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Cuba acaba de perder
uno de sus mejores hijos. Lo fue, por la firmeza de sus convicciones
políticas y el coraje con que siempre supo defenderlas, especialmente en las
horas aciagas. Lo fue, por su forma austera de amar inmensamente a Cuba. Lo
fue, porque desde la adolescencia no tuvo otro derrotero vital que rescatarla
de la politiquería y el militarismo. Y tratar de propiciarle, sin escatimar
riesgos ni sacrificios, sus mejores destinos.
Yo puedo afirmarlo
porque sin enarbolar elogios póstumos o vanos encumbramientos que él
rechazara antes, innecesariamente hoy, juntos, desde la adolescencia,
compartimos alegrías y tristezas, triunfos y fracasos, sueños y decepciones,
desvelos y peligros en momentos en que el hombre se enaniza o se gradúa de
hombre. En todo ese fatigoso transitar puedo testimoniar que juntos asistimos
a una honrosa graduación.
Por ese motivo debo
decir ahora mismo que su muerte me golpea tan duramente el pecho, que,
después de la pérdida de Cuba y de mis padres, no ha habido una herida más
lacerante en mi viejo corazón que llevo, tan lleno de cicatrices, en este
errar a tientas lejos de Cuba. Estoy hablando, entre calladas imprecaciones y
silencios ensordecedores, de la muerte de Norberto Martínez ese amigo irremplazable.
De niños, juntos
estuvimos en la pelota y en las peloteras. Juntos empezamos el bachillerato y
junto lo interrumpimos para participar en la huelga estudiantil, bajo
Machado, por la muerte del estudiante Rafael Trejo a manos de un policía. Juntos
volvimos a interrumpirlo años más tarde, cuando la "huelga de
marzo" bajo Batista. Fue ésta una dura etapa en aquellos días de lucha
en la clandestinidad. Y aunque algunos trances merecen el relato, los pasaré
por alto. Pudiera parecer arrogancia, cosa que aborrezco.
Al fin, en 1937
terminamos aquel accidentado bachillerato. A Norberto se le dificultaba ir a
vivir a La Habana. Mi padre determinó mudar la familia para la capital e
invitar a Norberto a vivir con nosotros. Para mis padres fue como otro hijo;
para mí, un hermano más.
Ingresamos en la
Universidad en carreras distintas: Medicina él, Derecho, yo. Pero siempre
juntos en compenetración, en camaradería, en lealtad a una amistad
indestructible que siempre nos unió.
En la etapa
universitaria volvieron las luchas, las demostraciones estudiantiles, los
"30 de septiembre" y los "27 de noviembre" en memoria de
estudiantes asesinados. En esas jornadas no faltaron refriegas, arrestos,
amenazas y algún que otro compañero muerto en los choques con la policía. Sí,
presentes y juntos estuvimos Norberto y yo en aquel proceso de lucha contra
un gobierno militarista, como lo estuvimos también formando parte de la
"Candidatura Caribe" que con el voto estudiantil mayoritario barrió
de lideres comunistas las doce escuelas universitarias.
Después de graduados
cada uno siguió su camino. El como médico y líder del Partido Auténtico; Yo
como abogado y periodista. Como médico triunfó y llegó a ser Director del
Hospital de Mazorra. Como político fue uno de los líderes en que más
confiaban los jefes del partido. Y por supuesto, sin abandonar jamás su fiel
militancia democrática como hombre de acción. Muchas veces tuvo que ocultarse
para reaparecer de nuevo insistiendo en lo que él estimaba su deber. Nos
veíamos poco. Hablábamos por teléfono de vez en cuando para comentar la
actualidad. El vínculo de una amistad sincerísima nunca se debilitó.
Norberto jamás dejó
de amar a Cuba y tratar de hacer algo por su libertad. Formulaba planes,
fraguaba intentos, concitaba voluntades, luchaba con afán. Pero todos sabemos
cómo entre vacilaciones, controversias, copiosos protagonismos y la vuelta de
espaldas de amigos que a la hora nona siempre fallan, planes e intentos, por
serios y nobles que hayan sido, han dejado sólo un saldo de agobiadora
frustración.
Cuando Fidel Castro
bajó victorioso de la Sierra Maestra, ni él ni yo estábamos tranquilos.
Disipados los primeros voladores, ambos convinimos en que lo que venía no
parecía ser, exactamente, lo que necesitaba Cuba.
Cuba necesitaba
detener las aventuras militaristas, la corrupción administrativa. el
"amiguismo" pernicioso, la politiquería. Para ello no hacia falta
otro líder militar ni los capitostes de una gesta que no trazara sus triunfos
con los colores de la bandera de la estrella solitaria ni con las notas del
himno de Bayamo. Aquel lábaro roji-negro y aquel "Cuba premiará vuestro heroísmo",
mientras se perfilaba un solo héroe, eran señales contradictorias que el
alborozo popular no permitía esclarecer.
