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En esta hora de nueva traición Cuba, cuando el ejército de Machado y los políticos de Machado han reanudado su gobierno sangriento sobre los destinos de la Isla, cuando las fuerzas del terror, del crimen y del imperialismo han reafirmado su hegemonía sin orientación, como nunca se hizo antes en la historia del país, este brillante folleto de Enrique Fernández y Enrique C. Henríquez viene como clarinada a levantar los corazones, la voluntad y la capacidad de sacrificio de todos los ciudadanos del Nuevo Mundo que piensan que el destino de estos continentes puede transcurrir por un más amplio camino vital, donde los hermanos puedan vivir libres de explotación y donde cada país tenga libertad para forjarse su propio destino, si trabas extranjeras. Este récord hondamente moral y cuidadosamente hecho los errores, los sufrimientos, la tragedia y las esperanzas de Cuba es un reto a los hombres de recto pensar de todos los rincones del orbe.
No hablo como cubano, sino como ciudadano de una nación de opresores y oprimidos. Las mismas fuerzas imperialistas que han puesto a Cuba bajo su tacón, que la han convertido en almacén de la codicia yanqui pervirtiendo y destruyendo las libertades económicas de ochenta millones de seres en los Estados Unidos. La íntegra libertad de Cuba es parte de nuestra propia salvación, parte de nuestra liberación. Aquellos de nosotros que aquí en el Norte vemos nuestro propio peligro, claramente sabemos que ayudando a libertar a Cuba de la explotación, debilitamos la coraza de los que tratan de explotarnos en nuestro país.
Y así, en nombre de la política del buen vecino, Cuba ha sido traicionada una vez más. La maniobra completa es ahora clara, trágicamente clara. Derrocaron a Machado para salvar el machadismo, para salvar el sistema de Machado, el militarismo de Machado. Cuba esta gobernada por las bayonetas como las minas de carbón del oeste de Virginia. La soldadesca de Batista es la guardia blanca de las propiedades, de los intereses yanquis. Batista se considera un hombre fuerte, el hombre del destino. Y sólo es un mayoral de paja asalariado. Tuvo la oportunidad de ser una figura noble y patriótica. Lo desechó por un plato de lentejas. Lo desechó para convertirse en un asesino al servicio de los intereses del Chase National Bank y de la Compañía Cubana de Electricidad. Esto hace de él simplemente un gángster, un rompe huelga armado, un mercenario venal. Traicionó a su dueño por treinta monedas de plata. Su dueño era el pueblo de Cuba, sus compatriotas. No es un hombre fuerte, es un cobarde que ha asesinado a su propio pueblo, a su propio país. Sin Caffery o sin cualquier representante americano del tipo de Caffery, Batista estaría aplastado como una cáscara de huevo.
El que estas líneas escribe vio salir el sol del 5 de Septiembre de 1933 acodado a la baranda del Club de Oficiales del Campamento de Columbia. La noche que acababa de pasar, fecunda en acontecimientos, dejaba grabada para siempre su fecha en la historia de Cuba. En la sala contigua un grupo de hombres estructuraba el nuevo gobierno de la nación. La organización militar había sido profundamente conmovida, el efímero gobierno de Céspedes había sucumbido y el acto que se llevaba a efecto en la sala vecina se hacía sin el asentimiento extranjero que había ungido a todos los anteriores gobiernos. Había motivos para mirar con inquietud, con ansiedad aquel sol que como un signo de interrogación se elevaba lentamente en el horizonte. ¿Cuál era el motivo de aquel acto que tan profundamente perturbaba al país? ¿Respondía a un sentimiento ideológico, era un simple asalto al poder o una mera cuestión de preeminencia? Sería empequeñecer la cuestión querer juzgar un movimiento de la trascendencia del que nos ocupa por las intenciones que pudieran abrigar sus autores materiales. Un proceso histórico no sufre alteración notable porque un oportunista, un despechado o un equivocado se incorpore a la zaga del movimiento. No es, pues, mi propósito, hacer el juicio de los participantes, sino del movimiento en si.
El 4 de Septiembre es el hecho más saliente de un proceso histórico que todavía está en desarrollo. Me refiero, es conveniente aclararlo, a la participación civil del movimiento, que dio a éste su verdadera trascendencia, y no a la parte militar, que sólo discutiré por su influencia en el movimiento y no por su significación, que por otra parte creo tiene mucha menos importancia que la que se le ha querido atribuir. Ese proceso histórico, su origen y su desarrollo, es el que tiene la pretensión de describir el presente trabajo. Para ello me es forzoso volver hacia atrás en nuestra historia contemporánea, examinar algo minuciosamente el cuadro interior de la Oposición contra Machado, la mediación y el gobierno de Céspedes. Procuraré hacerlo a grandes rasgos y con el menor cansancio posible para el lector.
La jornada electoral del primero de Noviembre de 1908 señaló un triunfo rotundo del Partido Liberal. Como consecuencia de este triunfo, de caracteres verdaderamente populares, ascendió el 28 de Enero de 1909 a la Presidencia de la República el General José M. Gómez. Con aquel gobierno, concreción de los anhelos populares, se inicia el sistema político que había de desprestigiar a uno y otro partido turnante. La palabra "chivo" entró a formar parte del argot nacional; el General Gómez, que como Gobernador de Las Villas había ideado la famosa institución de la "porra," que posteriormente había de inmortalizar Machado, enriqueció también nuestra jerga política con otras invenciones geniales, tales como la "botella", el Dragado, el canje del Arsenal por Villanueva, el peculado en todas sus formas, la corrupción política elevada a sistema: tales son las características dominantes del Gobierno de este Presidente, a quien sus apologistas han fabricado, a posteriori, una reputación que tiene todas las características de una falsificación histórica.
El país anheló, desde luego, una rectificación de esos procedimientos. Personificación de este anhelo fue el General Menocal. La campaña electoral de 1912 se hizo exaltando al mayoral, enérgico y honrado, que habría de limpiar los establos de Augías y poner fin al licencioso espectáculo que, en el poder, ofrecía el Partido Liberal. Hubo ilusión y fe en este anhelo rectificador de 1912, como hubo ilusión y fe en las masas populares que, en 1908, hicieron triunfar al Partido Liberal. Una y otra elección señalan la pleamar del prestigio y autoridad en el país de los dos partidos turnantes.
La ausencia de esa ilusión y de esa fe es visible en la campaña electoral de 1916. Las muchedumbres marchan tras sus respectivas enseñas y aclaman a sus candidatos; pero lo hacen en virtud de un impulso inicial, cuyos resultados aún subsisten, pero que ha perdido su eficacia como generador de nuevas energías. Razones partidarístas, pugna de intereses, mueven la campaña, pero el motor del ideal se ha paralizado. La masa anónima sigue siendo liberal o conservadora, porque no acierta ni comprende que se pueda ser otra cosa. Pero la esperanza ha desaparecido. Puede decirse que hay un estado de resignación ante un hecho que parece fatal. La multitud grita en favor de uno u otro candidato, no prometiéndose otra satisfacción que la efímera de su triunfo partidista y sin esperar nada especialmente bueno de la victoria de una u otra tendencia.
Y es que Menocal ha defraudado igualmente la esperanza pública. Su gobierno no se ha diferenciado grandemente del de su antecesor. Y para remate, su reelección pone en evidencia la existencia de dos fuerzas cuya voluntad resulta más eficaz que la del electorado: la injerencia extraña y el Ejército Permanente. Este último, que había dejado sentir ya su influencia en la elección de 1912, fue en la reelección de Menocal, conjuntamente con Mr. González, el Gran Elector. Desde entonces no ha perdido más nunca ese carácter. El segundo período de Menocal es el preludio Apocalipsis. Al desenfreno de la corrupción política se añade el atentado contra las libertades públicas. Todas las clases productoras del país se alejan definitivamente de la política. Como primer síntoma de inconformidad, surge un movimiento de abstención. Se inicia el proceso que había de hacer de la palabra "político," sinónimo de parásito aprovechado. Al mismo tiempo, la aparición del extranjero y de la fuerza pública en el proceso electoral, hacen que el ciudadano pierda toda fe en su propia gestión cívica. El elector cubano se reconoce impotente. Empieza a considerar su voto y su soberanía con una gran dosis de irónica amargura. Sus libertades y su Constitución comienzan a parecerle cosas risibles. En las columnas de los periódicos y en el tablado de los teatros se hace befa y escarnio de lo que entusiasmaba a los hombres de 1902 y 1908. Los oradores son aplaudidos y considerados por su buen decir y su mayor o menor habilidad; pero un guiño malicioso acompaña sus párrafos rotundos. Los hombres políticos empiezan a ser considerados por su habilidad o su fuerza para obtener lo que desean y no por su sinceridad o su moralidad. A favor de una gran prosperidad económica, el país se desatiende benévolamente del sainete político y lo considera con una indulgencia que se aproxima mucho al desprecio. Ha perdido en absoluto su fe en su soberanía, en sus instituciones y en sus hombres representativos; pero no ha sentido aún la necesidad de poner remedio al estado de cosas que a tal conclusión lo han llevado.
La elección de 1920 es la aurora del cooperativismo. Se corrobora la apreciación pública, que se anticipó algunos años a Wilfredo Fernández, de que entre uno y otro partido no hay diferencias visibles. En esa elección, la línea partidista desaparece y los dos partidos quedan reducidos a simples denominaciones, bajo las cuales se amparan los políticos militantes, según puedan hacerlo con más o menos provecho. Zayas es nominado por los conservadores, hasta aquel instante sus irreconciliables adversarios. Los partidos aceptan públicamente su corrupción, y del uno al otro extremo de la Isla, las huestes liberales son movilizadas al grito de, "Tiburón se baña pero salpica." El Ejército Permanente y la injerencia extraña son de nuevo factores decisivos en la elección, con Mr. Crowder en el lugar de Mr. González.
Mientras la parte no militante del país se abstiene, y si vota lo hace, con resignación fatalista, por el menos malo. No ha perdido del todo sus ilusiones; ya no cree en partidos "buenos," pero todavía tiene fe en algunos hombres de esos partidos. A esos hombres no les pide ni capacidad ni grande dotes de gobernante; sólo quiere que sean honrados. Con eso se contenta, y en esa cualidad cree que está la redención de todos sus males políticos. Oye con deleite los gritos de Maza y Artola en el Senado contra las "botellas," que a granel reparte Menocal, y en los días de elección rebusca ansiosamente las largas listas de candidatos, para favorecer con su voto a aquellos que "no entran en chanchullos ni meten la mano."
