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Me encontraba en la
oficina del «Flaco» Comellas, de la gerencia de PANAM en Caracas, para que, mediante
el agente de esa empresa ante «Extranjería», me facilitarán rápidamente los
documentos de salida.
Los empleados de
PANAM en Cuba, que tomaron el camino del exilio, organizaron un grupo de
apoyo a todos los cubanos que combatían el comunismo. El organizado: Martínez
lbor. Donde quiera que hubiese una agencia de PANAM en América, teníamos un
punto de apoyo que prestó, sin protagonismo, valiosos servicios a los
combatientes. Tanto más cuanto que los activistas comunistas contaban con la
complicidad de la burocracia oficial del continente.
Esperando por la
documentación, conversaba con el «Flaco», nos acompañaba el periodista
cubano, exiliado, Salvador Romaní. Sin anunciarse entró en la oficina un
venezolano, vinculado a Cuba por sus exilios pasados en la Isla. Recién había
regresado de La Habana y nos relató lo siguiente:
Durante mi reciente y
última visita a La Habana visité los talleres de los dos únicos periódicos
que se publican allí: «Granma» y «Juventud Rebelde» Me llamó la atención la
enorme tirada de los mismos, aunque su contenido periodístico era pobre,
fundamentalmente eran las más elocuentes manifestaciones del «culto a la
personalidad del Comandante en Jefe». Sé que La Habana, antes de Fidel
Castro, tenia más revistas y periódicos que cualquier otra capital
latinoamericana. Pensé que el hábito de informarse era lo que hacía posible
que «Granma» y «Juventud Rebelde», órganos de la propaganda oficial, tuviesen
tantos lectores.
Ví a la gente en la
calle, en los parques, en los centros de trabajo, en los autobuses, en fin en
todas partes. Todo el mundo llevaba un periódico cuidadosamente doblado
Pensé: «Lo leerán en casa».
Sin saber por qué,
sentí la urgencia de encontrar la razón de las enormes tiradas de los dos
periódicos. Así que pedí a mi acompañante, una despampanante hembra que me
había asignado el « Instituto de Amistad con los Pueblos», que me llevara por
la ciudad para ver la distribución de los diarios.
A la mañana siguiente
nos levantamos temprano, montamos en el automóvil que tenía asignado por
«Amistad con los Pueblos», guiado por mi acompañante llegamos a un puesto de
distribución. Aunque era la cinco de la madrugada ya había una larga cola de
personas que esperaban. Calculé que habría unas doscientas. Mi acompañante me
explicó que los diarios eran distribuidos por el compañero responsable de
Prensa y Propaganda del Comité de Defensa de la Revolución de cada manzana de
casas. Observé la cara de los presentes. Todas adustas, sin sonrisas, sin
brillo en los ojos, sin hablar, Parecía que dormían con los ojos abiertos.
Llegó el camión
distribuidor. Cada quién recibía un ejemplar y pagaba. Enseguida lo revisaba
apresuradamente, página por página, y se marchaba. Poco antes de terminarse
la distribución, uno de los parroquianos protestó airadamente: « Esto es una
mierda, carajo, ya van dos días que me toca un periódico roto», No había
terminado éste su protesta cuando otro grito «Oiga, compañero, yo soy un
revolucionario de Patria o Muerte, pero no estoy dispuesto a que me den un
periódico roto, así que váyame buscando uno que esté enterito».
Parece que los
paquetes de periódicos traían algunos ejemplares extras, porque el
distribuidor ripostó « Déjense de tanta jodienda, les cambiaré los periódicos
cuando se termine la cola. Esténse tranquilos, por favor, que es muy temprano
para amargarnos la vida»:
Le dije a mi
acompañante que fuéramos a un a café, para desayunar. Me contestó: «De eso
nada compañero, tenemos que regresar al hotel y desayunar allí. "Pero,
le dije, por qué ir al hotel si en cualquier café podemos tomar el desayuno».
Me miró finamente, se sonrió y me dijo; « Aquí ya no hay cafés. Eso es un
vicio burgués. Puro consumerismo. Aquí con la revolución todo está
organizado. Tú estás hospedado en un hotel, en él tienes que dormir, desayunar,
comer y todo lo demás».
Así que regresamos al
hotel, y tomamos un suculento desayuno: huevos, jamón, tocineta, jugo de
naranjas, mermelada y café con leche. Cerca de nuestra mesa estaba Salvador
Allende, aspirante a la presidencia de Chile, acompañado de Clodomiro
Almeyda, Jacques Chonchol y Jorge Edwards, que desde hacia una semana
esperaba ser recibido por el Fidel.
En la tarde de ese
mismo día al ver la distribución de «Juventud Rebelde», fui testigo de
escenas que parecían copias al carbón de la de la mañana. Pensé: «Sí, la
gente no ha perdido el hábito de la lectura de periódicos»..
