Cuba, España y los Estados Unidos | Organización Auténtica | Política Exterior de la O/A | Temas Auténticos | Líderes Auténticos | Figuras del Autenticismo | Símbolos de la Patria | Nuestros Próceres | Martirologio |
Presidio Político de Cuba Comunista | Costumbres Comunistas | Temática Cubana | Brigada 2506 | La Iglesia | Cuba y el Terrorismo | Cuba - Inteligencia y Espionaje | Cuba y Venezuela | Clandestinidad | United States Politics | Honduras vs. Marxismo | Bibliografía | Puentes Electrónicos |
2 de Abril 1923
La gravedad de los
presentes momentos históricos de Cuba es tal, que ningún cubano consciente de
sus deberes cívicos puede sentirse indiferente ante el dolor patrio, ni dejar
de acudir en su alivio con todas sus facultades y en la esfera de su poder.
El descontento cunde
y comprende a todos los elementos que integran nuestra Sociedad, y sólo un
pequeño grupo, que vive y medra en la decadencia nacional, se mantiene
empeñado en negar la intensa realidad de nuestros males, o, cuando menos, en
desconocer su trascendencia, ocultándole al pueblo la horrible verdad.
La Junta Cubana de
Renovación nacional estima como deber primordial de la propaganda cívica, que
constituye la finalidad de su organización, exponer sin ambages ni
eufemismos, cuáles son las causas del descontento nacional, o lo que es lo
mismo, cuáles son los profundos males que carcomen el tronco de nuestra
existencia republicana y amenazan dar con ella en tierra, arruinando así el
ideal cruento de varias generaciones.
Las clases económicas
y el pueblo en general no se niegan a pagar impuestos; pero consideran
intolerable que el fruto de las exacciones se inviertan en atenciones no
justificadas por verdaderas necesidades publicas y que sea dilapidado en
atenciones fantásticas, creadas por intereses políticos, y en incesantes
defraudaciones, a veces tan mal encubiertas que alcanzan los limites del más
ofensivo cinismo. La opinión nacional protesta contra la nube de inspectores
de presa que continuamente caen sobre el contribuyente, mas que para
constreñirlo a pagos debidos, para obligarlo a cohechos y entuertos contra el
Estado y las leyes; por lo que el contribuyente se ve torturado mas que por
una presión tributaria y falta de equidad, por unos procedimientos de
exacción inmoralmente impulsados, y por el desconsuelo de saber como gran
parte de lo que en realidad paga el pueblo no llega a las arcas publicas ni
sirve de provecho a la nación.
La opinión afirma su
desagrado por el mantenimiento de unos aranceles contrarios a las industrias
y a los verdaderos intereses cubanos, cuya reforma ha sido reiteradamente
prometida por el Ejecutivo; y por la vigencia de impuestos, cuya derogación
ha sido ofrecida solemnemente por los Poderes Públicos, que hoy se muestran
remisos en cumplirlos.
La nación se queja de
que aún no se han estabilizado nuestras relaciones comerciales con los
Estados Unidos sobre las bases de un nuevo tratado de reciprocidad comercial,
que responda a las nuevas circunstancias económicas producidas por la gran
guerra.
El pueblo
contribuyente a las cargas fiscales protesta contra el indisculpable abandono
de las obras públicas, que ha llegado a motivar en más de una ocasión la
suspensión total del tráfico en algunas carreteras centrales, aun en las
proximidades de la capital de la República; y que desde hace nada menos que
diez años ofrece el vergonzoso espectáculo en varias provincias, y aun en el
centro de La Habana, de multitud de edificios y obras indispensables
abandonados y en ruinas, como el Instituto, el Capitolio, la Cámara, la
Universidad, el Malecón, etc., mientras se han otorgado ilícitamente, sin
subasta y por favor político o fines de malversación de millones, un
sinnúmero de contratas, no pocas imaginarias, y en gran parte recibidas,
pagadas o debidas, y no realizadas, con evidente perjuicio del Tesoro de la
República, de la moral popular y provecho exclusivo de altos y poderosos
defraudadores.