Uno de esos hombres "que no entran en chanchullos ni meten la mano" era el Coronel Mendieta, figura prominente del Partido Liberal El Gobierno de Zayas no ha hecho otra cosa que continuar y precipitar el proceso de disolución y atonía moral iniciado por el gobierno de José M. Gómez, y cada vez se hace más patente el deseo de rectificación y de moralidad política. Durante el Gobierno de Zayas, tiene lugar una manifestación de la pujanza de este deseo con la constitución de la Asociación de Veteranos y Patriotas. Al llegar el período precursor de la nominación dei candidato presidencial, una gran facción del Partido Liberal pensó capitalizar en su propio provecho este estado de ánimo, mediante la presentación del Coronel Carlos Mendieta como su candidato.
Los hombres que tal hacían, podían responder a un propósito oportunista, como posteriormente lo demostraron; pero es evidente que la candidatura de Mendieta era en aquella oportunidad la concreción de los anhelos rectificadores, que cada vez con más fuerza latían en la gran masa de la nación. Este sentimiento, falto de organización, y aún de definición, se concentraba alrededor de esa figura del liberalismo, exaltándola como a un reformador de nuestras costumbres políticas, capaz de poner fin al peculado organizado, que se había entronizado en ambos partidos.
Esta política mercenaria aceptó el primer reto formal que le presentaba la opinión pública y ganó su batalla. No obstante contar con la inmensa mayoría de la masa liberal, y aún con la mayoría del país; Mendieta fue descartado y Machado postulado en Asambleas que fueron verdaderos exponentes de la desfachatez y el cinismo que imperaban en la política. En ese instante Mendieta puso en evidencia que no estaba a la altura del sentimiento público que lo había exaltado. Empequeñeció de modo absurdo la cuestión, reduciéndola a las dimensiones de una diferencia interior del partido. Ante una ostulación, que era una prueba palpable de la irremediable y vergonzosa corrupción del Partido Liberal, no se le ocurrió cosa mejor que invocar la disciplina, que, según él, se le debía a un organismo corrompido hasta la médula, y aconsejando a sus amigos que votaran por Machado, se retiró a Cunagua.
La falta de visión política de Mendieta ha causado a Cuba daños enormes. Si hubiera sido capaz de aquilatar el sentimiento popular, que lo empujaba a la presidencia, hubiera allí mismo iniciado la lucha por la rectificación de los métodos políticos que demandaba la opinión pública, pues encauzar y organizar este sentimiento era tarea más útil y labor más previsora que guardar una disciplina estéril al carcomido Partido Liberal. Pudo romper allí mismo el cerco de la corrupción política y apelar a la opinión sana del país para constituir, fuera de los partidos existentes, una nueva fuerza política. Aunque no hubiera obtenido el triunfo en las elecciones inmediatas, ese acto hubiera cambiado el curso de la historia de Cuba, ya que de existir una fuerza política organizada, fuera de los partidos turnantes, al surgir la Reforma Constitucional de 1927, el pueblo de Cuba hubiera tenido un organismo con qué hacer frente a la conjuración de los partidos. El movimiento popular en contra la política imperante, reclamaba un líder, y Mendieta pudo serlo. Prefirió ser un liberal disciplinado y dejar al país entre Scila y Caribdis, entre Menocal y Machado. De poco aprovechó al hombre de Chaparra el refrán castellano de "más vale malo conocido que bueno. por conocer," y Machado fue electo.
El sentimiento, cuyos orígenes y manifestaciones más salientes hemos señalado, sufría la influencia del aspecto personalista de nuestra política. Buscaba hombres buenos, culpando de todos sus males a los malos políticos. Insisto en que su modesta aspiración era encontrar mandatarios honrados. Contra el sistema político y económico no tenía acusación que hacer, y aun la injerencia extraña la creía motivada por los desaciertos e inmoralidades políticas, que obligaban al celoso tutor a no perder de vista a la pupila. Este sentimiento es el que se alza ante la conjuración de los intereses políticos, que propician la Reforma de 1927. Protesta contra la reforma por lo que tiene de inmoral y todavía no alcanza a ver los defectos de un sistema en que tales cosas pueden producirse. El hombre de Cunagua sale de su estéril retiro, para tratar infructuosamente de realizar lo que podía haber hecho en 1924. Su campaña se hace a base de la restitución de la Constitución de 1901. La furia pública se concentra en Machado y en sus adeptos, como personificaciones de esa política mala, a la cual atribuye todas sus desgracias. La arremetida es tan violenta y por primera vez se manifiesta con tanta pujanza la condenación pública contra la política militante, que tiene la virtud de hacer desaparecer toda diferencia de partido entre los políticos conjurados, los cuales, para su mejor defensa, hacen un frente único y proclaman un jefe único: Machado. Pero como certeramente lo calificara un líder abecedario, el movimiento es restauracionista y no revolucionario, ni siquiera reformista. Se concentra el mal en Machado y el remedio en quitarlo. El sistema político y económico que ha hecho posible a Machado queda incólume e intocado en la arremetida.
Al compás de estos acontecimientos, una nueva generación ha llegado a la edad en que el ciudadano, por derecho y por inclinación, se interesa en los asuntos públicos. Esa generación ha crecido en el desprecio y en el asco hacia la política imperante en Cuba. Para ella casi se puede decir que la palabra "político" tiene un sentido injurioso. Esa generación ha visto, además, a la intervención extraña dictar la ley en Cuba. A los ojos juveniles es claro y visible que el cubano es un paria en su tierra. El candoroso movimiento restauracionista de Mendieta le parece algo pueril, de estéril consecuencia, e instintivamente desconfía de sus resultados. Pero su fobia contra los "malos políticos" la arrastra a participar en un movimiento que satisface uno de sus sentimientos.
El Directorio Estudiantil de 1927 es la primera manifestación visible de este nuevo espíritu. Participa en la lucha contra la Reforma; pero en un sentido absolutamente distinto. La juventud cubana, al tomar participación en la lucha, lo hace condenando conjuntamente la inmoralidad de nuestros políticos, el sistema político y económico y nuestro status internacional. Por primera vez se enuncia la necesidad de un programa y de una doctrina que sustituyan al clásico caudillo. Este primer grito de renovación se pierde en el vacío. El país sigue buscando "hombres buenos". La oposición sigue considerando a Machado como un fenómeno integral y convencida de aquello de que "muerto el perro se acabó la rabia." Durante todo el período de 1927 a 1930 la oposición es netamente restauracionista y ni sus aspiraciones ni las del país van más allá. En el verano de 1930, un parpadeo de la dictadura permite un formidable recrudecimiento de la oposición. Por todas las formas de expresión surgen las manifestaciones del descontento público. El país entero clama, no por reformas fundamentales, sino simple y llanamente porque se vaya Machado.
El 30 de septiembre de 1930, una manifestación estudiantil avanza por las calles de la Habana. Sus gritos son el eco del grito de renovación de 1927. Sus juveniles huestes avanzan airadas, impulsadas por un instinto que ellas mismas no aciertan a comprender ni a definir, al asalto del porvenir. Ante ellos se bambolea, por primera vez, toda la estructura política de Cuba. La policía machadista dispara. Un estudiante cae. La sangre de Rafael Trejo moviliza alrededor del nuevo impulso todas las fuerzas del sentimiento humano herido. La Universidad en masa se lanza a la pelea, y con ella, consagrado ya por la sangre de un mártir, entra en la oposición el principio que ha de transformar su sentido y su propósito.
Pero, al mismo tiempo que Rafael Trejo, caen arrasadas por la reacción de la dictadura todas las libertades públicas. Sobre todas las formas de expresión ejerce su acción la censura machadista. En los oídos del país queda el recuerdo de los últimos alegatos de la oposición amordazada. Estos alegatos son los de una oposición que sólo aspira a que se vaya Machado y a restaurar el pasado. A partir del 30 de septiembre, esa oposición va ha sufrir una transformación, que ha de convertir su modesto propósito inicial en una verdadera revolución. Pero, es importante subrayarlo, el país no lo sabe.
El Directorio al que me refiero, es, desde luego, el Directorio por antonomasia: el Directorio Estudiantil del 1930,concreción y símbolo del nuevo sentimiento.
El Directorio fue una gran fuerza emocional e instintiva. La Revolución cubana no ha tenido una preparación doctrinal previa. Ha surgido bruscamente del empedrado de la calle, como un instinto y un sentimiento.
Su primer impulso es una negación. No propone nada: condena lo presente, se niega rotundamente a transigir con la realidad visible.
Y el Directorio es eso: un ¡NO! rotundo; NO, a la transacción y la componenda criolla; NO, al oportunismo político; NO, a la mentira convencional; NO, a la transigencia con el crimen, al peculado y al cohecho; NO, al olvido constante de los actos punibles de los hombres políticos; NO, a todas las vergonzosas realidades de la hora en que surge; NO, a la culpable tendencia de someter nuestros pleitos a la decisión del extranjero. Es una reacción. Y, como todas las reacciones, tiende a exagerar, ante los defectos que combate, sus virtudes, hasta el punto de convertirlas en verdaderas limitaciones. Nacido en una sociedad en que la transacción no se detiene ante las más vergonzosas claudicaciones, el Directorio es ferozmente intransigente. Odia, no ya a los políticos, sino a la propia política. Aborrece de tal modo el oportunismo y el arte trepador, tan en boga, que cualquier aspiración, por lícita que sea, le huele a traición. Todo esto es cierto. Pero los hombres sesudos que han reprochado al Directorio estos defectos, han silenciado el hecho de que esos defectos eran la reacción natural de mentes juveniles ante un vergonzoso estado de cosas. Con todas esas limitaciones, el Directorio es el más notable movimiento de fe y de ideal que registra la historia de Cuba después de la guerra de independencia.
Aquellos jóvenes a quienes las circunstancias convirtieron bruscamente en hombres, lo desafiaron todo por una Cuba ideal que no satisfacía su emoción o su instinto, pero que concebían absolutamente distinta a aquella en la cual habían crecido. Y si en su lucha ejemplar se vieron obligados a asumir en muchas ocasiones atribuciones superiores a su preparación su experiencia, culpa no fue suya, sino de aquella generación a quien por sus años correspondía hacerlo; pero la cual, en su inmensa mayoría, era responsable de la vergonzosa política contra la cual reaccionaba la juventud de Cuba. Con el Directorio vuelven a la lucha política la fe y el ideal. Su participación engrandeció la contienda. Los políticos de uno y otro bando consideraron con mirada suspicaz aquel nuevo elemento que obedecía a impulsos y a sentimientos que se producían más allá de su influencia y que se negaba a marchar tras los viejos símbolos.
