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Pertenezco a una
generación que ha vivido a destiempo. No llegamos a tiempo para la República,
y como bien dijo recientemente un contemporáneo, «nos encontramos en el
umbral de la ancianidad». Si algo, muchos solamente hemos sabido conspirar...
y un selecto grupo, se dedicó a cumplir las penas de presidio más largas de
nuestra historia.
Por lo tanto, no voy
a decir nada que la gran mayoría de los presentes no se sepa de memoria. Eso
si, mucho me ha interesado averiguar. Debo, pues, agradecer a todos los que han
escrito sobre esta época su generosidad en compartir con los que vinimos
después. Y en especial a aquellos que, de alguna manera, han sido mis fuentes
en esta ocasión: ante todo, a Polita Grau, y a través de sus libros a Ricardo
Adán Silva, Justo Carrillo, Miguel Hernández Bauzá, Antonio Lancís, Rubén de
León, Nena Segura Bustamante, que lleva la historia en la memoria... y a mi
madre, cuya rabiosa cubanía supo darme desde niña un buen número de datos
sobre lo que había pasado en mi Patria en esos tiempos.
Aprovecho la patente
de corso que me concede el micrófono, para sugerir que, en otra ocasión, se
dedique una conferencia a las mujeres del 30.
Uno de los alardes de
ingenio de Grau fue la frase de «las mujeres mandan». Con esta fórmula
desviaba la atención de los señores que se dedicaban... y se dedican, a crear
chistes con la temible idea, mientras él la concretaba en reconocer con
nombramientos la capacidad de ejercer puestos de autoridad de aquellas
mujeres asombrosas.
Bertha Arocena,
Leticia de Arriba, Carmen Blanco, Esther Borja, Neneína Castro, Nena Coll,
Caridad Delgadillo, Ofelia Domínguez, Clara Luz Durán, Leonor Ferreira,
Polita Grau, Charito Guillón, Calixta Guiteras, Lila Hidalgo, Pilar Jorge,
Rosita Leclerc, María Regla López, Flor Loynaz del Castillo, Sara del Llano,
María Dolores Machín, Silvia Martell, Zoila Mulet, Carmela Nieto, Virginia
Pego, Herminia del Portal, Regla Prío, Miniña Rodríguez, Concha Setién,
Silvia Shelton, Teté y María Teresa Suárez Solís, y, por supuesto, Inéz
Segura Bustamante, son nombres que he podido recopilar desde que tuve que dar
una charla y me encontré que prácticamente en ninguna parte se hablaba de
ellas.
Pero hoy venimos a
hablar de Grau.
«Excelentísimo Señor:
Le ruego en mi nombre
y en el de mi Gobierno, que Su Excelencia se sirva disponer lo pertinente
para ponerle término a la perturbadora acción del embajador Sumner Welles, en
aras del mantenimiento de la alta consideración y la tradicional amistad
existente entre nuestras respectivas naciones».
Así comenzaba la
carta que el Presidente de la República de Cuba le dirigía al Presidente
Roosevelt. La escribió un hombre que nunca había gobernado un país, cuyo
cargo no había sido reconocido por los Estados Unidos, que acababa de
enfrentar la amenaza del Wyoming, y que en ese momento tenía un año menos de
los que tengo yo hoy, luego todavía no era «el viejo» experimentado.
A Grau le cayeron
raíles de punta, desacreditarlo se convirtió en deporte nacional... y no se
logró hacerle perder la sonrisa. Me pregunto y les pregunto, ¿por qué no se
habla más de su coraje y de su estoicismo?
Del niño enfermo que
vio a su primer maestro a los 8 años y sacó sobresaliente. Y del hombre
enfermo que tenía que ceñirse a una cuidadosa disciplina, pero cuyo ritmo de
trabajo agotaba a los que lo rodeaban.
Que en pleno 1926,
desde su cátedra de Fisiología en la Universidad de La Habana, habla de la
necesidad de mejorar las condiciones laborales y sociales de los trabajadores
cubanos.
Que el 30 de
Septiembre de 1930 apoya a los estudiantes y se niega a dar clases bajo la
coacción de las fuerzas militares.
Que a los pocos meses
termina incomunicado en el Príncipe y después en Isla de Pinos.
Que se atreve a
confiar en los jóvenes y participa en la Pentarquía.
Sobre esta etapa, me
queda una melancolía. ¿Cómo hubiera sido el proceso de la República si el
vínculo con las fuerzas armadas hubiera continuado siendo Pablo Rodríguez en
lugar de Batista, como explicara Nena Segura el martes pasado? En especial, ¿Cómo
hubiese sido el proceso si el 2 de octubre nos hubiéramos ahorrado el
altamente lamentable episodio del Hotel nacional?
Siguiendo con Grau:
que acepta después la Presidencia con tan lúgubres presagios que su familia
lo recibió con sollozos por su nombramiento.
Que rehusa jurar el
cargo sobre la Constitución de 1901.
Que el 8 de noviembre
de 1933 se niega a rendir Palacio y desde la azotea acompaña al artillero que
abrió fuego contra los aviones que venían a bombardearlos.