Ni una sola gran
ciudad de Cuba tiene hoy un adecuado sistema de acueducto. Se han iniciado
varias obras, se han dado por completadas algunas, pero no hay suficiente
agua potable en ninguna capital cubana. Hasta en la misma Habana, y aunque la
recaudación del servicio de agua es cuatiosa, ésta se ha distraído siempre en
fines burocráticos, y por no haberse aplicado a la ampliación del acueducto de
Albear en algunas barriadas urbanas falta el agua durante horas, y a veces
durante días enteros.
La protección legal a
la agricultura es nula. Es más barato traer a nuestros grandes centros
urbanos los productos agrarios del extranjero que los de nuestros propios
campos. Y todo sistema de escuelas rurales, de enseñanzas ambulantes, de
crédito agrario, de experiencia agrícola, de selección de animales y
vegetales, o no existe o apenas alcanza desarrollo visible más allá de la
esfera oficial.
Desde hace años se
trata vanamente de que el Estado regule los promedios azucareros, fuente de
tantos abusos en la manipulación del producto básico de nuestra economía
nacional.
En los mercados
extranjeros se falsifican sin cesar las garantías industriales del tabaco cubano,
en detrimento de nuestra riqueza y trabajo, sin la oportuna defensa del
Estado.
Los organismos
sanitarios adolecen, como todos los demás, de excesivo burocratismo al
servicio de la política: y más de una vez la opinión pública ha acusado de
vergonzoso abandono en los hospitales.
La beneficencia
pública es deficiente. Los mendigos pululan en todas las poblaciones. El
Manicomio nacional es tenido por antro de horrores. Los Correccionales, por
escuelas de vicios. Sólo en los asilos privados, aunque escasos, defienden
las mujeres y los conciudadanos que los administran el prestigio de la
inextinguible piedad cubana.
Esto pone
especialmente de relieve el ya inexcusable apartamiento de la mujer cubana de
muchas de las actividades administrativas de la nación, en las cuales su
influjo director sería de regeneradora trascendencia.
La mujer jamás ha
merecido la protección oficial que le es debida en todos los pueblos cultos,
y precisamente la explotación por altas autoridades de la trata de blancas, y
de sus desgraciadas víctimas, ha sido escándalo intermitente en nuestra vida
pública, que ha puesto en dolorosa evidencia hasta donde está corroído el
régimen de la política parasitaria.
El mejoramiento de
las condiciones de la vida obrera ha sido desdeñado y el cumplimiento de las
leyes protectoras del trabajo suele ser una ilusión.
Los Poderes Públicos
han ido apartándose de las clases sociales activas y sólo simulan servir sus
vitales intereses cuando creen poder armonizarlos con la captación del favor
electoral.
Pero si todos esos
males administrativos impiden nuestra bienandanza presente y el suave
porvenir de nuestros hijos, otros hay más graves y hondos. y más tristes,
donde el fracaso del presente régimen y de los hombres que lo han determinado
afecta a nuestra propia vitalidad como nación y sus dolorosos caracteres son
harto evidentes ya para ser ocultados todavía.
El porvenir cubano
está fatalmente condenado a las negruras de la barbarie, si no reaccionamos
inmediatamente con todas las energías cívicas que se mantengan vivas en la
Nación. El analfabetismo entre los adolescentes crece en proporción
aterradora, en más de un uno por ciento al año. En quince años ha crecido en
un veinte por ciento, cuando debiéramos progresar aún con mayor premura para
ponernos en una generación al nivel de otros pueblos.
Más de la mitad de
los niños cubanos no van a la escuela y los que van a la escuela pública no
terminan casi nunca sus estudios elementales. Ni tenemos casas escolares, ni
una sola escuela primaria de adolescentes, ni maestros rurales, ni material
apropiado, ni organización directora.
