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La revolución de
independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha
entrado en Cuba en un nuevo periodo de guerra, en virtud del orden y acuerdos
del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla, y de la ejemplar
congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y
emancipación del país, para bien de América y del mundo; y los representantes
electos de la revolución que hoy se confirma, reconocen y acatan su deber,
sin usurpar el acento y las declaraciones sólo propias de la majestad de la
república constituida, de repetir ante la patria, que no se ha de
ensangrentar sin razón, ni sin justa esperanza de triunfo los propósitos
precisos, hijos del juicio y ajenos a la venganza, con que se ha compuesto, y
llegará a su victoria nacional, la guerra inextinguible que hoy lleva a los
combates, en conmovedora y prudente democracia, los elementos todos de la
sociedad de Cuba.
La guerra no es, en
el concepto sereno de los que aún hoy la representan, y de la revolución
pública y responsable que los eligió, el insano triunfo de un partido cubano
sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino
la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado en la guerra
anterior para lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable por la
victoria o el sepulcro, sin causas bastante profundas para sobreponerse a las
cobardías humanas y a sus varios disfraces, y sin determinación tan
respetable por ir firmadas por la muerte que debe imponer silencio a aquellos
cubanos menos venturosos que no se sienten poseídos de igual fe en las
capacidades de su pueblo ni de valor con que emanciparlo de su servidumbre.
La guerra no es la
tentativa caprichosa de una independencia más temible que útil, que sólo
tendrían derecho a demorar o condenar los que mostrasen la virtud y el
propósito de conducirla a otra más viable y segura, y que no debe en verdad
apetecer un pueblo que no la pueda sustentar; sino el producto disciplinado
de la resolución de hombres enteros que en el reposo de la experiencia se han
decidido a encarar otra vez los peligros que conocen, y de la congregación
cordial de los cubanos de más diverso origen, convencidos de que en la
conquista de la libertad se adquieren mejor que en el abyecto abatimiento las
virtudes necesarias para mantenerla.
La guerra no es
contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la
patria que se ganen podrá gozar respetado, y aún amado, de la libertad que
sólo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino. Ni del desorden,
ajeno a la moderación probada del espíritu de Cuba, será cuna la guerra; ni
de la tiranía. Los que la fomentaron, y pueden aún llevar su voz, declaran en
nombre de ella ante la patria su limpieza de todo odio, su indulgencia
fraternal para con los cubanos tímidos o equivocados, su radical respeto al
decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la república, su
certidumbre de la aptitud de la guerra para ordenarse de modo que contenga la
redención que la inspira, la relación en que un pueblo debe vivir con los demás,
y la realidad que la guerra es, y su terminante voluntad de respetar, y hacer
que se respete, al español neutral y honrado, en la guerra y después de ella,
y de ser piadosa con el arrepentimiento, e inflexible con el vicio, el crimen
y la inhumanidad. En la guerra que se ha reanudado en Cuba no ve la
revolución las causas del júbilo que pudiera embargar al heroísmo
irreflexivo, sino las responsabilidades que deben preocupar a los fundadores
de pueblos.
Entre Cuba en la
guerra con la plena seguridad, inaceptable sólo a los cubanos sedentarios y
parciales, de la competencia de sus hijos pare obtener el triunfo, por la
energía de la revolución pensadora y magnánima, y de 1a capacidad de los
cubanos, cultivada en diez años primeros de fusión sublime, y en las
prácticas modernas del gobierno y el trabajo, para salvar la patria desde su
raíz de los desacomodos y tanteos, necesarios al principio del siglo, sin
comunicaciones y sin preparación en las repúblicas feudales o teóricas de
Hispanoamérica. Punible ignorancia o alevosía fuera desconocer las causas a
menudo gloriosas y ya generalmente redimidas, de los trastornos americanos,
venidos del error de ajustar a moldes extranjeros; de dogma incierto o mera
relación a su lugar de origen, la realidad ingenua de los países que conocían
solo de las libertades el ansia que las conquista, y la soberanía que se gana
por pelear por ellas. La concentración de la cultura meramente literaria en
las capitales; el erróneo apego de las repúblicas a las costumbres señoriales
de la colonia; la creación de caudillos rivales consiguiente al trato
receloso e imperfecto de las comarcas apartadas; la condición rudimentaria de
la única industria, agrícola o ganadera; y el abandono y desdén de la fecunda
raza indígena en las disputas de credo o localidad que esas causas de los
trastornos en los pueblos de América mantenían, no son, de ningún modo los
problemas de la sociedad cubana. Cuba vuelve a la guerra con un pueblo
democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno; o de cultura
