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Panegírico. Juan Antonio: Vida de Médico y Hombre Público, Corazón Católico

JUAN ANTONIO: VIDA DE MÉDICO Y HOMBRE PÚBLICO, CORAZON CATÓLICO Y CUBANO

Por José I. Lasaga

 

Decía Martí que «es grande desdicha deber el cuerpo a gente floja o nula, a quien JUAN ANTONIO se puede deber el alma». Juan Antonio pudo deberles a sus padres el cuerpo y el alma. El amor a la medicina le venía de su abuelo, que se había graduado en París, y de su padre, el médico de pobres y ricos de la zona de Guane, a quien Maceo, al llegar con la columna invasora a Occidente, le pide que no se una a la tropa, como eran sus deseos, para que pueda hacerse cargo de curar a heridos y enfermos de la impedimenta. El amor a Cuba le llegaba también de la legendaria heroína Isabel Rubio, hermana de su abuelo, capitana del Ejército Libertador y enfermera voluntaria de la tropa mambisa.

La formación religiosa de Juan Antonio partía también de su tradición familiar, pero se afianza y desarrolla en Belén, colegio en que permaneció por varios años como alumno interno. Fue un brillante estudiante que mereció en su último año el preciado título de Brigadier del Colegio. A Belén había llegado el año 25, en calidad de Prefecto, un genial jesuita gallego, el P. Rey de Castro, que poseía ideas muy revolucionarias en materia pedagógica, como era la de lograr que los alumnos de ultimo año de Bachillerato se sintieran responsables de cumplir la disciplina del colegio, sin necesidad alguna de supervisión externa. En ese grupo estaba Juan Antonio, y de su trato con el Padre Rey surge la idea de crear una asociación Católica de jóvenes universitarios, fundada en el espíritu de los Ejercicios de San Ignacio. Pero antes de que estas ideas pudieran llevarse a la realidad, el Padre Rey es trasladado a un nuevo cargo en España, y son precisamente las vigorosas gestiones de Juan Antonio con los superiores de la Compañía las que logran su vuelta a La Habana en 1931.

El gran renacimiento católico de Cuba en este siglo se debió, entre otros factores, a tres grandes instituciones de apostolado seglar que fueron surgiendo a partir de 1927: la Federación de la Juventud Católica, la Agrupación Católica Universitaria y los Caballeros Católicos. Al apoyo y colaboración de Juan Antonio con el Padre Rey se debe, pues, la fundación de la Agrupación, cantera generosa de vocaciones religiosas, de distinguidos profesionales y de mártires de la libertad de Cuba.

Ya en 1931, Juan Antonio se halla entregado en cuerpo y alma a una nueva y trascendentalísima tarea: la lucha por el futuro de Cuba a través del Directorio Estudiantil Universitario, en cuyas filas milita desde su fundación, en calidad de representante de la Facultad de Medicina. Fueron años de jugarse la vida en la calle todos los días o de entrar y salir de la prisión, por razón de sus actividades revolucionarias en contra del régimen de Machado. En los últimos tiempos de la lucha, y aprovechando un momento de libertad, se case con una mujer extraordinaria: su prima Dania Padilla.

La sublevación de los cabos y sargentos el 4 de septiembre de 1933 le brinda al Directorio la inesperada oportunidad de llevar a la práctica sus ideales políticos. Tras unas urgentes reuniones de sus líderes con los hombres que encabezan aquella rebelión, se acuerda que alguien hable en representación del Directorio a la Asamblea General de Clases y Alistados, que había sido convocada en Columbia. Juan Antonio es la persona designada para esta trascendental misión, y, penetrando él solo en la Asamblea, le da lectura al Programa Político del Directorio, y se encarga de explicar brevemente los propósitos que inspiran a los representantes del estudiantado. El aplauso cerrado de los asambleístas prueba el apoyo de las clases y alistados a los planes del Directorio y así se cambia en una revolución social y política lo que había empezado como un simple movimiento clasista.

Es importante subrayar que, al lado de reformas, unas más acertadas que otras, sobre cambios en las estructuras políticas, aparecían con gran fuerza en dicho Programa dos ideales que iban a jugar un gran papel en la vida política cubana en los años que siguieron a aquellos memorables momentos: la fuerte afirmación del espíritu nacionalista y la seria preocupación por los problemas sociales.

