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En la preparación de
la guerra, Martí violó las leyes de neutralidad de este país; él sabía que lo
estaba haciendo, y trató por todos los medios que su actividad ilegal no
fuera descubierta. Lo que quiso hacer con el plan de Fernandina, el puerto
cercano a Jacksonville, por el que saldrían a principios de 1895 tres
embarcaciones con hombres y armas para iniciar la insurrección en Cuba, era
un delito. Fue por eso que al ser descubierto, las autoridades impidieron la
salida de los barcos, arrestaron a varios de los comprometidos y se
incautaron las armas. Y hasta que Martí salió hacia Santo Domingo, dos
semanas más tarde, tuvo que vivir oculto, con nombre falso, como un prófugo,
porque las autoridades judiciales lo buscaban.
En noviembre de 1891
los emigrados de Tampa, reunidos con Martí, hicieron públicas unas
"Resoluciones" que pronto culminarían en un partido político.
Hablaban del "alma democrática" que los inspiraba, y se aclaró que
la organización no pretendía establecer en el país "el predominio actual
o venidero de clase alguna", sino que iba a trabajar "por la
agrupación, conforme a métodos democráticos, de todas las fuerzas vivas de la
patria". Respondía ese programa a lo dicho dos días antes por Martí, en
su discurso del Liceo: "Cerrémosle el paso a la república que no venga
preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la
prosperidad de todos los cubanos".
A principios del año
siguiente, con los emigrados de Cayo Hueso, Martí creó el Partido
Revolucionario Cubano. Su estructura era sencilla: en cada región habría una
serie de asociaciones autónomas cuyos presidentes formaban un Cuerpo de
Consejo, el cual, a su vez, elegía un presidente sobre el que estaba la
autoridad de un Delegado elegido por las asociaciones. En el artículo 5 de
sus "Bases" se decía: "El Partido Revolucionario Cubano no
tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la
Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le
permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el
decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria
libre"; y en el 7, otra vez sobre lo que interesa aquí, se insiste en el
cuidado con que se debía actuar para "no atraerse, con hecho o
declaración alguna indiscreta durante su propaganda, la malevolencia o
suspicacia de los pueblos con quienes la prudencia o el afecto aconseja o
impone el mantenimiento de relaciones cordiales". Es decir, desde que se
fundó el Partido, Martí estaba consciente de que tendría que preparar la
guerra nada más que con "los medios eficaces" que le permitiera
"la libertad del extranjero".
A ningún corresponsal
tuvo mejor informado Martí, sobre esos asuntos, que a José Dolores Poyo,
presidente del Cuerpo de Consejo en Cayo Hueso. No sólo era Poyo un patriota
de gran influencia, director del periódico El Yara, a quien Martí respetaba y
quería, sino que el lugar era el mas populoso y rico de la emigración, y el
más vulnerable por su cercanía a La Habana. Por eso bastará, para lo que aquí
se quiere, con revisar estas cartas de Martí a Poyo como su amigo y dirigente
revolucionario.
"Preparar la
guerra, es guerra; impedir que se nos desordene la guerra, es guerra",
le escribe poco después de fundar el Partido. Se refería a la campaña de los
enemigos de la independencia para impedir las prácticas militares y los
envíos de armas a la isla, además de para sembrar el pesimismo y la discordia
entre los revolucionarios. Esa actividad, para Martí, y con razón, ya era
"guerra". El medio preferido por España a fin de lograr esos
objetivos era el de penetrar las organizaciones con "falsos revolucionarios"
así tener conocimiento de cuanto hacían sus miembros. Fue por ese motivo que
los "Estatutos" que regían el Partido, eran "secretos", y
a ellos sólo tenían acceso los presidentes de los clubs. En el momento
oportuno, los espías delataban los planes de los conspiradores para también
indisponerlos con el gobierno de los Estados Unidos.
Martí tenía
conocimiento de primera mano del espionaje español: lo había padecido en La
Habana, cuando se preparaba en 1879 la Guerra Chiquita, y al año siguiente,
en el mismo empeño, al llegar a Nueva York. En Cuba lo delató un autonomista
que se había hecho pasar por revolucionario, y en los Estados Unidos espías a
la paga de España supieron de la salida de la expedición de Calixto García,
lo que facilitó su captura y la derrota de los complotados en la isla. En
cartas a Poyo se encuentran estas recomendaciones: "Quitémosle [al gobierno
español] toda prueba de allegamiento de armas"; "Evite toda
manifestación pública de carácter armado, o formaciones con armas, o depósito
de armas"; "Exija absoluto sigilo en lo interior de los clubs sobre
esta organización, y ejercicio y compra de armas"; y aún en otra le
advierte de los manejos del enemigo para que pudiera "creerse en Cuba,
como el gobierno español desea que se crea", que los cubanos no gozaban
"de la simpatía ni del respeto de los Estados Unidos".
En otra carta, ésta
fechada el 9 de junio de 1892, Martí le hace a Poyo una serie de advertencias
que dejan ver su altura de revolucionario práctico y de conspirador; le dice:
"No es posible componer una guerra como se compone un cuadro o un drama.
