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Es muy difícil condensar en una página, ni aún en muchas, la personalidad de Ignacio Agramonte. Y su acción revolucionaria, como político y como guerrero. Nada requería tan gran esfuerzo de imaginación y de exposición como presentarlo tal como fué, tal como fué modificándose, al través de las vicisitudes y peligros, en su ascensión continua hacia la perfección moral y patriótica que llegó a realizar en los momentos de desaparecer para siempre. Los contemporáneos nuestros, la generación actual, necesitaría darse cuenta, siquiera aproximada, del medio aquel, de aquellas circunstancias excepcionales en que tuvo que ejercitar sus facultades excelsas, en beneficio de la revolución y en pro de la independencia nacional; y eso no es posible ahora que han cambiado tanto las condiciones del país cubano . De él apenas si queda, en la rutinaria reverencia pública, un nombre egregio y más o menos vano, junto con el fragmentario recuerdo de hazañas imprecisas. Es pues, necesario esperar a que se escriba la historia de su breve y luminosa vida, que sería tan útil en lo futuro como ejemplo inmaculado de civismo y de grandeza moral, en tanto grado como lo fué realmente en períodos tempestuosos de gloria y abnegación, de lucha incesante y heroica. Quien pudo y se propuso componerla,-- un escritor generoso, enamorado de aquella gloria que consideraba suprema en nuestros anales tan fecundos en grandiosas proezas y caracteres sublimes,-- cayó en el camino dejando incompleta la que hubiera sido magnífica obra de su noble corazón y de su brillante talento. Porque Agramonte merece en realidad un monumento. No se comete injusticia. ni se incurre en exageración, declarando que es uno de los cubanos rnás dignos de la eterna consagración del arte y de la historia, pues que fué grande por el patriotismo, grande por la inteligencia, la aplicación, y aún la palabra,-- grande por el carácter, por la energía, por la firmeza de propósitos, por la entereza y la resolución,-- grande por el valor, por el arrojo, por el desprecio de la vida,--grande, sobre todo por la virtud.
Fué amigo tierno y leal, buen hijo, buen hermano. buen padre, esposo modelo, dechado de ciudadanos, de caballeros, de patriotas,--un hombre impecable y, en cuanto lo consiente la flaqueza ingénita de nuestra pobre humanidad, un ser perfecto,--fogoso y apasionado como Bolívar, grave, puro, austero como Washington! Fué por lo mismo, sabio en el consejo, pronto en la acometida, prudente y acertado en el mando elocuente en las asambleas, terrible en los cormbates,--inflexible contra el desorden,--cariñoso y bueno en sus íntimos afectos, como si el destino hubiese querido completar a aquellos dos héroes del Sur y del Norte, en la persona inmensa del cubano, haciéndolo más respetuoso de las leyes y de la moral que el uno, y menos marmóreo y glacial que el otro,--es decir, más humano, sin dejar de ser de la misma especie cuasi divina que sus dos gigantescos émulos; aunque por su desventura y la nuestra, si tuvo la gloria de morir en un campo de batalla por la independencia de su patría, que los otros próceres no tuvieron, ellos en cambio viven en la fulgencia de apoteosis eterna, consagrados por la victoria que no quiso ungir al que acaso menos mereció sus desdenes ...
En la estatua del héroe que se alza en una plaza de su ciudad natal, y que desde luego reproduce inexactamente su rostro tan bello y atractivo en que un americano que le vió una vez durante la guerra quiso hallar algún parecido con el apóstol San Juan, se yergue sobre su corcel de guerra, como si quisiera recordarse siempre que fué, en aquellos llanos del Camagúey el jefe de sus arrebatados centauros; y casi nadie ha dejado de oir en Cuba el famoso episodio en que en carga incontrastable, con un puñado, con treinticuatro jinetes dignos de la inmortalidad de la fama, arrebató a columna enemiga al amigo querido acabado de caer prisionero... Aquel fué un acontecimiento en la guerra: encendió las almas en la fe e hizo sonreir la esperanza como un iris sobre los sombríos campamentos cubanos; pero más grande aún fué por noble, por generoso, por sublime de desinterés y de fraternidad, el impulso que dictó y realizó la grande hazaña, ante la cual se apagan como lumbres de luna en la irradiación del sol, tantos portentos que no merecen como ese la exaltación fantástica de la leyenda.
El "Rescate" aparecerá siempre como portento de grandioso heroísmo en las luchas cubanas; pero será, por encima de todo, el fiel espejo que habrá de reflejar constantemente la grande alma de Ignacio Agramonte, en que se armonizaron todas las excelencías del alma de Cuba.
Agosto de 1917.
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