No pudiendo acusarlo de ambición bastarda, ni de pasado tortuoso, Machado lo acusó de iluso y de falto de sentido de la realidad. A la hora de la claudicación mediacionista, las filas de la oposición hicieron suyo aquel juicio de Machado. Puede ser que así sea. Puede que la realidad del Directorio, realidad que nacía de su emoción y de su instinto, nunca llegue a materializarse en Cuba .No importa. Siempre habrá más grandeza, siempre será más útil para el futuro espiritual de un pueblo, imitar al hidalgo, que, lanza en ristre, sereno el corazón y firme el pulso, galopa en su carga inmortal contra los gigantes que su alocada imaginación le hace vislumbrar en lontananza, que actuar cual el frío calculista, que en el mullido salón de una embajada, limpia sus manos de la pólvora de atentado reciente, hace dibujar placentera sonrisa en los labios que horas antes vomitaban la cálida arenga revolucionaria y acaba por inclinarse reverente y complaciente ante el pulcro y atildado embajador extranjero, que con frase cortés y gesto medido le habla de sus marinos de desembarco y de sus derechos de intervención.
Con la participación de la Universidad en el movimiento, éste quedó dividido en dos campos: el de la oposición clásica, representada por Mendieta con el absurdo injerto de Menocal, y el del nuevo sentimiento renovador, representado por el Directorio.
El país esperaba un formidable levantamiento. Las declaraciones de Menocal parecían tener como eco inevitable el galopar de la legendaria caballería mambisa. Solemnemente se daban plazos perentorios a la dictadura, con el gesto adusto y el chapo calado. La oposición clásica, la restauracionista, llevaba la voz cantante y la dirección suprema. Sólo a ellos se les reconocía la capacidad necesaria para derribar al gobierno. Los muchachos nuevos eran buenos, cuando más, para poner petardos. El prestigio militar y belicoso de la generación que venció en Peralejo y en Mal Tiempo cubría con su aureola a los caudillos. Pero llegó un instante en el que el país empezó a temer que aquel machete legendario, que brilló al resplandor de las descargas en las Tunas, y sobre cuya empuñadura se crispaba amenazador el puño de la oposición, no llegaría a salir nunca de su vaina. Los hombres que componían lo que Carbó llamó la segunda fila de la Revolución, y en los cuales latía el mismo sentimiento que animaba al Directorio, mostraban claramente sus deseos de prescindir de los líderes clásicos. El prestigio belicoso de los hombres del 95, cimiento del caudillismo, era objeto de duda irreverente. Y, como consecuencia lógica, el caudillismo hacia crisis. Le era forzoso un triunfo rotundo, un triunfo con las armas en la mano. El caudillismo necesitaba una batalla, y la dio.
La perdió. La perdió sin pena ni gloría. El único destello brillante de la aventura la lucha de un puñado de hombres de la segunda línea en las lomas de Gibara. La tizona caudillística que por haber brillado al sol del 95 tenía todos los prestigios de un talismán guerrero, probó, al salir de nuevo a la luz, que había perdido su belicosa eficacia. Y con el gesto confuso que pondría una respetable dama, que por distracción imperdonable se presentara con las anacrónicas vestiduras de su remota juventud en un baile donde la gente moza viste a la última moda, la vieja tizona se rindió sin pena ni gloria en Río Verde. Allí, en los pantanos de la ensenada pinareña, se esfumó la leyenda heroica. Cuando Mendieta y Menocal subieron la escalera del cañonero, subía con ellos, contrito y vencido, el prestigio y el dominio de una generación. Fieles al convencionalismo de su época, que todo lo fiaba a las palabras, hicieron constar que eran prisioneros y no presentados. Pero la retórica puede poco contra la realidad. El caudillismo volvía de Río Verde acompañado del mismo ridículo doloroso que provoca un anciano respetable, que, en un instante de delirio, quiere repetir las hazañas de su juventud.
Y no es que faltaron el valor personal y la decisión al Coronel Mendieta y al General Menocal. Sería injusto y mezquino el dudarlo. Pero la gallardía de nuestras actitudes, sobre todo de nuestras actitudes públicas, depende, más del ambiente, que de nosotros. Maceo vivo hubiera caído prisionero en Río Verde. Y es que la carga de Mal Tiempo, la Invasión pasmosa, todas las páginas de la epopeya heroica, podrán llevar al pie la firma de algún caudillo glorioso; pero están escritas por la multitud anónima al impulso sublime de la fe y del ideal. Sin esa fe, sin ese ideal, no hay caudillo; hay sólo, por mucho que sea el valor y la decisión personal, dos tristes prisioneros en Río Verde.
No había fe, no había ideal en la empresa fallida. El caudillismo había perdido hacía mucho tiempo su fuerza fanatizadora, para convertirse en una oportunidad política. El sentimiento público, que repudiaba a Machado, veía en Menocal y en Mendieta un alivio y no una redención. Nunca un descontento público ha sido lo suficiente para llevar a un pueblo por los caminos del sacrificio y del dolor. Es preciso señalarle a su esfuerzo una esperanza, que supere a la realidad presente y al pasado reciente y doloroso. Mendieta y Menocal hubieran sido instrumentos eficaces en una elección; pero su falta de sentido revolucionario los hacía ineficaces ante el frente de hierro de la dictadura. Su fracaso determinó el fin de la preponderancia de la oposición clásica y restauracionista. El espíritu de la nueva generación, simbolizado en el Directorio, era el que iba a asumir la dirección espiritual de la lucha. La segunda línea que sólo seguía transitoriamente a los caudillos, iba a enarbolar las verdaderas enseñas que habían de movilizar su fe.
Allá en Santa Clara, el Dictador, con su espíritu superficial, festejó su efímero triunfo. Grande hubiera sido su sorpresa sí alguien le hubiese dicho que aquel día empezaba la Revolución Cubana. Después de Río Verde, fue la Revolución, la verdadera y auténtica Revolución, la que dio carácter a la oposición. Todo el prestigio y la autoridad de los viejos símbolos quedaron hundidos en los pantanos pinareños. Diréis que esa vieja política todavía alienta. Es verdad. Pero lo hace al igual que el toro que, después del encuentro con la espada, sigue corriendo por el redondel, llevando clavada hasta la cruz la mortal estocada.
Una salvedad. Al hablar del ABC, surgido en septiembre de 1931, me refiero a espíritu que engendró y movilizó aquel esfuerzo y no al sector político que actualmente ostenta ese nombre. La organización secreta, conocida con el nombre de ABC, es el sentimiento del estudiantado, organizado y difundido entre las otras clases de la sociedad, y que, concretado y perfilado, dio sentido y doctrina a la Revolución. Esta Revolución da un sentido a la oposición, completamente distinto al que hasta entonces había tenido. La condenación que la oposición restauracionista hace a Machado, la extiende a los hábitos políticos que han imperado durante nuestra historia republicana. Pero considera este punto como una cuestión, aunque importante, secundaria. La Revolución no cree, como el viejo sentimiento rectificador, que los buenos políticos sean la solución del problema. Señala como máximo responsable al sistema político, social y económico de Cuba. Su análisis destroza, no sólo la constitución machadista, sino también aquella cuya restitución reclama Mendieta: la de 1901. Su dedo certero apunta hacia el latifundio, hacia la penetración capitalista extranjera, hacia el subsiguiente desplazamiento del cubano; hacia las míseras condiciones de vida que ese capital extranjero ha impuesto al nativo. Señala los enormes defectos y vicios de nuestra organización política y social. La limitación de nuestra soberanía pierde a los ojos de la Revolución su carácter tutelar y providencial para convertirse en agente al servicio do la penetración extranjera. La Revolución señala estos males y proclama que sólo puede poner fin a ello una renovación integral en nuestra vida social, política y económica. Para esa Revolución, Machado es solo un resultado transitorio de causas permanentes, a cuya destrucción aspira. Por lo tanto, la caída de Machado significa para ella, principio, y no fin. Y esto la diferencia radicalmente de la otra oposición, que pone como meta final de sus esfuerzos la caída de Machado. Sólo no perdiendo de vista esta verdad, es como puede hallarse la explicación de lo ocurrido en Cuba después del doce de agosto. Las dos oposiciones, la restauracionista y la revolucionaria, la primera compuesta por Mendieta y Menocal y la segunda por el ABC, y el Directorio, marchan paralelamente contra Machado; pero convencidas de que al llegar al resultado que conjuntamente buscan, sus rutas serán divergentes. Y es que la oposición revolucionaria aspira a barrer el pasado, cuya restauración representan Menocal y Mendieta. Pero para el país todos son uno. La Revolución ha carecido de medios adecuados de propaganda, ha nacido y se ha desarrollado en la época feroz de la Dictadura. Los hombres del Directorio y del ABC caen asesinados por la policía machadista, llenan las cárceles, atraviesan, dejando en ellos la paz de sus hogares, su libertad y su vida, los círculos del infierno machadista, por un ideal que nada tiene que ver con la oposición de 1927, con la cual sólo coincide en un punto transitorio; pero el país, en su inmensa mayoría, sigue creyendo que lo hacen sólo por derribar a Machado. La Revolución, falta de voz, sólo existe en las células abecedarias y en los estudiantes, que riegan con sus cadáveres las calles de la Habana. Porque este ideal, que no tiene un pasado belicoso y legendario que le dé prestigio, ha engendrado héroes. Los niños de los petardos se arrojan contra los esbirros machadistas en el centro de la misma capital. El Dictador, rodeado de todo el aparato de su fuerza, es en realidad un eterno fugitivo de la justicia revolucionaria. Toda la aspiración de consolidación y de paz vergonzosa, que alentaba la chusma machadista, desaparece ante estos cruzados, que han hecho pacto con la muerte. La aparente calma es periódicamente interrumpida por el atentado audaz. La bomba mantiene en perpetuo insomnio a la dictadura El abecedario y el estudiante, conscientes de que cada paso puede abrirles el camino de la eternidad, circulan para las necesidades de su lucha, por la ciudad, escudándose en la muchedumbre anónima, como el mambí legendario se escurría en la espesura. Y la policía machadista es impotente contra este mambí urbano que ha hecho de las calles de la capital su manigua heroica.