No es posible, sino necio, esperar a que los hombres se pongan fríamente de
acuerdo... para levantarse, a un toque unánime, a la miseria y a la muerte.
Las revoluciones no se pueden refinar y peinar, para que salgan al salón a su
hora como coquetas bien vestidas, A las revoluciones se arrastra. Pero es
preciso tener fuerzas con qué arrastrar. Y ésa es nuestra única espera... Lo
que estamos preparando, porque no hay otro modo de salvar a nuestro país, es
la guerra... La república es nuestro fin, pero la guerra es nuestro medio, y
tenemos, desde hoy mismo, que allegar la mayor suma de recursos para la
guerra".
Sabía Martí del
trastorno que le traería al Partido, y. más en sus comienzos, que el gobierno
norteamericano descubriera sus trabajos fuera de la ley. Y también lo sabían
los españoles, quienes para lograr ese fin emplearon todo tipo de recursos e
influencias: desde delatores pagados por agencias de detectives locales hasta
contactos diplomáticos y comerciales en Washington y en otras ciudades de los
Estados Unidos. En carta de Martí a Poyo, del 6 de agosto de 1892, deja ver
su preocupación por ese motivo; le escribe: "... Fácil era entender que
el gobierno español, viendo en la extensión y el crédito de la organización
revolucionaria un enemigo verdaderamente temible, levantaría desde el
principio los mayores obstáculos a la organización, y procuraría por todos
los medios desacreditarla ante Cuba, mostrándola incapaz e indiscreta, y
culpable de la las ligerezas que Cuba teme y reprocha a los partidarios de la
guerra en el extranjero..." Y pasa enseguida a decirle las leyes que
estarían violando en relación con las armas, y a recomendarle el
comportamiento que debían tener en todo lo relacionado con ellas; le agrega: "La
organización militar visible, y el allegamiento y depósitos públicos
[subrayados los dos adjetivos en el original] de armas destinadas a atacar un
país amigo, caería dentro de las leyes de neutralidad, y el Partido
indiscreto que las violase, y que pudiese desde su aparición ser perseguido
por ellas, perdería naturalmente en crédito... Imprevisión imperdonable fuera
comprometer la libertad permitida de nuestra organización, y la obra de ir
allegando en privado todos los recursos posibles, por acto de ostentación o
documentos imprudentes que cayesen dentro de la ley que nuestros enemigos,
con habilidad y energía superiores a las de otras veces, se preparan a usar
contra nosotros. Hemos de privar al enemigo de la oportunidad que en estos
momentos prepara y ansía".
Las precauciones de
Martí estaba justificadas. No ignoraba la influencia española en los Estados
Unidos; poco antes de fundar el Partido, por su discurso del 10 de Octubre de
1891, ante la protesta del cónsul de España en Nueva York, y del ministro en
Washington, había tenido que renunciar las representaciones diplomáticas del
Uruguay y de la Argentina. Y sabía también del poder de la agencia Pinkerton,
al servicio de España para vigilar el exilio: tres semanas antes de cuando
Martí escribió la carta que ahora se comenta, Andrew Carnegie había
contratado 300 hombres de esa agencia para combatir a los obreros en huelga
en su fábrica Homestead Steel Mill: mataron a 20 huelguistas y al fin la
empresa venció al sindicato. Por eso Martí recomendaba suspender la compra
abierta de armas; añade en la misma carta: "La práctica de los Clubs de
adquirir aisladamente las armas que desean, contribuye claramente a despertar
las sospechas, esparce en los centros del Norte las noticias que se debieran
silenciar, y permite al enemigo ir poco menos que de seguro a la prueba de
nuestra violación de las leyes del país... Es de importancia extrema para el
gobierno español poder presentarnos ante Cuba en la manera en que Cuba nos
teme, como invasores sin lastre, sin consideración y sin propósito, y
demostrar a Cuba, por la persecución oficial de los Estados Unidos, que no
somos un Partido respetado y aplaudido por la opinión, sino un gentío
escandaloso e imprudente que tiene en su contra al gobierno de los Estados
Unidos".
La posición de Martí
lo llevó a hacer una consulta sobre las leyes de neutralidad. De su pesquisa
le escribe a Poyo el 4 de abril de 1894: "...Me es grato comunicar a Ud.
el resultado de la investigación legal originada por esta Delegación, a fin
de cerciorarse de un modo preciso de los peligros que pudiesen correr las
asociaciones del Partido Revolucionario Cubano al reunirse en público y
reunir fondos en territorio de los Estados Unidos, para auxiliar la
revolución de Cuba. La brevedad del tiempo y la suma de trabajo presente, que
de muchos días atrás tiene especialmente ocupada a la Delegación, me impide
reproducir integro el informe legal, cuyas conclusiones, por fortuna, basadas
en autoridad incontrovertible y superior, a propósito de los hechos
culminantes de esta especie en el país, vienen a ser, en resumen: que no hay
ley, alguna que se oponga, de cerca o de lejos, a la reunión publica o
privada de los miembros del Partido Revolucionario Cubano; que no hay ley
alguna que se oponga, ni indirectamente, a la reunión de fondos destinados a
la rebelión contra un país extranjero, aunque sea amigo; si no que a lo único
a que se oponen las leyes es al empleo [subrayado en el original] de esos fondos,
dentro del país, en armas y pertrechos para atacar a un país amigo…"'
Como se ve, Martí se
ponía fuera de la ley al emplear "fondos dentro del país en armas y
pertrechos" con los que se habría de "atacar a un país amigo".