mucho mayor, en lo más humilde de él, que las masas llaneras o indias con
que, a la voz de los héroes primados de la emancipación, se mudaron de hatos
en naciones las silenciosas colonias de América; y en el crucero del mundo,
al servicio de la guerra, y a la fundación de la nacionalidad le vienen a
Cuba, del trabajo creador y conservador en los pueblos más hábiles del orbe,
y del propio esfuerzo en la persecución y miseria del país, los hijos
lúcidos, magnates o siervos, que de la época primera de acomodo, ya vencida,
entre los componentes heterogéneos de la nación cubana, salieron a preparar,
o en la misma Isla continuaron preparando con su propio perfeccionamiento, el
de la nacionalidad a que concurren hoy con la firmeza de sus personas laboriosas,
y el seguro de su educación republicana. El civismo de sus guerreros; el
cultivo y benignidad de sus artesanos; el empleo real y moderno de un número
vasto de sus inteligencias y riquezas; la peculiar moderación del campesino
sazonado en el destierro y en la guerra; el trato íntimo y diario, y rápida e
inevitable unificación de las diversas secciones del país; la admiración
recíproca de las virtudes iguales entre los cubanos que de las diferencias de
la esclavitud pasaron a la hermandad del sacrificio; y la benevolencia y
aptitud creciente del liberto, superiores a los raros ejemplos de su desvío o
encono, aseguran a Cuba sin ilícita ilusión, un porvenir en que las
condiciones de asiento, y del trabajo inmediato de un pueblo feraz en la
república justa, excederán a las de disociación y parcialidad provenientes de
la pereza o arrogancia que la guerra a veces cría, del rencor ofensivo de una
minoría de amos caída de sus privilegios; de la censurable premura con que
una minoría aún invisible de libertos descontentos pudiera aspirar, con
violación funesta del albedrío y naturaleza humanos, al respeto social que
sola y seguramente ha de venirles de la igualdad probada en las virtudes y
talentos; y de la súbita desposesión, en gran parte de los pobladores letrados
de las ciudades, de la suntuosidad o abundancia relativa que hoy les viene de
las gabelas inmorales y fáciles de la colonia, y de los oficios que habrán de
desaparecer con la libertad. —Un pueblo libre, en el trabajo abierto a todos,
enclavado a las bocas del universo rico e industrial, sustituirá sin
obstáculo, y con ventaja, después de una guerra inspirada en la más pura
abnegación, y mantenida conforme a ella, al pueblo avergonzado donde el
bienestar sólo se obtiene a cambio de la complicidad expresa o tácita con la
tiranía de los extranjeros menesterosos que lo desangran y corrompen. No
dudan de Cuba, ni de sus aptitudes para obtener y gobernar su independencia,
los que en el heroísmo de la muerte y en el de la fundación callada de la
patria, ven resplandecer de continuo, en grandes y en pequeños, las dotes de
concordia y sensatez sólo inadvertibles para los que, fuera del alma real de
su país, lo juzgan, en el arrogante concepto de sí propios, sin más poder de
rebeldía y creación que el que asoma tímidamente en la servidumbre de sus
quehaceres coloniales.
De otro temor
quisiera acaso valerse hoy, so pretexto de prudencia, la cobardía: el temor
insensato; y jamás en Cuba justificado, a la raza negra. La revolución, con
su carga de mártires, y de guerreros subordinados y generosos, desmiente
indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración y de la tregua en
la Isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese inicuamente
levantar, por los beneficiarios del régimen de España, el miedo a la
revolución. Cubanos hay ya en Cuba de uno y otro color, olvidados para
siempre con la guerra emancipadora y el trabajo donde unidos se gradúo del
odio en que los pudo dividir la esclavitud. La novedad y aspereza de las
relaciones sociales, consiguientes a la mudanza súbita del hombre ajeno en
propio, son menores que la sincera estimación del cubano blanco por el alma
igual, la afanosa cultura, el fervor de hombre libre, y el amable carácter de
su compatriota negro. Y si a la raza le naciesen demagogos inmundos, o almas
ávidas cuya impaciencia propia azuzase la de su color, o en quienes se
convirtiera en injusticia con los demás la piedad por los suyos, con su
agradecimiento y su cordura, y su amor a la patria, con su convicción de la
necesidad de desautorizar por la prueba patente de la inteligencia y la
virtud del cubano negro la opinión que aún reine de su incapacidad para
ellas, y con la posesión de todo lo real del derecho humano, y el consuelo y
la fuerza de la estimación de cuanto en los cubanos blancos hay de justo y
generoso, la misma raza extirparía en Cuba el peligro negro, sin que tuviera
que alzarse a él una sola mano blanca. La revolución lo sabe y lo proclama:
la emigración lo proclama también. Allí no tiene el cubano negro escuelas de ira,
como no tuvo en la guerra una sola culpa de ensoberbecimiento indebido o de
insubordinación. En sus hombros anduvo segura la república a que no atentó
jamás. Sólo los que odian al negro ven en el negro odio; y los que con
semejante miedo injusto traficasen, para sujetar, con inapetecible oficio,
las manos que pudieran erguirse a expulsar de la tierra cubana al ocupante
corruptor.