Miami. Por medio de la muchedumbre de turistas del Norte, circulan los emigrados cubanos, paseando sus esperanzas, su miseria y sus minúsculas rencillas. Todos esperan de un momento a otro la señal que ha de precipitar sobre Cuba las huestes de hierro. Este milagro, este retorno triunfador, lo va a realizar la tizona caudillística, remozada después de breve estancia en la Cabaña. El hombre de las Tunas, calentándose al sol de la Florida, tiene clavada su vista en el Norte huraño y su mente obsesa por el millón famoso. Para edificación, y aliento de sus fieles cultiva el género sibilino. A la frase aquella, de sabor épico, "el general está muy contento", con que se mantenía el ardor belicoso antes de Río Verde, la ha substituido esta otra, de enigmático sentido:" iremos como debemos de ir."
El caudillo tiene el gesto de un taumaturgo. Debajo de esa cubierta digna de un prestidigitador ¿qué es lo que se oculta? Nadie lo sabe, pero todos los adivinan. De rodillas ante el misterio, los fieles, con los ojos de la fe, adoran a las armas de Roldán. Allá abajo humea el volcán. Acosados por la jauría machadista abecedarios y estudiantes huyen de la cárcel o de la muerte por los caminos del destierro. Tremantes aún por el ardor de la pelea, llevando en la retina, la imagen de la galera sórdida, llena de amigos presos, o la visión dantesca de la porra marchando en la noche por las calles solitarias de la Habana, preguntan ansiosos apenas se sacuden el polvo del camino: ¿Qué hay aquí? ¿Dónde están? ¿Cuándo salimos? Los fieles los llevan ante el mantel sagrado y los invitan a arrodillarse. Pero los recién llegados no son creyentes de la tizona caudillística. Piden irreverentes que se alce el mantel, para ver lo que hay debajo. El General sonríe paternal e indulgente. Niños al fin, quieren romper el juguete, con tal de ver lo que tiene dentro. Pero allí están él y su sesuda experiencia para impedirlo. Y para tranquilidad de los impacientes, prodiga bondadosamente sus frases sibilinas. "El está muy contento." "Todo está como debe estar." "Después del 15 no hay fecha fija". Pero no descorre el velo sagrado.
Los herejes insisten. Río Verde es una realidad histórica y la oposición revolucionaria, que está llevando el peso de la lucha, habla de igual a igual a la oposición restauracionista. Reclama participación y voz cantante en "eso" del millón y en otras cosas. El caudillo resiste cuanto puede a esa pretensión sacrílega. Al fin, con el gesto de Carlos V en Yuste, desciende de su corcel marcial de jefe nato, para quedar reducido a jefe de un sector. Su capitulación produce la Junta de Miami, bautizada primero con el nombre pudoroso de "Junta Cubana", para evitar la palabra obscena de "Revolución". Tres sectores, de puro sabor clásico, representando otras tantas potencias caudillísticas; un sector que pudiéramos llamar de enlace, que representa a los profesores de la Universidad, y los dos sectores de la Revolución, el ABC y el DEU, se sientan en la mesa que todavía no es redonda. A petición del ABC, la OCRR se queda a la puerta. Más tarde habrían de sentarse juntos en otra mesa Apenas reunidos, surge una cuestión perturbadora. Los dos caudillos clásicos y el caudillo por herencia, llevan consigo ese desasosiego interno en todos sus actos, que acompaña a aquellos de nuestros conciudadanos que en cualquier circunstancia han oído el "Tú serás rey" de las brujas de Macbeth. Por encima de todo son candidatos. Esa es su profesión y su estado civil.
La presidencia de la Junta se les antoja una insinuación al país, una manera de atraer sobre el elegido la vista de la bella de sus ensueños, que hoy está tiranizada y brutalizada, pero que algún día será libre y podrá escoger. Todos miran aprensivamente el puesto presidencial vacío. Hay además la presencia de estos estudiantes recelosos y de estos abecedarios que todavía son un enigma. Y de común acuerdo, resuelven no elegir presidente. Quiero decir que designan al doctor Carlos de la Torre, a quien consideran exento de ideas pecaminosas sobre la bella Doña Leonor.
Resuelto este punto espinoso las miradas de dentro y fuera de la Junta convergen hacia el sillón donde se sienta el ABC. El representante de la Revolución va a hablar. Los hombres del pasado lo miran llenos de inquietud El Directorio, por su constitución, es un organismo de existencia efímera; pero el ABC es la Revolución en marcha; de lo que aquí diga y haga puede deducirse el futuro. Una aureola trágica lo rodea. Todos esperan cosas formidables. ¿A qué no han de atreverse en esta mesa esos hombres que no han vacilado en apelar a los más terribles procedimientos y que han enjuiciado con crítica certera y severa treinta años de fraudes y miseria? Con la cabeza encogida entre los hombros y el aliento en suspenso, los hombres del pasado esperan el trueno gordo. No hubo trueno, sólo un balbuceo cortés. Con gesto elegante y palabra comedida, el delegado abecedario se define. El ABC es la concreción de un espíritu revolucionario. Por ese espíritu, sus hombres matan y mueren. Aspira a la renovación total de Cuba. El delegado del ABC reconoce que ese espíritu es un poco levantisco, poco dado a detenerse ante las realidades, pues cree que esas realidades son el obstáculo de la Revolución. Pero gracias a un azar del destino, que se parece mucho a un abuso de confianza, los directores de esa organización creada por la Revolución, díscola e idealista, son hombres prácticos, sesudos, que por nada del mundo sueltan el brazo de la realidad. El es uno de esos hombres. Que los graves varones que lo escuchan no vayan a confundirlo con estos estudiantes ilusos que a su lado se sientan. El y los que allí lo mandan saben bien que hay que contemporizar, que transigir. La intransigencia es una prueba de mal gusto. El ABC proclama que hay que hacer muchas cosas. Pero, ellos, sus directores, saben bien que hay que hacerlas poquito a poco, con calma y con método, sin herir intereses, suavizando asperezas, realizando en cada caso lo que nos dejen realizar.
Las cabezas medrosas van surgiendo de los hombros encogidos. Los políticos sonríen:. ¡Simpático joven! Contemporizar, transigir: eso es. No otra cosa han venido ellos diciendo durante treinta años. Estos estudiantes, tercos y díscolos, no han querido comprenderlo. Pero, gracias a Dios, con esta otra juventud hábil y comprensiva, se puede ir muy lejos. Estos sí que tienen preparación. Son gentes que saben. Y después de conocerlos bien, va tomando tonos de rosa el porvenir, que lucía amenazador e incierto. Podemos ponernos, sin miedo a que nos arrastre a aventuras escabrosas, el traje revolucionario. Todos se frotan las manos de gusto. ¡Qué bien nos vamos a llevar! Y ahora vamos a ver qué es lo que tiene el General debajo del mantel. Pero el General hace un gesto de desaliento. Ante sus colegas, absortos, descifra el misterio pavoroso de sus frases sibilinas. Debajo del mantel no hay nada. Y repite el gesto fabuloso de Colón ante su tripulación sublevada, pidiendo treinta días para realizar el sueño. Los treinta días transcurren. La esperanza no se materializa.
La Junta divaga y sueña. Unos sueñan con las manifestaciones ruidosas que exaltan su presidencial candidatura, con profusión de candilejas y sonoras chambelonas. Los otros esperan el instante feliz en que al fin sean hombres públicos y puedan demostrar lo inteligentes y listos que son. Pero el feliz momento tarda. Como a la joven bella y virtuosa que todo lo fía al matrimonio remoto e inaccesible, le llega el momento en que considera su virtud pesado fardo, así a la Junta empieza a pesarle su áspera virtud revolucionaria. Los estudiantes se alarman. Y como contén a la virtud en fuga, reclaman compromiso anti-injerencista. Con el gesto distraído de quien complace a un niño, la Junta lo adopta. Sus oídos están ya francamente abiertos a la tentación. Está decidida a pecar. Se insinúa, coquetea y se sonríe con el transeúnte extraño. Pone de relieve todos sus encantos. Es unida y perfecta. Juiciosa y comprensiva. No es exigente ni díscola. Ella hará la felicidad del país y será agradecida al buen amigo que la ayude. Verano de 1933. Esto no se acaba nunca. La vida reclama sus fueros. Esta miseria, esta opresión continua es una generadora de apetitos. ¿De qué sirve ser popular, si nos vemos forzados a vivir fuera de la patria? ¿Qué hacer con la admiración estéril de la muchedumbre, si los oídos no van a sentir la caricia de su clamor? Hay que vivir, sea como sea. La Junta se levanta cada mañana con la decisión de la joven que, harta de su virtud inútil, repite todos los días: "Hoy va a ser"
Dentro del concierto internacional hay pueblos que se han asignado una misión especial a la cual permanecen fieles al través de los años. Inglaterra es el guardián del equilibrio del continente europeo; los Estados Unidos son los campeones de la libertad de los mares y de la intangibilidad del sistema político de América; la Rusia de los zares era la protectora de los eslavos, etc. La misión de Cuba, en el concierto internacional, es rendir culto a la gratitud. Está condenada a eterno agradecimiento. Vive y respira por la bondad de los Estados Unidos. Es nación porque a ellos les plugo. Por mezquina y constreñida que sea la vida que nos dan, siempre tenemos que agradecérselo, porque bien podía no darnos ninguna. Su soberanía está limitada por los Estados Unidos, su economía está en manos del capital norteamericano; su territorio, utilizado para las necesidades estratégicas de la escuadra americana; su política interior está bajo la supervisión del Departamento de Estado norteamericano. Encima de todo esto, el pueblo cubano debe gratitud a los Estados Unidos. Esa gratitud renueva constantemente sus motivos. Los Estados Unidos se ven obligados a intervenir en nuestros asuntos interiores. Ahora bien, si intervienen, lo hacen porque no hacemos las cosas a su gusto. Es falta imperdonable disgustar a nuestro benefactor. Y grande es la bondad de éste al perdonarnos esos deslices. Grande debe ser por ello nuestro agradecimiento. La independencia de los restantes pueblos de la tierra está salvaguardada por un montón de factores morales y materiales; la del pueblo de Cuba depende exclusivamente de la voluntad de los Estados Unidos. Estos tienen derecho de vida o muerte sobre ella.