Si continuáramos en
ese estado de decadencia escolar la próxima generación creciera tan
impreparada como la que ahora llega, nuestras libertades carecerían en el
futuro de su más firme sostén, el de la civilización, y Cuba vendría a ser
como un gran batey de una empresa que entonces no sería nuestra, y los
cubanos no podríamos ser en el suelo que un día habría sido rico y solariego
fundo de nuestros padres, sino humildes oficinistas o simples cortadores de
la caña ajena.
Si la instrucción
primaria es deficiente, la secundaria y la superior están en ruinas, y los
centros complementarios o no existen o carecen de trascendencia educativa que
Cuba requiere; los Institutos, con planes inadecuados y sin orientaciones
modernas, sin material ni gabinetes, sin profesorado bastante y con excesivos
contactos con centros escolares privados, están acusados por la opinión
pública de permitir a veces inexcusables favores académicos; y no responden
ya en realidad a los requerimientos de una joven República, que necesita
aspirar la civilización contemporánea a todo pulmón.
La Universidad ha
mostrado no ha mucho hasta dónde llegan sus dolencias, hasta la indisciplina
de profesores que no quieren o no saben cumplir sus altos deberes, y hasta la
impotencia real de hacerlos cumplir, a que han llegado las autoridades
universitarias y gubernativas. Y todo ello agravado por la perpetuación de
unos planes de enseñanza forjados o deformados al conjuro de intereses personales;
sin profesorado suficiente; sin materiales ni laboratorios, ni elementales ni
de investigación; sin locales apropiados y con un régimen de admisión de
estudiantes, de matrículas, de distribución de asignaturas y de lenidad de
exámenes, que es fomentador del excesivo profesionalismo, uno de nuestros
males peores.
Si nuestra
tradicional cultura cubana está en grave riesgo de perderse por abandono de
sus directores, también están resquebrajándose los cimientos de nuestra
sociedad.
La administración de
justicia ha perdido la trascendencia que debiera tener siempre, por el abuso
de los indultos a los criminales impenitentes de toda laya, favorecidos por
la política o la familiaridad con los poderosos, no siempre adusta, según la
opinión pública a todas las solicitaciones.
Las prisiones de
Cuba, aparte de una limpieza más o menos sostenida, no se han alejado
técnicamente de la cárcel colonial, inmundo amontonamiento de delincuentes de
todas clases, y a veces hasta de sexos, donde las ideas de mejoramiento moral
no tienen entrada, donde la ociosidad pudre y la convivencia contamina, y
donde a menudo la autoridad explota y veja. Jamás los Gobiernos han hecho
nada práctico para borrar de Cuba esa gran vergüenza medioeval, y el pueblo,
que conoce la ineficacia de las prisiones y observa en ellas la ausencia de
los más grandes criminales de Cuba, halla un nuevo estímulo para perder su
necesaria fe en la justicia.
La justicia va
dejando de ser el firme baluarte de toda sociedad republicana, aquí donde a
pesar de sueldos deficientes y muy escasos estímulos, no faltan Magistrados
probos y cultísimos.
En el nombramiento de
Jueces y Magistrados intervienen con culpable exceso los intereses políticos,
y, con triste postergación de funcionarios íntegros y capaces, han sido
elevados a las más altas magistraturas nacionales letrados de actividades
torcidas por las pasiones de la política o de prestigio profesional no bien
consolidado en el foro; y este factor disolvente actúa desde el Tribunal
Supremo hasta la última categoría judicial.
La corrupción, que ha
cundido por todas las esferas administrativas, no ha perdonado la
administración de justicia y con desconsoladora frecuencia, la lucha del
foro, más que abierto torneo de criterios jurídicos, es tenebrosa emboscada
de cohecho.