Algo dejé entrever
por mi cuenta en un artículo que publiqué en " Prensa Libre" al día
siguiente del primer discurso de Fidel Castro en Columbia con la paloma
embodecida al hombro. Comentábase el mismo en la barbería que frecuentaba
todo un corte ejemplar de la población que todavía seguía aplaudiendo. Se
titulaba "un tigre asido por la cola" y señalaba lo comprometedor
que era para un hombre sentir sobre sus hombros el peso de la confianza
absoluta de toda una nación. Y que, aunque no dudábamos de sus intenciones,
repetimos la frase de Saint Just en la Revolución Francesa: " Están
cortadas todas las piedras para el edificio de la libertad, le podéis
construir un templo o una tumba con las mismas piedras" Fidel Castro, en
Palacio, se acordó de mi madre. Norberto me llamó esa noche para decirme:
" Hermano, de acuerdo…" Y pocos meses más tarde comenzó a formar
grupos, acopiar armas y se disponía a luchar con la bravura que siempre lo
distinguió.
Tenía, con su grupo
valeroso, encomiendas importantes. Como la toma del aeropuerto de San Julián.
Pero ya los castrocomunistas se olían lo de la invasión. El Che Guevara con
tres mil hombres ocupó la plaza. Tuvo que cancelarse la operación. A duras
penas Norberto y sus amigos esquivaron persecuciones. Al fin tuvieron que
escapar en una lancha desde Cortés, costa suroeste de Pinar del Río. Y llegó
a Miami en junio de 1961.
Aquí se le recibió
como exiliado político. Pero Norberto Martínez traía otras intenciones. Y en
noviembre del mismo año se infiltró en Cuba con otros cubanos. De los de
verdad. Uno del grupo, el heroico "Pipo" Iglesias, Fue detectado,
localizado y fusilado de inmediato. Y de nuevo Norberto siguió luchando en la
clandestinidad. La Habana y Pinar del Rió fueron escenarios de su quehacer
patriótico. Pero llegó el momento en que se cerraba el cerco de la
persecución. Era necesario escapar y preparar nuevos esfuerzos. Y otra vez se
escapó en una lancha cuya obtención no fue fácil. Pero las dificultades las
eliminó su determinación. Y en marzo de 1962 partió del Faro La Victoria situado
en un islote frente al poblado de Los Arroyos, costa noroeste de Pinar del Rió.
En Estados Unidos,
aquel luchador iba a encontrar refugio. Pero en el exilio, el refugio
protector es también frágil cobertizo que no ampara de heridoras nostalgias,
sueños rotos, intentos baldíos. Cierto que se logran algunas conquistas que
sirven para apuntalar sobrevivencias, pero no para justificar la vida plena
que no es, que no puede serlo, sin el rescate de la patria perdida.
Aquí Norberto pudo
ejercer algunos años su carrera en Oklahoma, mantener a su familia, ver
crecer y educar a sus hijos Norberto y Gustavo, dos profesionales
triunfadores, dos hombres cabales que honran su estirpe. Todo ello bajo la
égida de quien siempre supo ser modelo de esposa y madre; la dulce, la buena,
la valerosa, la impar compañera de un combatiente, Olga Padilla. Cuando
murió, Norberto no volvió a ser el mismo.
Norberto jamás dejó
de amar a Cuba y tratar de hacer algo por su libertad. Formulaba planes,
fraguaba intentos, concitaba voluntades, luchaba con afán. Pero todos sabemos
cómo entre vacilaciones, controversias, copiosos protagonismos y la vuelta de
espaldas de amigos que a la hora nona siempre fallan, planes e intentos, por
serios y nobles que hayan sido. Han dejado sólo un saldo de agobiadora
frustración.
Sin embargo, cada vez
que hablábamos, llegábamos a la misma conclusión: hay que seguir. La
"V" de la Victoria casi siempre proviene de la "V" de
Voluntad. Y así Norberto creía, insistía, hacía gestiones, concertaba
vínculos internos, mantenía su fe. Continuaba con tesón inquebrantable su
esfuerzo pristino de buscarle caminos a la patria, aunque estuvieron
lastrados por hondas amarguras y una soledad irremediable. Sus hijos, nobles,
leales y valerosos, de su misma hechura, fueron para él, amor, protección,
dedicación perenne. Pero era un roble azotado por muchas tempestades, con
muchas rajaduras en tronco y raíz. De pronto comenzó a emaciarse. Más que de
males físicos, enfermó de ausencias, de lejanías inalcanzables, de mustios
sueños de redención cubana, a una edad que ya no permite esperar más. Y se
fue. Se nos fue a sus hijos, a sus amigos, a Cuba consternada…
Uno de esos amigos
soy yo. Por la vida que vivimos juntos tal vez sea al que su muerte golpee
más.
No he de llorarte,
amigo, hermano. Tu y yo no hemos sido hombres de lágrimas. Sólo prometerte
seguir luchando por la libertad de la patria que amamos, mientras me quede
algo de esta vieja energía que aún crepita.
Viernes
26 De Septiembre De 1997 DIARIO LAS AMERICAS
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