Con ese espíritu es como se han considerado en todos los tiempos nuestras relaciones con los Estados Unidos. Una campaña tenaz ha hecho él un estado de ánimo colectivo. Todo un pueblo ha aceptado ese estado de cosas, sin preguntarse los motivos. Al sometimiento político y económico se ha unido el sometimiento espiritual. Según sus apologistas, este sometimiento es una cosa fatal, determinada por los dictados de la geografía y de la historia. Se añade la nota lírica de la inevitable gratitud. Se afirma inclusive que esa tutela intolerable se ejerce en nuestro bien. ¿Qué ley geográfica es la que determina la supeditación política de Cuba? Entre Cuba y los Estados Unido hay una frontera que no se presta a equívocos: el mar. No hay afinidades de raza o idioma, que establezca conexión alguna entre nuestro pueblo y el norteamericano; nuestra localización no significa obstáculo alguno para las comunicaciones entre las distintas partes de su territorio; no nos interponemos entre ellos y otras dependencias de su sistema político. Queda, pues, solamente, la proximida Nuestras costas, afirman enfáticamente los apologistas de la injerencia están a pocas horas de navegación de las costas americanas. ¿Y qué tenemos con eso? ¿Por qué la vecindad ha de justificar la servidumbre? Mucho mas cerca está Suiza de Francia, y Holanda de Alemania, y a nadie se le ha ocurrido que sea razón suficiente para que una u otra nación tenga: que vivir en perpetuo vasallaje.
Esa vecindad engendra grandes relaciones comerciales, vitales para Cuba. Con más o menos diferencia, lo mismo ocurre entre las diversas comunidades del planeta. Y creemos que es difícil de explicar, por qué es necesario para el mantenimiento de esas relaciones que nuestro gobierno se una dependencia de Washington. Hay también la razón estratégica. Los Estados Unidos necesitan mantener un dominio político sobre Cuba, por razón del Canal de Panamá, y para evitar que cualquier parte de su territorio sea ocupada por otra potencia. No alcanzamos a comprender que sea absolutamente necesario, para prevenir una remota contingencia, el que los Estados Unidos ejerzan una intervención incesante en nuestros asuntos internos; pero aún aceptando esa razón bueno es consignar, que limitar la soberanía de un pueblo y ocupar su territorio, por motivos que sólo benefician al interventor no puede tener otra justificación que el uso brutal y descarado de la fuerza. Razones similares adujo el Estado Mayor alemán para justificar la invasión de Bélgica. Hacemos esta observación, no para protestar líricamente de ello, sino para balancear un poco la cuenta de la gratitud.
Y vamos con la historia. En el desarrollo de nuestra civilización, de nuestra cultura, en el que poco a poco se va modelando nuestra nacionalidad, es nula la influencia de los Estados Unidos. Cuba es nación por si misma, por la existencia de una conciencia colectiva con caracteres especiales que la distinguen de las restantes comunidades de la tierra. Nada tienen que ver los Estados Unidos con la creación de esa conciencia colectiva. Son ajenos en absoluto a nuestra cultura, a nuestro idioma, a nuestras modalidades. El principio democrático que informa nuestras luchas por la independencia, se inspira en la Revolución que declaró los Derechos del Hombre y no en la que redactó el Acta de Independencia.
Pero, se arguye, esa nacionalidad debe su independencia a los Estados Unidos Rectifiquemos. Los Estados Unidos han contribuido a esa independencia. El factor determinante de esa independencia ha sido la voluntad del pueblo de Cuba. Cuando los Estados Unidos intervinieron, Cuba existía y combatía como nación. Al través de su lucha ejemplar de cincuenta años, el mundo entero se había enterado de su existencia. Sin esta circunstancia, hubiéramos corrido la misma suerte que Puerto Rico y Filipinas. Y el primer acto de la potencia interventora fue limitar la independencia de esa nacionalidad. La guerra hispano americana no tiene a los ojos de la historia ese carácter de cruzada redentora que le ha dado en Cuba la propaganda injerencista. El vencedor se anexionó Puerto Rico, Guam y Filipinas. Convirtió a Cuba en zona de influencia. Fue un acto descarnado de piratería imperialista. Y aún en el supuesto de que la intervención de los Estados Unidos estuviera desprovista del carácter que indudablemente tuvo, la gratitud del pueblo cubano por ella no es razón suficiente para justificar nuestra supeditación política. Cuba no es el único país de la tierra en cuyo proceso de independencia, o mantenimiento de la misma, haya intervenido un factor extraño. En el proceso de la liberación y unidad de Italia es de importancia capital la acción de Francia; Polonia ha resurgido como nación por la acción de las potencias aliadas en la Gran Guerra; Grecia debe su independencia a la acción de Francia e Inglaterra; pero ninguna de estas naciones aceptará jamás que ese hecho sea razón suficiente para limitar su independencia. La propia independencia de los Estados Unidos fue obtenida con la ayuda eficaz y decisiva de la escuadra y el ejército de Francia; pero ningún norteamericano aceptará que a ese hecho se debe exclusivamente la independencia de su patria, como ningún francés permitirá que se le diga que sólo a la ayuda inglesa o norteamericana debe Francia su triunfo en la Gran Guerra.
Pero en nuestra tierra infeliz, el castrado injerencismo, extático ante los Rough Riders de la Loma de San Juan, borra una epopeya de cincuenta años y hace depender exclusivamente nuestra independencia de los cañonazos que tiró Sampson en Santiago, para sacar la consecuencia de nuestra deuda de gratitud y convertir esa gratitud en la justificación de un ignominioso vasallaje No hay tales dictados de la geografía y de la historia. Esa frasecita de la jerga abecedaria, surgida post mediación, es el mote académico con que se disfraza el sometimiento a una situación que no se desea combatir.
El sometimiento político de Cuba a los Estados Unidos tiene su base en un hecho extraño e innecesario a nuestra nacionalidad, y que lejos de provocar su desarrollo, amenaza destruirla. Ese hecho es la explotación de la riqueza de Cuba por el capital norteamericano. Y para el libre desarrollo de esa explotación, para garantía de los derechos de ese capital y no para otra cosa, es para lo que se ejerce la tutela política sobre Cuba. Eso es verdad aquí, a 90 millas de las costas americanas, como es verdad en Hawaii, a 3,000 millas de esas costas.
¿La sutil propaganda injerencista ha hecho de Cuba un caso de excepción en la política imperialista de los Estados Unidos? Falso. Aquí se han aplicado los mismos procedimientos que en todas partes. El método ha sido el mismo. Un acto de fuerza ha abierto las puertas a la penetración económica. Las Fruit Co., las Sugar Co. y los City Banks han organizado la metódica explotación del país. El Departamento de Estado ha garantizado las inversiones. Y las ha apoyado, según los casos, en los buenos oficios de su diplomacia, o en el uso de la fuerza.
Pero a los ojos del pueblo de Cuba esa intromisión tiene como único propósito evitar discordias sangrientas y garantizar la paz en Cuba. Con este falso postulado se ha logrado engañar al pueblo de Cuba, que, convencido de que esa injerencia sólo tiene como fin prevenir los desaciertos de sus malos políticos y evitar discordias, llega a considerarla como un genio tutelar imprescindible a la marcha ordenada del país, y llega inclusive a adquirir a sus ojos caracteres simpáticos lo que es el más eficaz instrumento de su esclavitud y su miseria. De esta mentira colectiva son responsables una sociedad convencional, hueca de fe, una prensa mercenaria y chantajista y los sucesivos gobiernos de Cuba, hasta Machado, todos abyectamente sometidos al interventor.
Por ese ángel tutelar ha suspirado, durante los seis últimos años, el pueblo de Cuba ha caído en las garras satánicas de Machado. El ángel ha permanecido sordo al clamor de un pueblo asesinado, se ha reído de los supuestos deberes que le señalaba un tratado que él en cada ocasión interpreta a su antojo. Ha estado demasiado absorto en realizar toda suerte de negocios con cl propio Machado. Pero ahora considera que la broma ha ido demasiado lejos. Que son muchas las fuerzas ocultas que se agitan bajo la dictadura machadista. Puede ocurrir en cualquier instante una liquidación violenta. Y para presidir esa liquidación y que se realice de acuerdo con su interés, el ángel acude al clamor. Se encarna en la persona mortal de Mr. Sumner Welles. Es el seductor ansiado por la Junta de Miami. Pero seductor sigue de largo. A los más de los componentes de esa Junta los conoce de antaño. Han sido suyos a lo largo de toda su vida pública. Otra cosa, otra virginidad, ansía su apetito.
Ya él sabe que hay dos oposiciones. Y sabe que una de ellas, la revolucionaria, ha adquirido, por su espíritu de sacrificio, por el coraje y la fe con que ha llevado la pelea, enorme prestigio ante el país. Y él ansía capitalizar ese prestigio en beneficio del principio injerencista. Le parece poco airoso hacer su entrada del brazo de la traída y llevada oposición restauracionista. Para el buen éxito de su gestión es necesario presentarse con esa otra oposición, que no tiene más antecedente que el sacrificio y el dolor, y que por su virginidad puede decir que es la esperanza de Cuba. Porque Sumner Welles aspira a nada menos que a convencer al pueblo de Cuba de que su injerencismo es la materialización de esa esperanza.
Hemos llegado a un punto culminante, generador de notables acontecimientos, para cuya mejor comprensión hemos de insistir saber un hecho de capital importancia. Ya antes señalamos la génesis del movimiento revolucionario, instintivo en el Directorio y hecho realidad en el ABC. Pero una y otra vez hemos subrayado que ese sentimiento revolucionario carecía de voz ante Cuba, que sólo veía en él su ataque contra Machado. Agobiada por la Dictadura, impedida de gritar sus grandes verdades revolucionarias al pueblo de Cuba, la oposición revolucionaria lucha denodadamente dejando tras sí un rosario dé muertos, para abrirse paso a través de Machado y poder gritar a Cuba su verdad completa. Es el mensaje que la Revolución amordazada envía al pueblo de Cuba. Y ese mensaje lleva escrito con caracteres indelebles la denuncia del injerencismo explotador y falaz.
De ese mensaje se ha hecho cargo el ABC. Y por razones impuestas por las necesidades de la lucha, un reducido grupo de hombres ha echado sobre sus hombros esta inmensa responsabilidad revolucionaria.
El mensajero ha avanzado dejando tras sí un rastro de sangre a través del infierno machadista. La víctima, por cuyo rescate pugna, contempla su lucha llena de fe y esperanza. ¡ Con cuánta unción va a oír su palabra cuando al fin pueda escucharla ! ¡Cómo no creer a estos hombres, que compañeros de esos que tan heroicamente mueren!