Que cuando le
aconsejan ir más despacio pues de lo contrario «esto se acaba» responde:
«Precisamente porque esto se acaba, es por lo que hay que ir de prisa para
completar la total liberación económica y política del pueblo cubano», y en
cuatro meses escasos (127 días), en acuerdo con el Directorio, dicta un
conjunto vertiginoso de leyes que es en sí mismo un tratado de justicia
social y de defensa de los intereses de la nación.
Que en 1944 se
postula en unas elecciones a cuya victoria ayuda tal vez que hasta sus
partidarios dudaban que las ganara y nadie se preparó para evitarlo.
Que se niega a
detener «el gatillo alegre» cortando cabezas. Pero que hace cumplir las
condenas impuestas por los tribunales. Como el caso de Mario Salabarría. Por
cierto, por el libro de Nena Segura me entero que mientras la gente se
preguntaba dónde estaba Grau cuando el incidente de Orfila, el Presidente
estaba sufriendo un ataque de la epilepsia que padeció desde niño, dato que
nunca usó para defenderse.
Que no se deja
amedrentar por Tabernilla y lo sustituye. Y que más tarde no permite que
fusilen a Pedraza ni que lo «mueran» de esas «muertes naturales» que se
sufren en los presidios de todos los tiempos.
Que no vacila en
crear el «subgabinete». A veces cabe preguntarnos, ¿Cuál fue nuestro
problema, sí nuestro Poder Ejecutivo o nuestro Poder Legislativo? Cosas como
«las perchas», no son serias.
Que emplaza al
senador que lo acusaba a que presentara sus cargos ante el correspondiente
Jurado... y aquí, quisiera detenerme un momento en la Causa 82... de ingrata
recordación.
No me sentiría bien
conmigo misma si no manifestara que, con sincero respeto a la buena intención
y a los méritos de muchos de sus afiliados, históricamente el Partido
Ortodoxo no me deja un dulce recuerdo.
El 7 de octubre de
1944 Grau declara públicamente sus bienes que consistían en: $70,642.53 en
efectivo, $180,870 en créditos hipotecarios, 7 casas en La Habana, 1 casa en
Miami y 1 finca en Consolación del Sur. En sus últimos años, Grau comía por
la libreta, no tenía con qué cubrir los gastos de su casa, y en 1969, ya muy
grave, Curti, Lancís y Hernández Bauzá tuvieron que regalarle una pijama de
uso cada uno, pues la única que tenía había quedado inservible. Además, a
principios del exilio el ex-Senador Suárez Rivas pagó a una compañía de
Investigaciones privadas por el servicio de informarle si en algún banco
ignorado estaba la fortuna. Polita y Tata Grau viven en un edificio para
personas de bajos recursos.
Cuando uno pregunta
por el gobierno de Grau, de rebote llega «se robó muchísimo» y cuando se
piden ejemplos, ni se duda: Alemán... ¡Alemán!, ¡Alemán! (a veces me parece
que oigo después como un eco que dice ¡Rah, Rah, Rah!). Porque no es el caso
de venir aquí a justificar a Alemán, pero, ¡cuántas cosas se han justificado
en su nombre!
Y además, por aquello
de los tejados, aunque no tuvieran nada que ver con la política y por ello se
la dieron de honrados, ¿acaso no robaba el bodeguero que alteraba la pesa, el
policía se llevaba los mandados de gratis, el importador que no pagaba los aranceles,
el obrero que trabajaba «a paso de jicotea», el empresario que burlaba los
impuestos, el profesor que vendía la nota, el «vivo» que vivía de la «botella»?
Y, tanto entonces como ahora, ladrón y más que ladrón es quien le roba a un
pueblo sus derechos.
La, para mí,
extrañísima Causa 82, termina con Grau como único acusado, ¡por el
Diferencial Azucarero!...y permanece abierta durante 20 años. O no lo entiendo
o no me gusta lo que entiendo. Cuentan que Grau decía que cuando muriera
quería que en su escuela se dijera «Procesado por el Diferencial Azucarero»
Lo que me ha
resultado más difícil de esta noche ha sido hablar poco, porque mientras más
conozco de la trayectoria de Grau, más lamento que hoy nos falte.
Eso de que «no nos
sabemos gobernar» suena un poco a aquello de lustrar botas en el
subconsciente. Se me ocurre que tal vez, en lugar de andar buscando imitar
tantas fórmulas, deberíamos estudiar con cuidado las medidas de Grau y tal
vez nos resultarían sorprendentemente adecuadas para el futuro de nuestra
Patria. ¡Hasta el Batey Técnico podría ser un buen recurso!
No puedo terminar sin
manifestar mi profunda reverencia y permanente gratitud a su testimonio
postrero: Grau se quedó, y nos dio su última lección.
A Carlos Manuel de
Céspedes lo llamamos con razón el Padre de la Patria, tal vez a Ramón Grau
San Martín correspondería llamarlo el Padre de la Soberanía nacional.
FIN
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