El Ministerio Público
se ha significado por su ineficacia en la persecución de los más grandes
criminales, y su organización dependiente del Poder Ejecutivo lo ha ido
llevando a desviar su acción, cuando ha encontrado a su paso delincuentes
gubernativos o políticos, y, en general, a una gran lenidad en el ejercicio
de sus altas y nobles funciones.
Esta ineficacia
creciente de las instituciones judiciales se agrava por la vigencia de leyes
de procedimiento anacrónicas, de trámites dilatorios, de preceptos
formulistas, de excesiva letra y raquítico espíritu, que nos dan a veces una
aparente justicia exclusivamente legalista basada en el literal cumplimiento
de la ley y en realidad contraria a toda real equidad y fundamental derecho.
Y es tal la
ineficacia de los procedimientos y prácticas judiciales que todos saben ya
cuán difícil, si no imposible, es obtener hoy día la sanción de un derecho
civil o mercantil contra las argucias de la malicia, y cuán poco en realidad
puede garantizar ese decadente sistema de leyes y tribunales el imperio de la
Justicia en la vida civil, en la contratación cada vez más intensa y compleja
de los tiempos modernos y en el indispensable desarrollo y consolidación del
crédito cubano en la Nación y fuera de ella.
El Ejército, que
cuenta con nobles y capacitados elementos para ser legítimo orgullo cubano,
ha sido sacudido desde lo alto por insanas ambiciones antipatrióticas, y ha
tenido que sufrir una organización excesivamente compleja e inadecuada a las
necesidades nacionales; y al refundirse los servicios realmente militares de
las fuerzas públicas, con los de la policía, se ha obstruccionado la
indispensable especialización del personal, con evidente ineficacia de la
vigilancia de los campos y desnaturalización de las altas funciones del
militar.
Ante estas tristezas
de trascendencia incalculable, el Poder Legislativo ha dormitado casi siempre
al arrullo de intereses políticos privados, y esperando unas veces las
iniciativas del Ejecutivo y desoyéndolas en numerosos casos, ha demostrado
una debilidad funcional, tanto más peligrosa cuanto el Congreso debe ser a la
vez cerebro y corazón de la patria y sin una vigorosa vitalidad en esos
órganos viscerales los pueblos languidecen y llegan a morir.
Casi ninguna de
nuestras leyes orgánicas ha sido votada por el Congreso. De la treintena de
leyes complementarias de la Constitución, que esta propia carta fundamental
exige, sólo seis, de menor importancia, se deben al Congreso; y leyes como la
de Orden Público, que fue arma favorita de los Capitanes Generales del
régimen absolutista, aún sigue en vigor.
Ni un solo código
fundamental ha merecido del Congreso su atención para su reforma. El Código
Penal aún contiene preceptos esclavistas. El Código Mercantil ignora las
importantes instituciones y prácticas de la contratación comercial surgidas
en este último medio siglo. El Código Civil nos regula el contrato gallego de
los foros y el catalán de la rabasa morta, y no da regla para el contrato
cubanísimo de colonia de caña.
La ley del
presupuesto de los ingresos y gastos públicos jamás ha sido discutida a fondo
en ambas ramas colegisladoras; y en la mayor parte de las ocasiones anuales
ni siquiera se ha llegado al debate, como si fuera cosa baladí, ésta que ha
sido la razón fundamental de existencia de los parlamentos. Y el Congreso, no
comprendiendo así su básica función constitucional de órgano regulador de los
impuestos y de las erogaciones públicas, se ha abandonado a menudo a una
desenfrenada actividad legislativa otorgadora de créditos fabulosos, fuera de
todo cálculo hacendístico y de la más elemental previsión económica; y, así,
la funcionalidad constitucional de nuestra hacienda pública ha sido una
constante ficción, más o menos disimulada según las prosperidades y
estrecheces del país, y los escrúpulos o desenfados de los Gobiernos. Contra
este efectivo y ya inveterado abandono de los deberes constitucionales,
protesta el pueblo, que quiere controlar legalmente el destino de los
impuestos que se le exaccionan.