En los habitantes
españoles de Cuba, en vez de la deshonrosa ira de la primera guerra espera
hallar la revolución, que ni lisonjea ni teme, tan afectuosa neutralidad o
tan veraz ayuda, que por ellas vendrán a ser la guerra más breve, sus
desastres menores, y más fácil y amiga la paz en que han de vivir juntos
padres e hijos. Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles
la terminaremos. No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les
respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho
antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la
crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a
asesinar en pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que
saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la
república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor
gocen en ella de la libertad y bienes que no han de hallar aún por largo
tiempo en la lentitud, desidia, y vicios políticos de la tierra propia. Este
es el corazón de Cuba, y así será la guerra. ¿Qué enemigos españoles tendrá
verdaderamente la revolución? ¿Será el ejército, republicano en mucha parte,
que ha aprendido a respetar nuestro valor, como nosotros respetamos el suyo,
y más sienten impulsos a veces de unírsenos que de combatirnos? ¿Serán los
quintos, educados ya en las ideas de humanidad, contrarias a derramar sangre
de sus semejantes en provecho de un cetro inútil o una patria codiciosa, los
quintos segados en la flor de su juventud para venir a defender, contra un
pueblo que los acogería alegre como ciudadanos libres, un trono mal sujeto,
sobre la nación vendida por sus guías, con la complicidad de sus privilegios
y sus logros? ¿Será; la masa, hoy humana y culta, de artesanos y
dependientes, a quienes, so pretexto de patria, arrastró ayer a la ferocidad
y al crimen el interés de los españoles acaudalados que hoy, con lo más de
sus fortunas salvas en España, muestran menos celo que aquel con que
ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando los sorprendió en ella la
guerra con toda su fortuna? ¿O serán los fundadores de familias y de
industrias cubanas, fatigados ya del fraude de España y de su desgobierno, y
como el cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos e imprudentes, sin
miramiento por la paz de sus casas y la conservación de una riqueza que el
régimen de España amenaza más que la revolución, se revuelvan contra la
tierra que de tristes rústicos los ha hecho esposos felices, y dueños de una
prole capaz de morir sin odio por asegurar al padre sangriento un suelo libre
al fin de la discordia permanente entre el criollo y el peninsular; donde la
honrada fortuna pueda mantenerse sin cohecho y desarrollarse sin zozobra, y
el hijo no vea entre el beso de sus labios y la mano de su padre la sombra
aborrecida del opresor? ¿Qué suerte elegirán los españoles: la guerra sin
tregua, confesa o disimulada, que amenaza y perturba las relaciones siempre
inquietas y violentas del país, o la paz definitiva, que jamás se conseguirá
en Cuba sino con la independencia? ¿Enconarán y ensangrentarán los españoles
arraigados en Cuba la guerra en que puedan quedar vencidos? ¿Ni con qué
derecho nos odiarán los españoles, si los cubanos no los odiamos? La
revolución emplea sin miedo este lenguaje, porque el decreto de emancipar de
una vez a Cuba de la ineptitud y corrupción irremediables del gobierno de
España, y abrirla franca para todos los hombres al mundo nuevo, es tan
terminante como la voluntad de mirar como a cubanos, sin tibio corazón ni
amargas memorias, a los españoles que por su pasión de libertad ayuden a
conquistarla en Cuba, y a los que con su respeto a la guerra de hoy rescaten
la sangre que en la de ayer manó a sus golpes del pecho de sus hijos.
