaría Homero y en sus cantares, iría divulgando una nueva Odisea a través de los pueblos. Tal es el respeto que tengo por ese inolvidable presidio político cubano, brutal, despótico, barbara-mente cruel, el que presenta, sin embargo, en general su ensañamiento y alevosía, la hermosura incomparable del valor humano, frente a los bestiales desmanes del enemigo.
Desde la época colonial, la mujer cubana demostró su herencia rebelde hacia las intromisiones extranjerizantes, alzándose contra sus propios progenitores hispánicos cuando ellos tiránicamente mantenían a sus hijos bajo la égida de un quijotesco dominio. Se lanzó a la manigua tomando el fusil o el machete, quemó su propio hogar, arengó a sus hijos a la lucha emancipadora, en fin, la verdadera mujer cubana, la que sabe serlo en todo momento, fue, es y será, el complemento directo del hombre en el proceso cívico-social de la patria. La lucha por la liberación de nuestro pueblo comenzó en tiempos de la colonia; a pesar de lograda ésta, fueron muy pocas las mujeres que se dedicaron a las labores fuera de su domicilio, alguna más que otra, ocupó puestos políticos, entre éstas, por necesidad económica se encuentra la madre de nuestro Apóstol, la señora Doña Leonor Pérez, quien aceptó un humilde cargo gubernamental y, paradojas de la vida, lo logra gracias a que otra patriota dama se lo cedió.
Ya por el año 18 se inauguraron las Escuelas Normales, del Hogar, etc., comenzaron a asistir a institutos, escuelas técnicas e industriales, la primera de éstas situada en Rancho Boyeros, a la que le puso por nombre el de Martha Abreu, ilustrísima patriota villareña, quien vendiera sus joyas y diera más de $100,000 para la causa libertadora. La mayoría, sin embargo, se, reintegró a su hogar, a realizar labores propias de su sexo, como se llamaba por entonces a todo lo referente al trabajo casero; no obstante, en la sombra de su intuición femenina, avalada por un gran corazón, guiaba al hombre en la mayoría de los casos, y cuando la patria fue movida por algún sismo cuyo resorte lo manejaban malos gobernantes, la mujer, enhiesta, con igual entereza que el hombre, decía presente.
En 1933, después de derrocado el gobierno despótico de Machado y habiendo tomado el poder durante 100 días el doctor Ramón Grau San Martín, asesorado de hombres como Tony Guiteras, es que le fue concedido el voto a la mujer, pudiendo aspirar a cualquier cargo público. Mas tarde la Constitución del 40 afianzó todos los derechos femeninos equiparándolos a los del hombre. Siguió su batallar cuando se conmovió toda la ciudadanía ante el golpe militar del 52; las mujeres, pristinamente, desde las universidades y otros centros educacionales, el hogar, asi como las intelectuales, obreras, campesinas, elevaron su enérgica protesta ante esta nueva violación constitucional y es, precisamente la mujer, por su estado supeditivo durante siglos quien inicialmente exalta más nuestra activa protesta cuando en el horizonte de Cuba aparece el primer signo rojo del anti-cristianismo. Unas toman las armas, otras esconden hombres y mujeres, otras queman sus hogares, entrenamos y preparamos hijos para combatir al traidor comunista, abandonamos a la vez nuestras casas y familia; para defender la patria con la vida si así fuera necesario, del pulpo que abre sus tentáculos para estrangular la moral, la economía y todo lo digno que hallaron en un país eminentemente religioso.
En ese combate desigual caímos cientos de mujeres presas. La primera recogida masiva lo fue cuando los invasores de Playa Girón; de Oriente a Occidente se desató desenfrenadamente la más brutal de las represiones; no eran hombres, eran fieras, que hambrientas se lanzaban hacia los inocentes víctimas; fusilamientos en masa, hacina- mientos en campos de concentración, allanamientos de morada, robo, pillaje, tiroteos en esos centros de acumulación, en donde fueron heridos a mansalva hombres y mujeres, no respetando ni el sagrado estado de maternidad, y así murieron varias al provocarles tales desmanes en estado de gestación, abortos sin atención médica resultaron fatales convirtiéndose en sacrificadas cual el inocente cordero que se inmola en aras de Jehová para calmar la ira por las afrentas inferidas a su sagrado nombre.
En esta etapa, o sea, el 17 de abril de 1961, se recrudece en Cuba la represión comunista, cayendo en todo su rigor el brazo armado con el mismo ensañamiento y alevosía que en el hombre. Muchas desde esa fecha, otras antes, quedaron apresadas en las ergástulas rojas, muriendo tras las rejas por falta de asistencia médica, entre ellas:
Lydia Pérez, en junio de 1961, de parto. Su esposo preso en otra cárcel, al saber el deceso de su amada esposa, se suicida.
En diciembre de ese año Julia González Roquete tenía un fuerte dolor de muelas, fallace de septicemia.
Aida, hija de los dueños del teatro AIDA de Pinar del Río, había profesado como religiosa; cuando es condenada, ya era conocido de todos el mortal diagnóstico, su corazón había enfermado, se agrava pronto, pero nada conmueve a sus verdugos, ni su mal ni la presencia de aquellos ancianos padres, y muere sin haber obtenido la libertad en la tierra.