Desde tiempo atrás compraba armas disponiendo en secreto su almacenaje para
las expediciones que saldrían de territorio americano. En las semanas
anteriores al fracaso de Fernandina, hizo compras de armas y municiones por
valor de muchos miles de dólares, y las despachó, hasta el puerto del que
saldrían, en cajas de madera y barriles como si fueran utensilios agrícolas,
clavos, y palas y picos para unas minas de manganeso, ocultando siempre su
último destino. Con el material adquirido era posible armar a más de un
millar de hombres.
El desastre de
Fernandina, desde el punto de vista militar, fue muy lamentable, por el
armamento que se perdió y el dinero invertido en el flete de las
embarcaciones, pero desde un punto de vista sicológico, y de la propaganda,
fue una victoria. La reacción de los emigrados y de los comprometidos en la
isla lo prueba. Cundió el entusiasmo. Con esos hombres y recursos era posible
derrotar a España. Les había advertido Martí a los presidentes de los Clubs
de Cayo Hueso, en la carta del 9 de junio antes citada: "Nos espera un
combate mortal, en que la colonia organizada, con la tácita ayuda de un
vecino astuto, está armada de pies a cabeza para, deshacer a una generación
descompuesta y acomodaticia que no ofrece tal vez la resistencia decidida y
compacta de la época romántica de la revolución. Hay mucho cubano contento
con la ignominia. La generación a quien toca hoy resolver se ha criado en la
irresolución. Es urgente lo que tenemos que hacer, pero lo tenemos que
hacer"; y añadía aquel sabio juicio de que "a las revoluciones se
arrastra...". El fracaso de Fernandina arrastró con superior energía no
sólo a los que creían posible su triunfo, sino también a muchos que lo habían
puesto en duda, y aun combatido el esfuerzo revolucionario.
También al preparar
la guerra siguió Martí el ejemplo de los que lo precedieron en las luchas por
la independencia. La geografía, junto a otras ventajas, llevaba a preferir el
territorio americano como punto de partida de las expediciones. Y a pesar de
las protestas de los enemigos de la libertad, siempre más despiertos y
quejillosos de la fuerza y la violencia contra la tiranía que de la fuerza
superior y la violencia del tirano, se siguieron enviado pertrechos de guerra
y patriotas a Cuba hasta derrotar al enemigo.
Desde la fundación
del Partido Revolucionario Cubano, y durante la guerra, fue Horatio S. Rubens
el abogado defensor de los que preparaban las expediciones militares, y de
aquella época dijo en su libro de 1932, Liberty: The History of Cuba": "Mucho
se ha hablado de la benevolencia de las autoridades americanas respecto a las
expediciones filibusteras, como se las llamaba. Nada más lejos de la verdad:
ni en la administración de Cleveland [1884-1888 y 1892-1896] ni en la de
McKinley [1896-1890]. No sólo casi todos los guardacostas del Atlántico
fueron puestos a disposición del departamento del Tesoro para impedir las
expediciones, sino que tuvieron como refuerzo para el mismo objetivo muchos
barcos de la marina de guerra. Los agentes especiales del Departamento del
Tesoro, el Servicio Secreto de los Estados Unidos, y el ejército de hombres
empleados por el gobierno español, de una famosa agencia privada de
detectives [la Pinkerton, de Nueva York], todos, con notable rapidez,
denunciaban las actividades de los cubanos que les parecían sospechosas. La
cantidad de arrestos y juicios, y el número fenomenal de reclamaciones contra
barcos y armamentos prueba la gran diligencia de las autoridades
americanas..."
Pero a pesar de la
complicidad manifiesta de Washington con La Habana, temeroso, quizás, de que
con la independencia de Cuba se le fuera para siempre la presa tantos años
codiciada, el patriotismo cubano se ganó el apoyo del pueblo de los Estados
Unidos hasta reducir su fiebre expansionista. Martí había puesto la primera
piedra . Su labor revolucionaria lo llevó a infringir la ley de neutralidad
de este país. ¡Bendita infracción! El había advertido: "Las revoluciones
no se pueden refinar y peinar, para que salgan al salón a su hora como
coquetas bien vestidas..." Y así, impura, desgreñada y mal vestida, ganó
la revolución la independencia de su patria.
FIN
Carlos Ripoll
1996. Editorial Dos Ríos
A Not-For-Profit Corporation
Edición fuera de comercio
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