En estos últimos años
la desconexión entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo ha sido permanente.
El Ejecutivo ha pedido una reforma constitucional que evite la repetición de
dolorosas caídas cívicas, y el Congreso no la ha facilitado. Ha pedido aquél
intensas reformas electorales que restrinjan los fraudes y las violencias, y
el Congreso ha respondido con leyes de retroceso, que el Ejecutivo a su vez
no ha querido evitar. Ha demandado el Ejecutivo desde hace dos años una
legislación bancaria que evite la impunidad de las defraudaciones de los
banqueros y pueda elevar de nuevo el crédito cubano, y el Congreso no ha
realizado su votación. El Ejecutivo ha reiterado su petición de nuevos
aranceles, y hasta ha remitido al Congreso un anteproyecto total, y el
Congreso no ha logrado sacar el problema fuera de la esterilidad de las
Comisiones. Pide el Ejecutivo que se legisle sobre el régimen de los
ferrocarriles para abaratar los transportes y la vida, y el Congreso no pasa
ninguna ley a ese fin. Se pide en 1921 la urgente reforma de Códigos y Leyes
básicas, y nada se ha logrado aún. Desde el Mensaje de 15 de Marzo de 1992 se
solicita la sustitución del impuesto del cuatro por ciento por otro nuevo, y
éste se crea por ley, pero no se deroga el anterior. El ejecutivo pide en
igual mensaje la reorganización militar y el Congreso nada responde. Pide
aquel Poder, desde 1913, una legislación preventivo represiva de la trata de
blancas, y el Congreso sigue desatento. Y así han ido siendo desoídas casi
todas las peticiones presidenciales, aun las más antinadas y apremiantes para
el bien de Cuba.
El Congreso y el
Ejecutivo, en cambio, han pasado más de cuatrocientas leyes de pensiones y
donativos, y más de doscientas cincuenta leyes de obras públicas, que habrían
bastado, si se hubiesen podido y querido cumplir, para cruzar de carreteras
toda la isla, sembrar de escuelas sus campos y ciudades y dotar de bellos
edificios a todos los departamentos de la administración.
Y ambos poderes
mantienen intacto el corruptor y fracasado sistema de las colecturías como
órgano de la renta de lotería, a pesar de que la opinión nacional
unánimemente lo considera uno de los mayores antros de la corrupción oficial.
Y el Congreso y
Ejecutivo han concedido, de acuerdo, diez y seis amnistías, en las cuales,
fuera de los pocos casos justificables de delincuencia política, han
comprendido criminales de la peor especie, no pocos de los cuales han podido
así ocupar puestos públicos.
Y el Congreso, en
fin, ha denegado el procedimiento judicial para casi todos los miembros de su
seno acusados por delitos comunes, convirtiendo la noble inmunidad
parlamentaria contra el tirano en una efectiva impunidad de privilegio contra
la justicia, que para todos debe ser igual, con ejemplo demoledor para una
democracia igualitaria.
Y así, por actos del
Gobierno, del Congreso y de los Tribunales, ha ido formándose en nuestro
pueblo la triste cuanto arraigada convicción de que en Cuba no hay sanción
para los crímenes y delitos, y que las exigencias de la moral, de la religión
y de las leyes no rezan para los altos políticos ni para sus insignificantes
protegidos, con evidente y fatal debilitamiento de la fe popular en las
instituciones republicanas de nuestra patria, puestas con sobrada frecuencia
al servicio incondicional de un puñado de malvados y no al servicio de los
verdaderos intereses del pueblo cubano y de la Nación.
Poco a poco ha ido
formándose también la convicción popular de que la Constitución es un
convencionalismo más, que se acata cuando no estorba, y se burla cuando
molesta a los caprichos malsanos y egoísmos irrefrenables de los ponderosos.