En las formas que se
dé la revolución, conocedora de su desinterés, no hallará sin duda pretexto
de reproche la vigilante cobardía, que en los errores formales del país
naciente, o en su poca suma visible de república; pudiese procurar razón con
que negarle la sangre que le adeuda. No tendrá el patriotismo puro causa de
temor por la dignidad y suerte futura de la patria.—La dificultad de las
guerras de independencia en América, y las de sus primeras nacionalidades, ha
estado, más que en la discordia de sus héroes, y en la emulación y recelo
inherentes al hombre, en la falta oportuna de forma que a la vez contenga el
espíritu de redención que, con apoyo de ímpetus menores, promueve y nutre la
guerra, y en las prácticas necesarias a la guerra, y que ésta debe
desembarazar y sostener. En la guerra inicial se ha de hallar el país maneras
tales de gobierno que a un tiempo satisfagan la inteligencia madura y
suspicaz de sus hijos cultos, y las condiciones requeridas para la ayuda y
respeto de los demás pueblos,—y permitan en vez de entrabar—el desarrollo
pleno y término rápido de la guerra fatalmente necesaria a la felicidad
pública. Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y
de sí propia nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la
conduzca a las parcialidades de la tiranía.—Sin atentar, con desordenado
concepto de su deber, al uso de las facultades íntegras de constitución, con
que se ordenen y acomoden, en su responsabilidad peculiar ante el mundo
contemporáneo, liberal e impaciente, los elementos expertos y novicios, por
igual movidos de ímpetu ejecutivo y pureza ideal, que con nobleza idéntica, y
el título inexpugnable de su sangre, se lanzan tras el alma y guía de los
primeros héroes, a abrir a la humanidad una república trabajadora; sólo es
lícito al Partido Revolucionario Cubano declarar su fe en que la revolución
ha de hallar formas que le aseguren, en la unidad y vigor indispensables a
una guerra culta, el entusiasmo de los cubanos, la confianza de los españoles
y la amistad del mundo. Conocer y fijar la realidad; componer en molde
natural, la realidad de las ideas que producen o apagan los hechos, y la de los
hechos que nacen de las ideas; ordenar la revolución del decoro, el
sacrificio y la cultura de modo que no quede el decoro de un solo hombre
lastimado, ni el sacrificio parezca inútil a un solo cubano, ni la revolución
inferior a la cultura del país, no a la extranjeriza y desautorizada cultura
que se enajena al respeto de los hombres viriles por la ineficacia de sus
resultados y el contraste lastimoso entre la poquedad real y la arrogancia de
sus estériles poseedores, sino al profundo conocimiento de la labor del
hombre en el rescate y sostén de su dignidad: ésos son los deberes, y los
intentos, de la revolución. Ella se regirá de modo que la guerra pujante y
capaz dé pronto casa firme a la nueva república.
La guerra sana y
vigorosa desde el nacer con que hoy reanuda Cuba, con todas las ventajas de
su experiencia, y la victoria asegurada a las determinaciones finales, el
esfuerzo exceloso, jamás recordado sin unción, de sus inmarcesibles héroes,
no es sólo hoy el piadoso anhelo de dar vida plena al pueblo que, bajo la
inmoralidad y ocupación crecientes de un amo inepto, desmigaja o pierde su
fuerza superior en la patria sofocada o en los destierros esparcidos. Ni es
la guerra el insuficiente prurito de conquistar a Cuba con el sacrificio
tentador, la independencia política, que sin derecho pediría a los cubanos su
brazo si con ella no fuese la esperanza de crear una patria más a la libertad
del pensamiento, la equidad de las costumbres, y la paz del trabajo. La
guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar,
en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran
alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas
presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio
aún vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de
Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos
incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del
hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un
archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a
su paso han de caer sobre el crucero del mundo. ¡Apenas podría creerse que
con semejantes mártires, y tal porvenir, hubiera cubanos que atasen a Cuba a
la monarquía podrida y aldeana de España, y a su miseria inerte y viciosa!
A la revolución
cumplirá mañana el deber de explicar de nuevo al país y a las naciones las
causas locales, y de idea e interés universal, con que para el adelanto y
servicio de la humanidad reanuda el pueblo emancipador de Yara y de Güáimaro
una guerra digna del respeto de sus enemigos y el apoyo de los pueblos, por
su rígido concepto del derecho del hombre, y su aborrecimiento de la venganza
estéril y la devastación inútil. Hoy, al proclamar desde el umbral de la
tierra veneranda el espíritu y doctrinas que produjeron y alientan la guerra
entera y humanitaria en que se une aún más el pueblo de Cuba, invencible e
indivisible séanos lícito invocar, como guía y ayuda de nuestro pueblo, a los
magnánimos fundadores, cuya labor renueva el país agradecido, y al honor, que
ha de impedir a los cubanos herir, de palabra o de obra, a los que mueren por
ellos. Y al declarar así en nombre de la patria, y deponer ante ella y ante
su libre facultad de constitución, la obra idéntica de dos generaciones,
suscriben juntos la declaración, por la responsabilidad común de su
representación y en muestra de la unidad y solidez de la revolución cubana,
el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, creado pare ordenar y auxiliar
la guerra actual, y el General en Jefe electo en él por todos los miembros
activos del Ejército Libertador.
Montecristi, 25 de marzo de 1895.
JOSÉ
MARTÍ |
|
MÁXIMO GÓMEZ |
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