Cómo huésped del
Gobierno Revolucionario me hospedaba en el hotel «Habana-Libre», el que
conocí en enero del 59 con el nombre de « Habana-Hilton», propiedad de la
Caja del Retiro de los Trabajadores Gastronómico, que se construyó por el
presidente del Sindicato, Francisco Aguirre, para salvar los fondos del mismo
y evitar que Batista y su mujer se los robaran. Estaba arrendado a Hilton,
que lo vinculaba a la cadena hotelero Hilton International. El hotel está a
unas cuadras del bello malecón habanero, y constituye el edificio más
importante de los que los cubanos llaman «La Rampa», dado que la calle 23 en
esa parte tiene un plano inclinado de 30 grados. Es un área profusamente
iluminada, con teatros, cines, tiendas especiales, algunos ministerios,
agencia de noticias, edificios multifamiliares, y estudios de radio y
televisión.
Los habaneros
concurren a todas horas a « La Rampa». Ansiosamente se relacionan con toda
persona que tenga aspecto de extranjero. Esto es fácil, se determina por la
vestimenta. El cubano de hoy no viste como lo hacia antes de la revolución,
hoy lo hace pobremente o de uniforme verde olivo.
Tan pronto se
establece la relación con el extranjero, el cubano le pide a éste que le
compre cualquier cosa en las tiendas especiales, especialmente jabón,
desodorante, algún alimento. En estas tiendas se vende exclusivamente a quien
pruebe que es extranjero visitante mediante el correspondiente pasaporte, los
que están obligados a cambiar su moneda extranjera por la cubana. Están
vedadas a los cubanos.
Una noche decidí
alejarme de «La Rampa». Invité a mi bella acompañante a que nos aventuráramos
a caminar por otras zonas de «El Vedado». Esta bella barriada, bella como
todas las que se desarrollaron después la expulsión de España de la Isla,
estuvo habitada por la clase media cubana, que la abandonó, tomando el camino
del exilio en la medida en que se fue estableciendo el comunismo. Comenzamos
a andar sin prisa ni rumbo, a la ventura de Dios.
A poco de estar
caminando un olor a mierda me llegó, que parecía venir de todas partes y de
ninguna. Estaba en el ambiente. De pronto recordé el suave olor de la
«mariposa», la flor nacional de Cuba, él que encontré en La Habana en octubre
de 1944 y enero de 1959, fechas en las que visité a Cuba entusiasmado por el
triunfo del pueblo cubano sobre las tiranías de Batista.
Ensimismado en estos
recuerdos fui sacado de ellos por un repentino y estentóreo: «¡ Me cago en la
madre del hijo é puta que me tiró esa plasta de mierda, carajo!»
A menos de diez pies
de distancia estaba un hombre que gritaba desaforadamente. Me fijé en él.
Estaba cubierto por una masa amorfa pardo amarillenta. El airecillo que batía
me trajo el olor que emanaba del hombre. Era el mismo al que había estado
oliendo desde que nos adentramos en « El Vedado», ahora más acentuado.
Me acerqué. El
hombre, de unos 30 años de edad, continuaba gritando: «Ese hijo 'e puta que
baje, sea hombre o mujer, puta o maricón, que le voy a partir el buche»,
Otros transeúntes se
detuvieron, a pesar de lo grotesco de la escena ninguno ni siquiera sonreía,
parecían tristes.
Se apareció un
policía. «Oiga, compañero, -dijo-, que escándalo es éste que ha formado. Lo
llevaré preso por perturbar la paz.».
«Mire,
guardia-respondió el hombre- fíjese como me han puesto, un hijo 'e puta ha
tirado un paquete de mierda envuelto en ese periódico y vea como me ha
puesto».
Me fijé en el papel
que estaba en el suelo junto al hombre, eran varias páginas de «Granma», el
órgano Oficial del Comité Central de Partido Comunista de Cuba.
«Mire, compañero,
usted no va a resolver nada con escandalizar-dijo el policía. Eso que le ha
ocurrido a usted ocurre todas las noches. Yo mismo he sido victima. Váyase,
dese un baño y acuéstese» «¡Qué dice usted, guardia, gritó el hombre- de
donde coño, voy a sacar el agua y el jabón, en que país vive, compañero. Mi
problema es grave, solo tengo esta muda de ropa. Así que no podré ir a
trabajar mañana».
«¡Eso no puede ser!
», gritó el policía. «Usted no puede dejar de ir a su trabajo por falta de
jabón y agua. Usted no es el único con ese problema. Si no va lo llevarán
preso por ausentista, y eso si es grave».
Nos alejamos
apresuradamente del lugar. Habríamos caminado unos metros, cuando de pronto y
sin saber de donde venía, oímos el «plosh» de algo que se estrellaba contra
el pavimento. Allí, a pocos pasos de nosotros, había caído un paquete
envuelto en un periódico, por el olor y el color del contenido nos dimos
cuenta que habíamos estado a punto de correr la misma suerte del desdichado
cubano cuya protesta aún oíamos. La mierda, esta vez, estaba envuelta en un
ejemplar de «Juventud Rebelde».
Miami, FL Verano de 1971
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