La cuesta es empinada y la lucha dura. Coincidiendo con un momentáneo desaliento, surge el Mefistófeles de la injerencia. Con gesto elegante propone el gran negocio de la mediación. "Tú solo, no llegarás nunca a la cumbre. Sí rompes ese mensaje, en el que esa Revolución ilusa me delata y me presentas como amigo tuyo, yo te llevaré sobre mis hombros. Todo saldrá bien, para mí y para ti. Para mí, porque presentándome contigo, nadie dudará de mis intenciones, y para ti, porque habrás obtenido lo que verdaderamente se espera de ti ya que nadie, excepto tú y unos cuantos locos, sabe lo que dice ese papel. También te digo que hay que hacer las cosas con método y sin rudeza para los que hoy son tus contrarios, porque al fin y al cabo han sido amigos míos. Con estas condiciones te llevo hasta la cumbre. "El mensajero ha mirado la empinada cuesta. No ha mirado hacia atrás, para no ver la cadena de tumbas que ha marcado su paso. Y ha roto su mensaje. El 14 de junio de 1933, la Célula Directriz del ABC, rompiendo el compromiso anti-injerencista de la Junta, asume ante Cuba, la iniciativa y la responsabilidad de la Mediación.
Este acto de la Célula Directriz es el abandono del sentimiento revolucionario, que engendró y desarrolló el ABC. No enjuiciaremos ni hombres ni intenciones. Nos limitaremos a consignar un hecho.
El acto elevó ante Cuba el prestigio moral del más eficaz instrumento de su esclavitud. Gracias a los buenos oficios de sus nuevos amigos, la injerencia se presentó ante Cuba vestida de verde. La nación se extasió, conmovida ante esta unión deliciosa de su nuevo paladín y de su ángel tutelar que, gracias al acomodamiento del paladín seguía siendo ángel. Summer Welles pudo ver, satisfecho, que el nuevo león estaba dispuesto a marchar por la misma senda de sumisión en que habían dejado sus huellas los viejos partidos. Que los sofistas no se apresuren a esgrimir sus armas. Ya sabemos que no estaba en mano del ABC, ni de nadie en Cuba, el impedir la injerencia. Pero sí sabemos que estaba en manos de cualquiera el no salir fiador moral de esa injerencia. Y eso es lo que ha hecho la Célula Directriz del ABC. En los primeros tiempos, cuando aún no se había inventado la justificación científica del injerencismo, ni eso de los dictados de la geografía y de la historia, se alegaron excusas. Se habló de evitar la intervención y de que con ello se derribaba a Machado. De esta segunda excusa nos ocuparemos más adelante. En cuanto a la primera, vamos a repetir las palabras de un manifiesto, en el que un grupo de abecedarios protestó de la mediación.
"Al decir que con este acto se ha evitado la intervención, se reconoce su existencia. "Sólo nos hemos ahorrado, entonces, las fuerzas de desembarco. Pero si su presencia no es visible, su influencia es bien notoria. Su simple amenaza ha sido suficiente para que se acepte la responsabilidad de actos que otros dictan, y para que aparezcamos ante el mundo como aceptando libremente lo que no es más que el resultado de una imposición. "Y, agregamos nosotros, no de otra manera procedía la vieja política. El interventor oculto dictaba la ley en su propio beneficio, y ellos asumían ante Cuba su responsabilidad. El precio de esa complacencia era el poder. El resultado, el engaño colectivo del pueblo. En su primer contacto con el enemigo tradicional, la Célula Directriz del ABC puso de relieve su semejanza espiritual con esa vieja política. La mediación fue un Río Verde abecedario. La prometedora flor revolucionaria se marchitó en los salones de la Embajada. Los severos enjuiciadores de la generación del 95 probaron de modo lamentable estar muy por debajo de los arrestos de esa combatida generación, que había cumplido con insuperable gallardía su misión histórica. Y esta otra de jueces severos, apenas iniciada la marcha, se arroja desfallecida a la cuneta del camino, hablando que es locura hacerle frente a los "rayos que caen del cielo azul" y a las locomotoras que viene por la línea. No de otra manera excusaron su flaqueza los autonomistas de 1898 o exaltaron la realidad imperante los cooperativistas de 1926.
El injerencismo, frotándose las manos de gusto, dice:"La mediación derribó a Machado," como igualmente dice:" Los Estados Unidos hicieron independiente a Cuba."
Tal es nuestro destino. Un pueblo puede reñir la lucha más desesperada, más desigual y más heroica que se ha dado en el Continente Americano. Puede sembrar de cadalsos su territorio, vivir durante lustros la vida del animal salvaje y montaraz, luchar casi sin armas, sin medicinas, sin cuarteles, teniendo por techo cobijador el firmamento, contra ejércitos formidables, incesantemente renovados; puede convertir su riqueza en un brasero inmenso, puede verse inmolado en masa en el infierno de la Reconcentración. No importa. No es él quien puede ostentar el premio de su esfuerzo. Una epopeya de cincuenta años se resume en eso: Los Estados Unidos han hecho independiente a Cuba.
Se puede luchar inquebrantablemente contra una tiranía odiosa. Se puede arrostrar la cárcel, el hambre; la muerte. No desfallecer ante el fracaso repetido y reincidir de nuevo en la lucha. Vivir durante años resistiendo, a pie firme y sin claudicar, el embate machadista. Luchar sin armas y sin dinero contra una dictadura, a la que la banca americana refaciona durante la lucha con ochenta millones de pesos. Hacer interminable la lista de los mártires de esta pugna desigual. Y cuando, al fin, un pueblo entero se suma a la tenaz protesta, la injerencia anota satisfecha: "La Mediación derribó a Machado", y sobre la pirámide elevada por el dolor y el sacrificio de toda una generación, un extranjero, con el aplauso entusiasta del rebaño injerencista, desenfadadamente coloca un "Made in USA."
Y la Mediación no derribó a Machado. Derribar supone un acto de fuerza y hostilidad que excluye todo acuerdo mutuo. Nunca fue ese el propósito de la Mediación.
El propósito de la Mediación fue llegar a un pacto entre la oposición y Machado. Ese pacto comprendía el reconocimiento de la Constitución de 1928 por ende la legislación de Machado, el reconocimiento del Congreso machadista, que era el que iba a votar la nueva Constitución, y la impunidad absoluta para Machado. A cambio de eso, Machado accedía a acortar, por medio de la aprobación de un proyecto constitucional, o tomando licencia, su período presidencial, al cual tenía el derecho legal que la mediación le reconocía. Ese proyecto constitucional iba a ser confeccionado, en conjunción, por los dignos representantes de la oposición martirizada, ente los cuales figuraban los compañeros Floro Pérez, y los representantes de ese Congreso, compendio de todas las miserias, que había amnistiado dos veces a Arsenio Ortiz. La mediación aceptaba que la futura Constitución de Cuba estuviera ungida por el voto de esos hombres, a quienes pocos días después buscaba el pueblo de Cuba por todas partes, como a vulgares malhechores.
Me es difícil mantenerme dentro de los limites de una narración serena. La mediación es la página más vergonzosa de nuestra historia. La historia republicana de Cuba, pródiga en claudicaciones, ha presenciado muchas caídas; pero nunca desde tan alto La oposición se precipitó, recta y sin transición, desde las altas cumbres espirituales de martirio al lodazal de todas las claudicaciones.
La mediación lo olvidó todo y lo traicionó todo. Olvidó la impugnación tenaz a la legalidad del gobierno machadista. Olvidó sus muertos. 0lvidó que Machado era un miserable asesino. Aceptó que el Mediador colocara a las víctimas y al victimario en un plano de igualdad moral. Para el Mediador, esto no era una cuestión moral. Era una mera diferencia política, que se resolvía con un mutuo acuerdo. Así toleraron ellos, que ese extranjero, ajeno a nuestros sentimientos y a nuestros dolores, valorizara en esa forma mercenaria las tumbas de sus compañeros.
Todo lo traicionaba la Mediación. Traicionaba el sentimiento revolucionario. Traicionaba el odio a Machado. Traicionaba el derecho y la soberanía del pueblo de Cuba, pues se pretendía imponerle una Constitución confeccionada en un pavoroso e indescriptible revoltijo de opositores y machadistas, presididos todos por el Interventor.
La Mediación engendró ese caos y esa confusión en las filas oposicionistas, que aparece hoy inexplicable a los ojos del país. A la división de revolucionarios y restauracionistas se añadió la de medacionistas y anti-mediacionistas. Aquel acto, que traicionaba todos los sentimientos que habían mantenido a la oposición, provocó una escisión violenta a través de todos los sectores.
A la censura de Machado sucedió la censara de Welles. La anti-mediación quedó amordazada. Después de tres años de forzado silencio, la oposición habló, pero fue sólo aquella que aceptaba la Mediación. No habló una palabra de Revolución. Pareció reducir su aspiración al propósito de restarle a Machado unos meses en el poder. Había olvidado su transformación revolucionaria y sus tres años de martirio. Pero hubo dos que no olvidaron, que permanecieron fieles a su pasión y a su odio: El pueblo de Cuba y Machado. Fueron las dos grandes realidades de aquella triste hora. Ninguno de los dos dejó de ser lo que era. El pueblo permaneció ajeno a las sutilezas de la Mesa Redonda. No las entendía ni le interesaban. Sólo veía a Machado y sólo oía la voz de su odio. Por encima de los cabildeos mediacionistas, y a su pesar, la huelga general surgió espontáneamente del empredrado público, brotó de los hogares humildes, descendió de las altas clases, se impregnó en nuestro ambiente, envolvió en incontenible marea a todas las clases de la sociedad. Nadie, sin cometer un fraude histórico, puede atribuirse la paternidad de ese famoso movimiento, de esa protesta, la más unánime y espontánea que se ha registrado en pueblo alguno. Es calumniar a ese movimiento decir que el sentimiento de santo odio que lo engendró, sin preparación y sin acuerdo, nació en la charca de la Mediación.