La serie de casos de
inconstitucionalidad gubernativa es numerosa y contribuye a enseñar al pueblo
a no respetar las leyes. Últimamente las reiteradas infracciones de la
Constitución han causado hondo malestar. Una ley de 1921 creados necesarios
Juzgados de Primera Instancia en La Habana para atenuar la congestión
procesal, y el Ejecutivo, después de promulgada, suspende la vigencia de la
Ley, y aún no funcionan esos Juzgados. Otra ley concede a un sanatorio
privado una parcela de terreno propiedad del Estado y el Ejecutivo, por su
personalísimo deseo, entrega por ilegal decreto a la piadosa institución otro
terreno distinto, donde se está ya fabricando sin lícita autorización.
Se promulga por el
Ejecutivo una ley votada por el Congreso, creando un impuesto sobre las
entradas brutas, y poco después el Ejecutivo, por Decreto, suspende su
aplicación a determinados intereses extranjeros so pretexto de oscuridad en
el texto legal. Cree el Ejecutivo que hacen falta locales para oficinas
públicas, y por un simple decreto dispone de una ingente suma del Tesoro
Público para compra de un edificio que vale la mitad y compromete al Estado a
una deuda de amortización por plazos anuales, cuando se carece de todo y la
deuda pública crece sin cesar.
Y si va cundiendo el
descreimiento en la santidad de las leyes y en la seguridad de su sanción,
garantía básica de toda sociedad; y si se ha perdido la fe en la
intangibilidad de la Constitución del Estado, también va dudando nuestro
pueblo, y esto sea acaso de mayor trascendencia todavía, de si la
indispensable renovación política nacional podrá venir por las vías del
presente sistema de sufragio, porque las leyes electorales y sus
procedimientos están controlados por los más interesados en impedir la
reconstrucción cubana, si ésta ha de venir privándoles a ellos del disfrute
de ventajas políticas en el Poder o en la oposición complaciente; mientras
contempla el sano pueblo entristecido el espectáculo de las últimas
elecciones parciales, cuando más de la quinta parte de la totalidad de los
candidatos postulados tenían antecedentes penales definidos por fallo
judicial ejecutorio.
Las contiendas
electorales se han convertido en sucesivos golpes de Estado cuando son
presidenciales, o en simples juegos de intrigas y astucias personales cuando
son sólo renovadoras del Congreso y demás órganos electivos de la
administración. La periódica reorganización de los Partidos Políticos fue
prohibida por la ley de 2 de Enero de 1922, que cual otro golpe de Estado,
privó al pueblo de un derecho de controlar las postulaciones de candidatos,
dejándolas en las manos de Asambleas políticas integradas por los mismos que
iban a ser cesantes; y así, uno de los principios de toda democracia, el de
la libre renovación de los poderes, garantizado por el Código Electoral, fue
burlado a su conveniencia por el Congreso, como lo fue antes por el Ejecutivo
cuando a él le plugo.
El Código Electoral
privó a los Congresistas, Consejeros y Concejales del voto en las respectivas
Asambleas políticas, y otra ley del Congreso les ha devuelto el voto a sus
propios miembros, continuándose así el predominio político de los mismos que
están llevando a la Patria al desastre, y falseándose de nuevo la democrática
y necesaria renovación de los Poderes por obra exclusiva de la voluntad
popular.
¡Cubanos! Este es el
cuadro, a perfiles y brochazos, de nuestro sombrío presente. El cuadro es
bien triste, pero es verdad. Mostrarlo es doloroso, pero es una inaplazable
necesidad. Ocultarlo sería fácil, acaso cómodo, pero engañar al pueblo es
siempre vileza; y hoy sería, además, una inexcusable cobardía.
Cuba no debe esperar
su verdadera y definitiva salvación sino de los vigores y virtud de su propio
pueblo, y si éste es el que ha de imponer su soberana voluntad, regeneradora
de nuestros males, hay que decirle la verdad, toda ella, por cruel que sea.
