Alberto Gonzalez-Recio, Martir

Alberto González-Recio, Mártir
Por Hilda Perera

Alrededor del 17 de abril, vuelvo a ver su cara sonriente, sus ojos chispeantes y ligeramente oblicuos, su cuerpo macizo, su fe en la vida y en la potestad de los hombres honrados para cambiar el destino adverso. Creía, como se cree a los veinte; ningún desengaño artero, ninguna amargura le había tornado meditabundo o postergador. Veía la acción clara como una gota de agua y no le amarraban los ímpetus temores por sí mismo, ni siquiera la posibilidad del triunfo o fracaso de su empeño vital.

Creía en la democracia y la tradición cubana exigía por esencia la libertad y el derrocamiento de los tiranos: así de fácil su credo. Por él merecía entregarse la vida. ¡Una gloria de hombre este David idealista, escudado por verdades sencillas!

La pantalla de mis ojos lo proyectan en un ayer cuadrado, de papel. Rebosante de salud y triunfos, está, en traje de cadete, recibiendo en Valley Forge el diploma de más alto honor concedido a un graduado. Junto a él, una mujer de pelo derramado sobre los hombros, negro y casí líquido, lleva una pamela de los que llevan las jóvenes a graduación de novios; al otro lado está la madre, orgullosa de vivir la maravilla.

Hobo hasta one oferta tentadora

-¿Quiere seguir a West Point? Entraría usted con grado de teniente. Eso sí, como es lógico, tendría que hacerse ciudadano norteamericano.

No. Grave, seguro: no. Tenía a Cuba en el tuétano de los huesos; centraba su ser Cuba. No.

Estudiar derecho entonces. Allí frente al patio de los Almendros, subiendo a diario la catarata en piedra de la escalinata, tocando levemente como renuevo de fidelidad, la imagen de madre en bronce que la presidía.

Allí, el jolgorio de risas y el remolino de ideas, y el choque de ideologías y, en él, el afán de cumplirse tempranamente a la vida. Había un dictador y el deber de quitárselo del paso a Cuba.

Empezaron los riesgos. Las reuniones secretas, el ir y venir fatigoso. Hasta que se sembró el estupor en los ojos de madre y novia: había intentado reclutar a miembros del ejército para convencerlos de su misíon, y un desventurado Ventura amenazó cortante, en su propia casa, después de un registro: «Si lo agarro vivo, no quedará de él ni un pedazo del tamaño de una uña».

La pantalla de mis ojos lo proyectan en un ayer de cuadrado, de papel. Rebosante de salud y triunfos, está en traje de cadete, recibiendo en Valley Forge el diploma de más alto honor concedido a un graduado.

Pero no son nadie él miedo y la amenaza para un hombre galvanizado por juventud e ideales. Había que seguir, hasta que se despeño la dictadura, hasta que otro revolucionario bajaba con marejadas de barbudos prometiendo democracia, humanismo, libertad, justicia.

Había que confiar siquiera un instante histórico. Entre los barbudos afanados, veo entrar al palacio de los deportes a un hombre pulcro. Llevaba un impecable traje azul. Era él

-¡Ah, sí! -me dije- la Revolución llama a sus filas y acuden todos los hombres de buena fe, todos los honrados. Eran los meses de embriaguez y confianza.

Pero el cadete de Valley Forge oyó antes que otros lo de ¿ elecciones para qué? Y se dijo, él que tenía la democracia grabada dentro a fuego de mambises viejos, "conmigo no cuentes". No para otra dictadura. No para borrar derechos y eliminar hábeas corpus, no para fusilar sin juicios, no para que otra voluntad omnímoda trace sola el destino de la patria. No para que se abran de par en par las puertas al comunismo de escasez esclava.

La libertad estaba lejos, pero había que llevarla a hombros, traerla a hombros, defenderla contra viento y marea. Contra viento y marea partió el cadete clandestinamente en una noche de febrero, hacia unos barcos que esperaban lejos de la costa.

De ahí, " porque los derechos nose mendigan; se arrebatan," estaba en los campamentos, escribiendo a su hermana mientras se aprestaba a la lucha: "Detesto la guerra, pero ahora es necesaria, o Cuba se pierde para la democracia". Y terminaba con un relámpago de futuro: "Yo no quiero caer prisionero, mi hermana".

Murió de sed y de hambre…pero murió confiando en que otros ejércitos de otros jóvenes llevarían a hombres la libertad de Cuba.

Confió este hombre nuevo. Confió en compañeros, en jefes, en potencias que juraban ayuda. Confió cuando se embarcó hacia Cuba, cuando miró sus playas, cuando saltó a tierra; confió aún en la derrota, cuando, por no entregarse, huía rompiendo los yerbazales espinosos. Confió en la democracia y el retorno, aun cuando atravesando a nado el brazo de mar que los separaban de un cayo, vio desaparecer entre las aguas a su amigo entrañable, Carlos Solís. Confió cuando se alzo a tierra, cuando faltaba el agua y mordía el sol, cuando ya no hubo alimento, cuando rondaba la muerte.

Murió se sed y de hambre, abandonado y solo, esta flor de hombría: Alberto González Recio. Pero murió confiando en que otros ejércitos de otros jóvenes llevarían a hombros la libertad a Cuba. Confió en la unidad futura; confió en que nadie se acostumbraría nunca a vivir sin justicia, sin democracia y, sobre todo, sin patria por quien morir confiando.
Playa Giron (1961-1991)
30 Aniversario 2506

DELEGACION ZONA NORTE
Enrique Oviedo * Erasmo Hernandez* Carlos Garcia
Miguel López Benites * Raul Sanchez * Luis Suarez

DIARIO LAS AMÉRICAS Domingo 21 de Abril de 1991

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Alberto González-Recio, Mártir Por Hilda Perera

Alberto González-Recio, Mártir
Por Hilda Perera