Y Machado fue a su rencor y a su satánica soberbia más fiel que los mediacionistas a sus principios. Ellos olvidaron que Machado era un asesino; pero él no olvidó que ellos habían querido matarlo. Ellos aceptaron que él era él Presidente de Cuba, con tal de que se fuera, pero él siguió fiel a su política, que demandaba, más que la absoluta sumisión del contrario, su destrucción. Ellos aceptaron tratar con él, pero él no quiso tratar con ellos, y el siete de agosto los arrojó a latigazos de la famosa Mesa Redonda. Fue Machado quien puso fin a la Mediación, después de haberla escarnecido. Una de las primeras cosas que habían pedido los mediacionistas era que cesara el escarnio que para una población civilizada representaba que Ainciart fuera su Jefe de Policía. El ABC llegó a amenazar con la retirada. Pero Ainciart siguió siendo Jefe de la Policía, la Mediación siguió su curso, y el ABC continuó en ella. Y el siete de agosto, fue Ainciart quien puso fin a la farsa mediacionista, ametrallando al pueblo de la Habana. El siete de agosto se acabó la Mediación. Y se acabó por la voluntad del pueblo de Cuba y de Machado.
Aquél probó que en ninguna forma estaba dispuesto a eso que el mediador llamaba "el curso legal hacia la normalidad."
Y éste, que no aceptaba pacto ni componenda alguna. Que aunque los mediacionistas se empeñaron benévolamente en creer lo contrario, él, por encima de todo, seguía siendo Machado. El interventor modificó entonces sus planes, sin abandonarlos completamente. Juzgó de urgencia la eliminación de Machado. Y jugó la carta que siempre tuvo en su mano. Nuestro glorioso ejército ha tenido siempre escrito en sus invictos aceros: "¡Viva el que me paga!," excluyendo un reducido número de jóvenes oficiales, a los cuales ruego no se sientan incluidos en la frase. Su característica ha sido estar siempre de parte del más fuerte. Pudo constituir una casta privilegiada, mientras sostenía al Machadato y ser indiferente al calvario del país inerme; pero en ninguna forma podía, de acuerdo con su tradición gloriosa, permanecer indiferente a la invitación al vals que le hacía el poderoso Interventor. Era claro que entre Machado y Welles sería siempre el más fuerte el último. Y cambió de caudillo Machado abandonó la presidencia. Ni un solo instante tuvo en peligro su libertad o su vida. No se le ocurrió a la oposición mediacionista, que iba a recibir el poder de Welles, reclamar una ni otra.
Su salida, ciertamente, fue un poco abrupta y desprovista del ceremonia que debía rodear a un Presidente que abandona el país en uso de licencia; pero de ello sólo debe culpar a su terca y feroz intransigencia. Hubiera sido más dúctil, más propicio a la componenda que se le proponía, y' quién sabe si hubiéramos llegado a asistir al conmovedor espectáculo de que una comisión de la Mesa Redonda lo fuera a despedir al muelle.
UNA PARADOJA
12 de agosto. De los cuatro puntos cardinales, la multitud, roto todo contén y dique, se precipita sobre la jauría en fuga. Está alegre, ferozmente alegre. Como un torrente, asolándolo todo, penetra en los cúbiles machadistas. Son pocos los que pilla su cólera justiciera. El machadismo criminal y sórdido es abyectamente cobarde en la derrota. Huye como vulgar ratero, o como hiena interrumpen en su festín macabro.
La ciudad es un aquelarre. Arden los periódicos machadistas. Las piras de muebles en la vía pública señalan la presencia de una vivienda de sicario arrasada por la multitud. Aquí y allá caen, inmolados por la furia pública, los que no han tenido la suerte de Machado. Toda una ciudad se precipita a la caza de las alimañas. Secretarios de Despacho, congresistas, amigos y "cachanchanes", toda la taifa de lacayos, toda la cuerda de asesinos, huye en todas direcciones, o se sotierra en los más impensados escondrijos.
En medio de este caos, suenan solemnemente veintiún cañonazos. Son las salvas que saludan al nuevo Presidente de Cuba. ¿De dónde sale y quién lo ha elegido? Como salir, sale de la Embajada. Su tradición histórica es servir a la injerencia. Fue el hombre de Crowder en 1922 y es ahora el hombre de Welles. Es ajeno en absoluto al movimiento oposicionista. Ha sido Secretario de Despacho de Machado y Ministro de Machado en París. La única razón que justifica su ascensión a la Presidencia, es esta circunstancia, es su inconfundible carácter de rueda de repuesto del carro de la injerencia.
En medio de los gritos de muerte de la multitud, al resplandor de los incendios y acompañado del estruendo de los disparos que arrebatan la vida a los sicarios machadistas, ¿qué hace este Presidente? Redactar un mensaje para el Congreso en fuga.
¿Qué dice este benemérito a los congresistas, terriblemente atareados en aquel momento en salvar sus cabezas de las iras populares? Les notifica que siendo él el Secretario de Estado, se ha hecho cargo de la Presidencia de la República, por haber abandonado el país el Presidente en propiedad, el Honorable Gerardo Machado y Morales, el cual ha solicitado una licencia. Y ruega a los dignos congresistas, que desde las bohardillas a donde han ido a esconderse y que desde debajo de las camas donde han puesto a salvo sus amenazadas testas, sancionen y legalicen, como Congreso soberano, legítima representante de ese pueblo que ruge en la calle, su presidencial actuación. Cuatro senadores y siete representantes se reúnen heroicamente en el Hotel nacional. Pasan por alto esa bobería del quórum, considerando la tempestad que brama afuera. No preguntan a Céspedes quién lo hizo Secretario de Estado. Reforman precipitadamente, y sin tomar aliento, la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo. Lo proclaman Presidente. Y después de este acto de soberanía, vuelven a todo correr a sus respectivos escondites. Difícilmente puede concebirse un acto que supere en ridiculez al que dejamos apuntado. Es forzoso preguntarse, qué sentimiento, qué principio, qué necesidad que tuviera en aquellos instantes valor real en Cuba, demandaba la celebración de esta mojiganga. Estaba destinada a satisfacer a Sumner Welles. El padre de la criatura quería legalizarla. Todo los países del mundo tienen el derecho de Revolución. Pueden, durante un período de interinidad, estructurar las nuevas normas legales que han de dar forma a sus propósitos de renovación. El pueblo de Cuba no puede hacer eso. No porque nadie se oponga a ello en Cuba; sino porque no quiere Summer Welles. Todo el país reclama la disolución del Congreso, la convocatoria de una Constituyente, la abolición de la Constitución maldita de 1928. Pero Sumner Welles no quiere. La Constitución de 1928 es sagrada. Si se reforma tiene que hacerlo el Congreso. Así insiste contra el unánime sentimiento de un pueblo. Y no sabemos de qué asombrarnos más; si de la osada e irritante intromisión de ese extranjero, o de la sumisión inconcebible a esa intromisión de algunos miembros del Gabinete, y decirnos de algunos, porque de otros y del propio Céspedes lo que nos asombraría. sería lo contrario. Esta absurda pretensión convierte el período de Céspedes en una paradoja diaria. El gobierno no da una orden de detención, y las cárceles se llenan de machadistas; no manda a matar a nadie, y todos los días arrastran a alguien por las calles de la Habana; no dispone una sola confiscación, y no hay propiedad machadista que no esté en poder de la multitud; no destituye. un alcalde o un concejal, y en pocos días no queda uno en toda la República, extiende pasaportes y permisos de embarque para distintas personas, y grupos de civiles rompen los pasaportes y encierran a los favorecidos en la cárcel. La multitud es la que hace todo esto. El gobierno, solemnemente enchisterado, repasa gravemente el texto de la Constitución de 1928, que considera su fundamento legal. Trae entre manos la concertación de un empréstito, inevitable final de todas las injerencias providenciales. No ha perdido la esperanza de reunir al espantado rebaño congresional. Para cubrir las plazas de aquellos que se han puesto a resguardo más allá de nuestras fronteras, medita el expediente de habilitar los sustitutos. Hay heroísmos y abnegaciones aún en el injerencismo. El Gobierno de Céspedes es la prueba. Por satisfacer a Welles, no dudó en echar sobre si todo el ridículo inherente a esta absurda actitud.
Pero es evidente que con sustitutos o sin ellos, la reunión del Congreso puede traer la lamentable consecuencia de una descomunal degollina. Cada vez resulta más fuera de tiempo y de lugar la pretensión legalista del gobierno. A la trágala, Sumner Welles está empeñado en hacer creer al pueblo de Cuba que la licencia de Machado es el galardón supremo de la Revolución triunfante. Que no se necesita ir más allá. Eso, Céspedes y su gobierno, es la Revolución de que se habla hace tres años. Y por si lo duda, ahí está el ABC en el gobierno, tiñendo de verde este engendro injerencista, como antes tiñó a la propia injerencia, cumpliendo ya a conciencia su misión histórica de falsificar la Revolución y de ser el fiador moral de esa injerencia. Pero ya el país, que se siente revolucionario, porque se reconoce muy mal en su presente condición, empieza a sospechar la existencia de un fraude Summer Wel1es reconoce que esta fórmula no ha tenido éxito y acepta que la injerencia. empeñada en privar a Cuba de su oportunidad revolucionaria , cambia de disfraz.
El 24 de agosto de 1933 el gobierno de Céspedes se lía la manta a la cabeza y da una terrible pitada revolucionaria Disuelve un Congreso inexistente, destituye alcaldes que ya no tenían alcaldías, anula la Constitución de 1928, a la cual nadie hace caso. Con gesto audaz, que sin duda alguna le reconocerá la historia, declara terminado "el mandato atribuido al ciudadano "Gerardo Machado y Morales".' Así,, valientemente, con ese estilo despectivo de puro sabor revolucionario. Y después de haber liquidado de este modo el pasado tenebroso. abre estrepitosamente las puertas del porvenir. Por lo que pueda tronar, empieza por poner a resguardo la deuda exterior, declarando sagrada la del Chase inclusive. Lanzado por el camino de las grandes resoluciones, restituye en todo su vigor y eficacia la estupenda Constitución de 1901. Convoca a elecciones, de acuerdo con esa Constitución, para todos los cargos que la misma determina, para el 24 de febrero de 1934. Después de estas cosas, tan nuevas y profundas, declara consumada la obra de la Revolución. Ilumina el Capitolio. Durante toda la noche las banderas verdes flamean triunfantes, proclamando el éxito definitivo de la Revolución. Ya no es necesario preguntar más. ¡Hela aquí; Sería temerario el negarlo- Pero esta revolución se parece mucho al pasado. Nosotros la conocemos de alguna parte. Cierto que habla mal de Machado y de su Constitución ... ¡Vive Dios! Es nuestra vieja amiga, la oposición restauracionista, lo que ahora nos presenta la injerencia como la suprema expresión revolucionaria. Con tanta bandera verde no la habíamos reconocido. ¡Pero es ella, hombre! Se ha vestido también de verde, lleva un cuchillo entre los dientes y babea de furor para ponerse a tono con el ambiente; pero no hay duda, es la misma. Ella, con sus candilejas, sus congas, sus graciosas campanas presidenciales, sus edificantes lemas de "Honradez, Paz y Trabajo, "Agua, Caminos y Escuelas," etc. Ella y su bucólica Constitución de 1901, que se han deslizado sutilmente al través de la maraña injerencista, y helas aquí, alzándose graciosamente con el santo y la limosna.