Mentirle ahora, en este terrible trance que llena la patria cubana de
zozobras y de angustias, sería un crimen, que sólo habría de aprovechar a los
que del engaño público hacen medro propio.
De nuestros males no
puede ser culpado tan sólo el presente Gobierno, aun cuando ha incurrido en
bien graves e inexcusables responsabilidades personales e históricas. Los
males patrios han nacido de hondas raigambres coloniales, aún no extirpadas,
y han crecido por la acción incivil de varios gobiernos, nacionales y
extranjeros, al amparo de los cuales se ha venido formando un régimen de
parasitismo político, ineficiente por su incultura, podrido por su carácter,
transigente con todas las delincuencias, comensal de todas las
malversaciones, despilfarrador sin freno del Tesoro público e incapaz, por
imprevisión demente, de someter los humanos egoísmos a los límites que a
todos los pueblos y muy en especial al de Cuba, les imponen de consumo la
civilización y la interdependencia de las modernas relaciones mundiales.
No son tampoco los
Gobiernos y los políticos los únicos culpables de un tan pavoroso presente,
que culpas muy ciertas pesan sobre todos los cubanos, y aun sobre no escasos
extranjeros, que unos y otros, al conjuro de egoísmos inconsultos, no siempre
hemos antepuesto los intereses de Cuba a los privados, y todos, en más o en
menos, no hemos sido bastante fuertes y cívicos para resistir siempre las
solicitaciones insanas y para impedir que la Patria haya rodado de caída en
caída hasta el borde de un desesperado suicidio.
Pero los muy visibles
errores y abdicaciones de los elementos detentadores de los Poderes Públicos
han creado en ciertos ambientes la sensación tristísima de que en Cuba todo
está envilecido y de que nuestro pueblo no cuenta ya con elementos propios
para regenerarse. Y contra esta opinión, que va propagándose con peligrosa
rapidez, dentro aun fuera del suelo nativo, debemos reaccionar todos los
cubanos conscientes, desde el Poder o bajo de él, dentro y fuera de los
partidos, en las corporaciones culturales y económicas, en las escuelas, en
los templos, en las fábricas y en los hogares, donde quiera que haya un alma
cubana que sienta los bochornos patrios y experimente santa indignación ante
las terribles consecuencias que en el porvenir habrá de traernos este
intolerable estado de degeneración pública.
El pueblo no se
satisface ya con palabras y eufemismos de fácil retórica. Pide la renovación
total de nuestra vida pública. El cubano, cuyo hogar es ejemplo de virtudes
privadas, clama porque la vida republicana sea igualmente digna de su honor y
de los sacrificios que costó su conquista; y está dispuesto a conquistarla de
nuevo, tantas veces cuantas fueren menester, que ésta es la condición que
asegura la libertad de una república.
El pueblo cubano
quiere ser igualmente libre, así de los extranjeros que arriarían su bandera,
como de los nacionales que la envilecen y acabarían por hundirla. Quiere que
Cuba sea libre, muy libre, así de los malos extraños, como de los malos
compatriotas, y porque sabe que la continuación de la iniquidad interna
habría de llevarnos forzosamente a caer en la iniquidad extranjera, quiere
que cese el actual estado, precursor de una irreparable disolución nacional,
como paso firme e indispensable pare asegurar la independencia patria y
afianzarla por siempre en el porvenir.
La conciencia
nacional de Cuba, que conserva vigores insospechados por quienes hacen de
ella escarnio, reclama de los cubanos que representan hoy los Poderes
Públicos, la renovación de los sentimientos directores de la vida política
cubana, saturándolos de nuevo con sincero patriotismo; la renovación de los
procedimientos gubernativos, devolviéndoles la eficacia perdida y el decoro a
veces olvidado; la renovación a toda prisa de nuestras instituciones
educacionales para salvar a los cubanitos de hoy de un mañana de barbarie; la
renovación de las instituciones judiciales, dándoles modernidad en sus
procedimientos y garantía en sus hombres: la renovación de los institutos
guardianes del orden, dotándoles a la injusticia triunfante, nuestro modo de
acción futura. de organización eficiente y técnicamente preparada para la
perfecta realización de sus altas funciones sociales; la renovación del
régimen fiscal, readaptándolo a las nuevas condiciones económicas del país;
la renovación de un personal corrompido que es insignificante minoría, pero
que basta para deshonrar con sus impunidades agresivas toda una
administración; la renovación, en fin, del viejo ideal cubano, hoy caído y
mancillado; la renovación del apostolado de Martí hoy enaltecido a flor de
labio, pero traicionado en la insensatez de la conducta.