Lolín Correoso, hija del Cónsul inglés en Camagüey, culta, bella, buena, con 20 años de condena y otros tantos su prometido, enferma de cáncer, manteniéndola así hasta convencidos de que el mal se ha extendido, la ponen en libertad, para que muriera días después, como un gesto alardoso de fingida bondad.
Nereida Polo, una simple operación, algo que en manos diestras se hubiese resuelto en pocos días, la llevan por tres veces a una mesa de operación. No les bastaba saber que a su padre le costaría la vida el enterarse de una paliza que le propinaran a su valiente hija. Aún padece en Cuba de las fatales consecuencias.
Bertha Alemán, otra brava e indomable mujer, pequeña de estatura, pero gigante espiritualmente, a quien operaran ya en estado avanzado de cáncer y si aún vive se lo debe al fraternal empeño e idoneidad profesional de la enfermera Olga Marrero, presa plantada, quien tantas vidas salvara en aquel inolvidable y cruel presidio.
Antonia Rodríguez, no les bastó con asesinarle a un her-mano y a varios alzados más, ocultos en una cueva hecha dentro de un bohío, queman éste y los acribillan a balazos, le queman su propia casa con todas sus pertenencias ante los ojos aterrados de su anciana madre que enloquecida clama piedad del cielo, lo que encontró, según nos contó (rodando por sus mejillas gruesas y alquitaradas lágrimas) fue un despojo humano, cuando ocho años más tarde pudo verla.
Hablemos ahora de las cavernarias bartolinas de Guanabacoa, saturadas de toda clase de sabandijas apestosas en grado sumo, estrechas, inmundas cuevas usadas antiguamente para castigar a infelices esclavos, allí nos amontonaban hasta seis o siete, en un lugar donde apenas cabía una persona sentada y como si esto fuera poco, en otras pocilgas semejantes almacenadas como fardos podridos a las infelices comunes, en esa promiscuidad asqueante, introducían lo mismo a la pobre huérfana de la desaparecida beneficencia, a la menor de aquélla ya legendaria Aldecoa (Correccional de niñas menores) o a la que no pudiendo soportar los maltratos en los campos de trabajos forzados, estudiantiles, así como cualquier acto propio de una juventud que se revela ante sus opresores. Era horripilante escuchar los alaridos de niñas que pedían protección y clemencia, a sus carceleros ante los ultrajes de que eran objeto por otras mujeres, ¿qué digo? mujeres, no, las hienas asquerosas, prostitutas muchas por el medio ambiente y a la vez cebo corrompido cuya putrefacción conlleva el camino hacia la concupiscencia más abyecta. Las galerías altas, ocupadas primero por hombres y mujeres de la peor calaña, un poco mas habitables que las ya descritas, cuchitriles, las desalojaban y sin limpiar las miasmas que dejaran aquellos cuerpos, en su mayoría podridos, nos introducían a nosotras las mujeres sin zapatos, y a mano limpia nos veíamos obligados a asearlas hasta donde nos fuese posible.
En Guanajay estaban las célebres tapiadas, allí tampoco sabíamos si era de día o de noche, siempre en tiniebla, como no veíamos lo que comíamos, una cucaracha, mosca, gusano más o menos no se echaba a ver. Hasta allí nos ofrecían palizas la guarnición con su correspondiente requisa, llegándonos a dejar en solo blúmer y ajustador, durmiendo en el suelo y hasta quitarnos las cucharas con que nos llevábamos a la boca el salcocho propio de puercos, que nos ofrecían. También nos regalaban con chorros de agua, cual si trataran de apagar el más voraz incendio. Como seguían obsequiándonos con la compañía de las comunes, escogieron, en cierta oportunidad a un grupo de las más infestadas, con enfermedades venéreas, brindándoles un refrescante baño en el agua de la cisterna que nos daba ese imprescindible líquido al pabellón de las tapiadas.
Todo ello originaba fuertes protestas por parte de las presas y como colofón, el castigo para nosotras por tan justa actuación. Lo peor era que nuestros familiares, sin reparar en su edad, sexo o condición fisica por reflejo, recibían a la vez la ira desenfrenada de aquellos bárbaros, émulos de los invasores medievales, quienes montados a caballo comían la carne de sus propios hijos, asesinados para su sustento por sus progenitores. Ahora bien, aquello sucedió en la Edad Media' pero parece mentira en la edad contemporánea se repita, época de la más depurada de las civilizaciones.
Expliqué al comenzar este relato la dificultad de concisar, extractar y correlativizar el PRESIDO POLITICO HISTORICO CUBANO; para quien no lo haya sufrido en sus propias carnes ha de parecerle estos datos, extraídos de una espeluznante mitología; por ello, yo conmino a mis hermanas a que si han sufrido este martirologio, sobre todo a las que supieron mantenerse en una postura cívico-social y moralmente digna, a que escriban y divulguen sus propias experiencias. Para que no sólo sean conocidas del mundo inconsciente que nos rodea, sino también para bochorno de países y personas que han permitido y permiten una nación tan próspera y culta, se convirtiera en el basurero donde vierte su estiércol el nauseabundo comunismo
FIN
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