En ese decreto del 24 de agosto, la falsificación se pone en evidencia. El empeño de huirle el cuerpo a la Revolución es claro. Se escamotea el porvenir, restableciendo el pasado. Se rehuye de todos modos la Constituyente. Se consagra, como definitivo, el triunfo de la oposición. Pero la Oposición que se escoge es aquella que pugna por el restablecimiento del pasado. Se soslaya la existencia de la otra. Y por una ironía del destino, el líder abecedario que definió tan claramente el carácter de las dos Oposiciones, que tan certeramente denunció el verdadero significado de la oposición restauradora es miembro del gabinete de Céspedes, que su presencia sanciona, y contribuye al triunfo completo de la Restauración. De esta completa la Célula Directriz del ABC su obra de falsificar la Revolución que inició con este nuevo disfraz tampoco tiene éxito. La multitud chifla al transformista. Este se vuelve confuso hacia el director de escena, oculto entre los bastidores. Es forzoso ensayar otro pasaje.
Pero en su empeño de complacer la absurda pretensión de Welles, el gobierno de Céspedes ha perdido todo su prestigio. Incapacitado para contener la Revolución, e imposibilitado por las exigencias del interventor para dirigirla o encauzarla, va como un corcho, a la deriva, en la cresta de la ola.. Ni manda a nadie, ni lo obedece nadie. Cada cual busca por sí la decisión de su problema. Ese descrédito es la obra personal de Welles y la consagración de su fracaso. Independiente de los motivos interesados que tuviera para preconizar esa política, que resalta por encima de toda otra consideración, es la necedad insigne que esa política representa. El injerencismo ha hecho de Sumner Welles un prodigio de capacidad y sapiencia. Los contrarios de la injerencia, sin embargo, recordamos con regocijado agradecimiento al diplomático yanqui. Difícilmente puede señalarse un momento más brillante para el prestigio de la injerencia que el doce de agosto. La nación, agradecida, aclamaba al ángel redentor. Welles, Welles, Welles.... El lo hacía todo y lo podía todo los adversarios no nos quedaba otra cosa que esperar y callar. Veintidós días después, el gobierno, obra de este todopoderoso no tenía autoridad más allá de las personas del séquito presidencial de Céspedes. Y hoy, a un año de aquel momento brillante, la denuncia del injerencismo y de su verdadero carácter, es un tópico familiar a la nación. Se increpa a Caffery como no se ha increpado nunca a ninguno de nuestros procónsules. Sería fatuo decir que esa es nuestra obra. No, hay que hacer justicia. Es la obra de Sumner Welles. Tenía a su favor todo lo necesario para llevar a cabo la falsificación revolucionaria que se proponía. No tenía que hacer otra cosa sino sacrificar los signos externos, sin trascendencia alguna, cuya inmolación reclamaba la multitud. Ello hubiera dado prestigio y autoridad al gobierno, suficientes a evitar lo que después ocurrió. Los grupos injerencistas que usufructuaban el poder hubieran capitalizado en su provecho esa autoridad y hubieran obtenido el triunfo en la Constituyente. Poco o nada podía hacer el incipiente sentimiento revolucionario ante este estado de cosas. Hizo todo lo contrario. Se empeñó en la defensa de instituciones muertas, sin eficacia alguna sobre el sentimiento del pueblo de Cuba, más que eso, odiosas a ese pueblo. El por qué lo hizo, no podemos decirlo con seguridad, aunque lo sospechamos. Pero fuera cual fuese su intención, el transeúnte más ajeno a la política, podía haberle informado de que esas instituciones sólo podían guardarlas los marinos de desembarco, y que si él no quería no podía desembarcar a esos marinos, era ridículo y contraproducente insistir en su defensa.
Gracias a Welles se puso en evidencia la trampa y la debilidad de la injerencia. Todos los discursos de sus adversarios no tienen la elocuencia que tuvo para el pueblo de Cuba ver al Embajador americano defendiendo instituciones odiosas a ese pueblo, sólo porque así convenía a sus intereses. Y su constante amenaza de intervención, nunca cumplida, puso de relieve la debilidad de la intervención, de esa espada de Damocles eternamente suspendida sobre nuestras cabezas, debilidad que nace de la transformación que se ha operado paralelamente a la crisis económica que agobia al pueblo americano y a consecuencia de ella. Su ignorancia de la realidad, a Dios gracias, abrió la brecha a la Revolución. Esta avanzó arrollando fácilmente toda la pacotilla constitucional y anacrónica, en cuya defensa se encarnizaba Welles. Pero ya no se detuvo ahí, sino que, rota la línea injerencista, avanzó hacia los verdaderos objetivos de la Revolución. Esos objetivos, que tan celosamente ha velado durante 30 años la injerencia.
Esta oportunidad histórica se la brindó a la Revolución cubana el inolvidable Mediador. Que por ello le llegue, allá en su oficina del Departamento de Estado, el testimonio de nuestro agradecido recuerdo.
La "Huelga de Marzo de 1935", fue una de las más inteligente y tenebrosa tácticas utilizada por el Embajador Caffery y sus aliados anticubanos: la sacarocracia, los españoles, los machadistas y todas las fuerzas conservadoras; para separar definitivamente a las fuerzas que efectuaron el golpe cívico militar que produjo a la "REVOLUCIÓN AUTÉNTICA", las Fuerzas Armadas y los civiles que fundarían el Partido Revolucionario Cubano Auténtico. Gran parte de la nueva oficialidad se sentía auténtica, de allí que las leyes revolucionarias no perdieran vigencia, y que el gobierno de Mendieta-Batista-Caffery se viese obligado a mantener su vigencia y promulgar algunas que habían quedado redactadas en el despacho del Presidente Ramón Grau San Martín .
El instrumento utilizado por las fuerzas anticubanas fue el ABC, que estaba fuera del gobierno, pero que mantenía su vinculación con la Embajada de los Estados Unidos. El ABC convenció a los elementos de acción directa de la oposición revolucionaria, de que contaba con suficiente armamento para enfrentarse a las fuerzas del gobierno, y así se fue a una huelga que produjo el resultado perseguido por sus progenitores. Fuerzas enemigas de la Revolución Auténtica.
Enrique Fernández vio más allá que otros, no creyó en el ABC ni en su potencial; procuró disuadir a sus compañeros, señalándoles el trasfondo de la huelga, la incapacidad militar del ABC y su vinculación con la Embajada Americana. Un movimiento llamado al fracaso que alejaría a los revolucionarios y traería muchos males sobre el pueblo. La huelga fracasó, a sangre y fuego, Pedraza con la incorporación de los esbirros machadistas que al iniciarse la huelga corrieron a incorporarse, tanto en los cuerpos represivos como en la burocracia oficial, la aplastó. La eminencia gris de la represión, Carlos Manuel de la Cruz, representativo de la política ultraconservadora y anticubana, demandaba aplicar el terror indiscriminado y la muerte de las figuras del Gobierno Revolucionario del Dr. Ramón Grau San Martín.: "Hay que fusilar, por lo menos uno en cada ciudad importante del país.", reclamaba. Y hubo fusilamientos en Las Villas y Oriente, Costiello y Greinstein. Manuel Fonseca y Bellido de Luna salvó la vida por la incansable actividad del Ex- Presidente Ramón Grau San Martín, quien contó con la activa cooperación de Monseñor Manuel Arteaga, Arzobispo de La Habana; ellos movilizaron a la jerarquía católica americana que clamó contra el terrorismo impuesto por el Embajador Caffery. Decenas murieron asesinados sumariamente y tirados en la vía pública, algunos. como Seigle, fueron quemados vivos.
El comandante Jaime Mariné, ayudante del Coronel Batista, Jefe del Ejército, estaba al mando de la patrulla que controlaba el puente sobre el río Almendares que da entrada a la Quinta Avenida de Miramar, para registrar e identificar a los que cruzaran el puente, a pie o en automóvil. Enrique Fernández viaja hacia La Habana, en el automóvil propiedad del Ex- Presiden Carlos Hevia, Mariné lo reconoce y lo arresta y se lo envía a Pedraza , Jefe de la Policía y Gobernador Militar de La Habana. Es el 10 de marzo de 1935, 11:00 A.M. En el calabozo de la Jefatura de la Policía se encuentra con un centenar de compañeros del Partido Revolucionario (Auténtico), que como él habían sido arrestados por el esbirraje. En horas de la noche Enrique Fernández es conducido a presencia de Pedraza. Ramón Fundora, el hombre que le propuso al Presidente Ramón Grau San Martín la nacionalización del trabajo, detenido como él, conversó con Enrique cuando éste fue devuelto al calabozo. Fundora relató lo que sigue: "La entrevista con Pedraza fue, si se quiere, amistosa- dice Enrique- hubo reminiscencias del 33, aclaré que yo era opuesto a la huelga, que la consideraba como una conspiración para dividir a los septembristas. Me interrumpe Pedraza y sin venir al caso me pregunta, Dime, Enrique, quienes desbarataron la Concentración Abecedaria ?- Tu sabes mejor que yo le respondí- quienes fueron.- Pedraza me miró fijamente y después de unos segundos me dijo: Enrique, !Que lástima que sepas tanto!- Ordenó que me devolvieran a aquí. Esta noche me mataran". Fundora trató de hacerle ver que eso no ocurriría, pero Enrique no se equivocó. En horas de la madrugada del 11 de marzo, los esbirros Caro, Marrero, Gil y Cárdenas lo sacaron del calabozo y lo llevaron al Reparto Miramar, los hematomas que se observaron en su cadáver demostraron que fue salvajemente apaleado y posteriormente recibió los disparos que segaron su preciosa vida. Tenia 34 años de edad. Cuba perdió a uno de los cerebros mejor organizado del país.
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