La muy discutida fórmula de un gobierno colegiado, sugerida por el Directorio, se vio muy pronto que tenía inmensas dificultades, y se dice que, al convencerse sus líderes de esta realidad. Juan Antonio jugó un papel decisivo para lograr que la presidencia de la Republica viniera a quedar en manos del Dr. Ramón Grau San Martín.

En la Conferencia Interamericana de Montevideo, celebrada en esa época, se logró la derogación definitiva de la Enmienda Platt. En este triunfo influyo decisivamente la labor de la Comisión Cubana, de la que Juan Antonio formaba parte.

Véase así como en cierto momentos de su vida, por los dedos de este limpio patriota, más de una vez pasaron los hilos de la historia.

Derrocado el Gobierno Revolucionario en 1934, Juan Antonio retorna a la vida privada y se dedica a terminar su carrera, para luego entregarse a la práctica de la medicina, aunque siempre sin desentenderse de los grandes problemas que se le presentaba a la nación cubana.

En el gobierno de Carlos Prío vuelve a ocupar importantes cargos oficiales, primero como Ministro de Salubridad y luego como Ministro sin cartera. Decía otro gran cubano, el Dr. Carlos Azcárate, que para servir a la patria en política había que ser "escandalosamente honrado". Y eso fue siempre Juan Antonio: el hombre de la honradez escandalosa.

De su fecunda labor como Ministro de Salubridad es imposible olvidar sus contactos con la Universidad de Harvard para lograr que se permitiera entrenar en ella a los médicos que iban a ser luego residentes del Hospital nacional.

Las leyes que debían complementar la Constitución de 1940: la del Banco nacional, el BANFAIC, el Tribunal de Cuentas y el de Garantías Constitucionales y Sociales, indicaban el alborear de una esperanzadora edad de oro de la historia de Cuba Republucana. Lamentablemente tales esperanzas fueron truncadas por el inicio de una edad de hierro que vino a desembocar, unos años más tarde, en una edad de piedra, política, económica y moral, que hoy todavía padece el pueblo cubano.

La privilegiada inteligencia de Juan Antonio, que tenía el don de ver con claridad en las más densas tinieblas, le permitió profetizar el triste futuro de Cuba, cuando todavía la mayoría del pueblo estaba adormecido con los juegos hipnóticos del gran engañador.

Tres décadas más tarde, estamos hoy asistiendo en tierras del exilio, al entierro de un cubano impar.

En su azarosa vida tres inmensos dolores vinieron a lacerarle el corazón. Uno tras otro, como en el desarrollo de una tragedia griega, tres de sus hijos se fueron muriendo con pacedimientos imposibles de curar. Y a Dania, su esposa, le tocó ser, no sólo la mujer hacendosa y abnegada que nos describe con elogio el Libro de los Proverbios, sino la madre dolorosa que acompaña de pie, jungo a la cruz, a sus hijos moribundos.

El célebre filósofo Kant, aunque había puesto objeciones a los argumentos clásicos de la existencia de Dios, al enfrentarse por un lado con la necesidad absoluta de un orden moral, y al contemplar por otro los sufrimientos de los hombres buenos y los éxitos que a veces se anotan los malos, llegó a la conclusión de que la única solución razonable al problema del sentido de la vida humana era admitir la existencia de un Dios justiciero y una vida más allá de la muerte.

Para el cristiano éstas son verdades irrebatibles. Nuestras mentes pequeñitas no pueden comprender en esta vida los designios divinos Pero sabemos que, a pesar de dejarnos sufrir, Dios nos ama con el amor infinito de quien envió a su Hijo a morir crucificado por salvar a los hombres, y que algún día, en la vida, entenderemos la sabiduría de sus designios.

Por eso, ante el cadáver de Juan Antonio, que hoy vamos a depositar en la tierra, sabemos, con la absoluta certeza de la fe, que Dios le ha reservado un lugar a su lado, en el Reino de los Cielos, como al siervo bueno y fiel, llamado a compartir para siempre la alegría de su Señor.

 

FIN




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