Los cubanos, en fin,
queremos una vida republicana, nuevas ideas públicas, nuevas prácticas
gubernamentales, nuevas orientaciones legislativas, nuevas escuelas, nuevas
riquezas, nuevos códigos, en fin, un nuevo espíritu cívico que avive como
fuego purificador las energías del pueblo cubano, para consolidar la
República y terminar la obra de la revolución libertadora, dándole a Cuba un
gobierno realmente democrático y libre, defendido por una vigorosa
civilización nacional y una resistente probidad política.
Los que suscribimos,
en representación de la Junta Cubana de Renovación nacional, que se hace
intérprete del profundo descontento y de las rectas aspiraciones del pueblo
de Cuba, pedimos hoy a los Poderes republicanos el esfuerzo y el sacrificio
necesarios para evitar el definitivo abatimiento del ideal; y lo imploramos
de rodillas, como cubanos que por Cuba piden a otros cubanos.
Mañana lo pediremos
al pueblo, que también es cubano y que está decidido a no dejar de serlo.
Habana, 2 de Abril de
1923.
Fernando Ortiz,
Presidente de la Junta Cubana de Renovación nacional. Mario Macbeath, Ramiro
Guerra, Pilar Morlón de Menéndez, Tomás Fernández Boada, Pedro Pablo Kohly,
José Eliseo Cartaya, Lisandro Otero, Tomás Salaya, José Primelles, Aurelio
Portuondo, Luis Morales, Lisardo Muñoz Sañudo, José Varela Zequeira, Juan
Carlos Andreu, Diego Tamayo, Pedro Martínez Inclán, Fernando Figueredo y
Socarrás, Raúl de Cárdenas, Felipe Pazos, Ricardo Uribarri, Conrado W.
Massaguer, Jorge Mañach, Gabriel García Galán, Arturo Montori, Jacinto
Pedroso, Enrique Berenguer, Gonzalo Freire de Andrade, Ramón Grau San Martín,
Oscar Barceló, Manuel Dorta Duque, Ramiro Cabrera, Pío Arturo Frías, Julio
Blanco Forcade, Julio Blanco Herrera, Carlos M. de Alzugaray, Emilio Roig
Leuchsenring, Hortensia Lamar, Luciano R. Martínez, Pilar Jorge de Tella,
Rafael Fernández, Aurelio Miranda, José Beltrons, Salvador Brito, Tomas
Gutiérrez Alea, Eusebio L. Dardet, Amelia Solberg de Hutchinson, Guillermina
Portela, Eudaldo Romagosa, Nicolás Pérez Raventós, Julio Villoldo, Ricardo
Sarabaza
(Siguen las firmas.)
FIN
Cuba, España y los Estados Unidos | Organización Auténtica | Política Exterior de la O/A | Temas Auténticos | Líderes Auténticos | Figuras del Autenticismo | Símbolos de la Patria | Nuestros Próceres | Martirologio |
Presidio Político de Cuba Comunista | Costumbres Comunistas | Temática Cubana | Brigada 2506 | La Iglesia | Cuba y el Terrorismo | Cuba - Inteligencia y Espionaje | Cuba y Venezuela | Clandestinidad | United States Politics | Honduras vs. Marxismo | Bibliografía | Puentes Electrónicos |
Organización Auténtica